Tom en el granero
Por José Luis Ortega Torres | 1 de julio de 2014
Para nadie resultó una sorpresa que el nombre de Xavier Dolan apareciera galardonado en el reciente festival de Cannes con el Premio del Jurado para la película Mommy (2014), compartiendo el galardón con la leyenda viva Jean-Luc Godard. La razón es simple, pero en el mundo de la cinematografía es la más difícil de hallar: este joven quebequés de apenas un cuarto de siglo de edad tiene una voz propia dentro de la camada de realizadores de su generación, tal y como en los años sesenta del siglo XX la tuvo el padre de la nueva ola francesa. Ambos diletantes a la vez que creadores. Ambos incansables cinéfilos y respetuosos admiradores de maestros anteriores, a la vez que posteriores ejemplos e intachables auteurs. Sí, Dolan (Montreal, 1989) cabe en el mismo saco donde está Godard.
Con cinco largometrajes realizados en apenas un lustro (y sí, repito, con apenas 25 años) y más de una treintena de premios internacionales, es con su anterior filme, Tom en el granero (Tom à la ferme), dirigido en el 2013, que se da a conocer en las pantallas grandes de nuestro país como un cineasta cuya juventud no es para nada una debilidad, sino toda una virtud. La manera en que compone un intenso thriller a partir de una relación amorosa homosexual interrumpida por la muerte de uno y el desconocimiento por parte de su anciana madre a estas preferencias, es casi modélico, con tan sólo ese contexto y un elemento de tensión impensable en un principio: un tercer hombre en discordia cuya presencia dominante se convierte en una fijación y que resulta el hasta ahora desconocido “cuñado”.
El Tom del título, sensiblemente interpretado por el propio Dolan –también descubierto como un actor de amplio rango–, viaja para los funerales de su pareja a la provinciana granja de donde era originario, sólo para descubrir que un secreto marcado con sangre incumbe tanto a su amante muerto como al violentísimo hermano de éste, Francis (Pierre-Yves Cardinal), quien de inmediato aborda con amenazas a Tom, que se ve impedido de descubrir su papel en la vida del difunto. El juego de las apariencias es algo que Francis se ha encargado meticulosamente de dirigir durante años, sacrificando incluso su propio porvenir.
Dolan crea a partir de dos personajes y la sombra del tercero una relación con tensiones a flor de piel, donde la homosexualidad frustrada y escondida no es algo que acabe con la muerte, sino una frustración que se perpetúa con cada día que se esconde, convirtiéndose en el tabú no sólo hacia el seno de una familia determinada, sino el prejuicio de una sociedad donde la hipocresía es la moneda de cambio entre sus miembros; y eso es un microcosmos que Dolan no está dispuesto a dejar pasar, tal vez como el oscuro reflejo de eso que las sociedades “modernas” se empeñan aún por esconder.
Pero atrofiados modelos sociales aparte, Tom en el granero es la puesta al día de una manera inteligente del thriller clásico con una factura impecable: desde las referencias hitchockianas (la regadera, el maizal), hasta espectaculares momentos de pura pulsión erótica de tensión salvaje, casi animal (¡Por Dios, ese tango… en el granero!), traídas a un contexto que si bien no es novedoso, sí resulta totalmente abstraído de los lugares comunes en los que un cineasta menos experimentado (que no joven, ya lo vimos) hubiera caído.
Ya desde el arranque mismo del filme, donde sólo vemos un auto avanzando en medio de la nada por una carretera lineal, infinita, que pareciera señalarnos el destino de Tom, deslizándose sin saberlo y “al filo del peligro” hacia un destino trágico, donde tal vez se encuentre un nuevo amour fou, en estado de (des)gracia al que no sabrá cómo enfrentarse porque a diferencia de lo que se espera no es una fuerza desatada, sino del todo maniatada que convierte a Francis en una suerte de eunuco funcional castrado a cachetadas de su madre ciega por no querer ver la verdadera cara del hijo muerto ni la paulatina degradación del que aún vive.
Y en medio del falso recuerdo de lo que fue y del frustrante presente de lo que no es, tendremos al delicado Tom frente al bárbaro Francis, queriéndose entregar, a ciegas, en una antirrelación de síntesis casi filosófica: lo apolíneo y lo dionisiaco encontrándose mutuamente sin tocarse, y como siempre, poseyéndose sin entregarse.
Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 9, verano 2014, p. 44) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.
José Luis Ortega Torres es fundador y editor de revistacinefagia.com. También es editor de Icónica y Subdirector de Publicaciones en la Cineteca Nacional. @JLOCinefago
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