Manto acuífero

Manto acuífero

Por | 1 de enero de 2014

Sección: Crítica

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En Manto acuífero, su segundo largometraje, el realizador australiano-mexicano Michael Rowe parece cambiar de registro al dejar de lado el sexo descarnado de su galardonada opera prima, Año bisiesto (2010) para inmiscuirse en el drama que se cierne sobre Carolina, una niña de ocho años que atraviesa el primer cisma de su vida.

Apuntamos que el cambio de registro sólo lo es aparentemente, porque si bien el autor no toca el tema sexogenital, sí se inmiscuye en la intimidad de su protagonista con sobria habilidad, tal y como en su momento lo hizo con la solitaria Laura de su filme debut. Rowe (Ballarat, Australia, 1971) disecciona el núcleo familiar de Caro desde la primera secuencia del filme con habilidad quirúrgica para presentarnos cómo ha sido arrancada de su entorno, de sus amigos e incluso de su ciudad por culpa de decisiones tomadas por adultos que ella no comprende: su madre, joven y guapa, inicia una nueva vida con un hombre que le es impuesto como su “nuevo papá”, pretendiendo deshacerse del pasado como quien arranca las fotos del álbum familiar, trastocando una realidad que no por ocultarla significa que no ha existido. Caro no conoce al nuevo hombre, no entiende las razones que en pos de esa nueva vida le fueron impuestas dictatorialmente por un “mundo adulto” que cree erróneamente que eso es lo mejor para ella.

Este segundo episodio de lo que se ha denominado la “Trilogía de la Soledad», es narrado desde la voz de Caro, y nos deja oír el grito de desesperación que la rodea a partir de identificar a su personaje con largos silencios que nos dicen más que cualquier berrinche. El director sabe que sus solitarios juegos en el jardín, la inmersión a un pozo seco, el cuidado de unos pollos recién nacidos y hasta la cama inconscientemente orinada pero siempre en un mutismo casi crónico, nos dicen más del estado anímico de la niña que cualquier exabrupto.

De tal manera el impacto de esta historia del todo minimalista (tres personajes, una casa –interior y exterior- como única locación) radica en que la atinada planificación de Rowe, quien supo filmar todo a partir del punto de vista de Caro, situando la cámara a la altura de su cabeza y encuadrando a partir de su mirada. De esta forma la puesta en escena de Manto acuífero (2013) nos presenta, en resumen, la manera en que un niño o niña conciben una nueva realidad impuesta pero ininteligible para ellos, y no es que sean tontos, simplemente sus referencias vitales son otras, las mismas por las que todos hemos pasado a esa edad, pero que irremediablemente ya olvidamos.

Los planos cerrados en la pequeña y que cortan su entorno, e incluso los cuerpos de quienes conviven con ella, son la representación gráfica de esa nueva vida fragmentada. Para muestra, esa escena donde Caro dibuja tirada de panza sobre el piso, mientras en un segundo plano solamente vemos las piernas del padre postizo, quien pretende invadir su momento/espacio como invadió su vida: entrando a la fuerza al encuadre tirándose al piso para pintar junto con ella, quien no acepta compartir el tiro de la cámara (ni su realidad) y se levanta saliendo de la pantalla por detrás del sillón, desenfocada, como un fantasma que no encuentra la paz, ni su lugar, en esta (esa) vida.

El descenso de Caro al pozo prohibido es una metáfora un tanto simple, pero efectiva, de una aceptación obligada pero jamás resignada: hasta ese sitio lóbrego la persiguió su miedo convertido en una realidad palpable con cara de ogro para arrancarla de toda zona de confort y convertirla en un nuevo ser renacido a la fuerza, una nueva Carolina de mirada recia que emerge con un rencor incubado, y que en adelante sólo buscará darle una salida, aunque ésta no sea la esperada. Si para ella no hubo misericordia ¿por qué tenerla para los demás? El más débil es quien paga las consecuencias, y esa lección, para Caro, ya es materia aprobada.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 7, invierno 2013-14, p. 51) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


José Luis Ortega Torres es fundador y editor de revistacinefagia.com. También es editor de Icónica y Subdirector de Publicaciones en la Cineteca Nacional. @JLOCinefago