Zoom
Por Vicente Rincón Gallardo | 2 de febrero de 2017
Algunos hemos tenido la paranoia injustificada de que nuestra vida forma parte de la obra de ficción de alguien más. Parados frente al espejo esperamos que comience a escucharse una voz grave que narre paso a paso nuestra rutina matutina. En Zoom (2016), la segunda película de Pedro Morelli (São Paulo, 1986), tres historias se conectan entre sí mediante el lazo entre el autor y su creación.
Emma (Alison Pill) trabaja en una fábrica de juguetes sexuales y sueña con los implantes de busto perfectos. Además es artista de cómic y la responsable de crear a Edward Deacon (Gael García Bernal), un aclamado director de películas de acción que filma una historia acerca de Michelle (Mariana Ximenes) una modelo que quiere ser tomada en serio como novelista, quien a su vez escribe una historia con Emma como protagonista.
Los personajes están incompletos, disminuidos por el capricho de sus creadores que —con un designio casi infantil— les dificultan una y otra vez la posibilidad de satisfacción. Emma traza a un Edward repentinamente impotente, incapaz de cotejar su éxito con su vida sexual. Edward sitúa a Michelle en una batalla con su entorno por ser valuada por algo más que su físico. A su vez, Michelle escribe sobre Emma, obsesionada en primera instancia con un implante de senos, y en segunda por remover desesperadamente el resultado de la intervención. La visón idealizada del cuerpo, el anhelo constante de mimetizar el contorno de la complexión a partir de muñecas de plástico y folletos, son materias que se confrontan constantemente, con un fetichismo casi insistente por los implantes de busto y las prótesis fálicas.
Las historias nos llevan a un estudio de cine, a una cavernosa fábrica de muñecas sexuales, al consultorio anodino de un cirujano plástico, a las playas de Brasil, escenario exigido de encuentros lésbicos y momentos aleatorios de contemplación. Los tres motivos dentro del guión serían completamente discordantes de no ser por la conexión circular entre el autor y su personaje. Los giros de esta ingeniosa forma narrativa son también quizá lo que nos mantiene interesados en Zoom, pues los móviles de cada historia pueden parecer simplones y las resoluciones poco logradas.
Las dificultades a veces risibles que sortean los personajes, son también las que los llevan a crear, a completar el rumbo circular que permite que los personajes se escriban y existan, por lo que, distanciándonos de algunos temas, del revoltijo de motivos y colores (una tercera parte de la película está realizada en animación rotoscópica), la historia puede contener entre líneas una reflexión sobre las instancias del proceso creativo; como si Zoom se supiera película, el resultado del trabajo de un creador que como muchos encuentra un extraño motor en el constante enfrentamiento con las ideas preconcebidas y con sus propias inseguridades.
En Zoom hay una necesidad de crear personajes dramáticos e incompletos, dotados de la falta imprecisa del artista, dedicados a la tarea de completarse en la expresión, en su propia obra. De está forma se convierte en una metaficción de personajes incompletos buscándose a sí mismos en el mundo paralelo de sus obras artísticas. Sin darse cuenta crean a la vez la posibilidad de que sus “creaciones” hagan lo mismo y constantemente les ofrecen en los obstáculos la posibilidad cifrada de llevar su talento a las ultimas consecuencias. Al cerrar el ciclo nos encontramos con algo a todas luces inaudito, pero que el universo de Zoom posibilita: el propio artista está contenido dentro de una obra, forma parte de la visión imaginaria de un otro, también creador, también inacabado y anhelante.
Vicente Rincón Gallardo estudia comunicación en la Universidad Iberoamericana. Ha colaborado en publicaciones como National Geographic Travel, Tierra Adentro y Mula Blanca.
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