Abel Cervantes es comunicólogo y editor de las revistas Código e Icónica. Colaboró en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014) con un ensayo sobre Carlos Reygadas y otro sobre Juan Carlos Rulfo, respectivamente. Es profesor en la UNAM.
El hombre que vio demasiado
Por Abel Cervantes | 14 de abril de 2016
Sección: Crítica
Directores: Trisha Ziff
Temas: Cine documentalEl hombre que vio demasiadoEnrique MetinidesTrisha Ziff
En La supremacía Tolstoi y otros ensayos, Fabián Casas describe el amargo sentimiento que un espectador tiene cuando un programa de televisión es mejor contado que visto. Una especie de anticlímax se apodera del auditorio cuando observa que las imágenes que están frente a sus ojos no corresponden con la grandeza de las palabras que prometían algo diferente.
Desafortunadamente, El hombre que vio demasiado (2015) puede describirse de la misma forma. Nominada a los Arieles como mejor documental, y presentada dentro del Festival Ambulante, la película dirigida por Trisha Ziff (Londres) muestra un retrato endeble de Enrique Metinides, fotógrafo de nota roja que en los años recientes a los críticos y coleccionistas extraviados les ha dado por catalogar como artista.
El hombre que vio demasiado se limita a seguir a Metinides sin tomar ninguna postura. La directora coloca la cámara frente al fotógrafo y lo entrevista como si las imágenes en movimiento capturaran la esencia del protagonista por inercia. ¿Cuál es el misterio que esconde esta figura que ha retratado episodios sangrientos y trágicos durante décadas? El documental no lo responde. Pero tampoco se detiene a pensar cuál es el efecto de las imágenes que ha producido Metinides, y, por el contrario, repite el mecanismo que medios masivos impresos y digitales utilizan para vender, mostrando imágenes violentas sin propósito reflexivo.
El único momento medianamente crítico sucede cuando Michael Nyman describe a Metinides como una persona que intenta sobrevivir fotografiando el horror, ya sea publicando las imágenes en una revista amarillista o, como lo hace actualmente, en una galería de arte. Sus propósitos no son periodísticos ni estéticos, sino económicos.
Trisha Ziff tampoco repara en proponer un modelo narrativo diferente y emplea el viejo esquema de entrevistas, voz en off, etc. que tantos otros documentalistas han usado hasta el cansancio. ¿Para qué hacer algo distinto si el nombre del protagonista es lo suficientemente poderoso para atraer la atención del público?
Los documentales hechos en México viven un periodo de producción extraordinario, pero pocos de ellos construyen discursos contundentes. ¿Existe algún ingenuo que piense que el punto de vista del documentalista no importa?
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