Los amantes pasajeros
Por José Luis Ortega Torres | 1 de octubre de 2013
Con sorpresa pudimos observar que Los amantes pasajeros (2013), reciente filme de Pedro Almodóvar, se convirtió en una película vilipendiada. En términos generales crítica y público la miraron con cierto desprecio, y por qué no decirlo, prejuicio. ¿La razón? Simple, el cineasta español más internacionalmente exitoso del último cuarto de siglo volvió a sus orígenes genéricos, y eso, después de consagrarse hasta con un melodramático Óscar, parece imperdonable, y se debe a que Los amantes… es, ante todo, una comedia ligera. Muy ligera.
Del Almodóvar (Calzada de Calatrava, 1949) desfachatado de Kika (1993) poco quedaba, acaso algunas provocaciones disimuladas en Hable con ella (2002) y ciertas partes involuntarias en su anterior La piel que habito (2011), thriller más bien fallido que gozó de la inercia de tener el trademark del manchego en los créditos, pero que se pretendió “una película seria”.
Todo este cuento viene al caso sólo para poner en perspectiva el “fenómeno Almodóvar”, quien abanderando un cine surgido de la llamada “movida madrileña”, donde el descaro y la festividad eran las piezas clave de filmes celebratorios de la sexualidad gozosa (motor casi único que impulsaba los argumentos), tal y como sucede en esta comedia que ocurre, casi en su totalidad, al interior de un avión averiado por culpa de la cachondez –ese cameo de Penélope y Antonio–, y que por la cachondez misma se convierte en el vórtice donde confluyen los distintas expiaciones a los pecados de un grupo de pasajeros de primera clase.
La lenona de élite, el defraudador, la ninfómana mustia, el maduro incapaz de sostener un compromiso aunque su pareja enloquezca abandonada, el sicario mexicano –porque en México sólo hay matones y “matados”–, la tripulación desclosetada y un loquísimo trío de sobrecargos gays (verdaderos pilares de la cinta), quienes entregan la más almodovariana secuencia del cine de Pedro en décadas, al ritmo de «I’m So Excited!», la misma que lo conecta a sus orígenes, a lo más lúdico de su filmografía, al cine que lo hizo referencia ibérica, europea y ahora mundial. La misma secuencia que ahora le valió el denuesto, “porque ya no es serio”.
Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 6, otoño 2013, p. 65) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.
José Luis Ortega Torres es fundador y editor de revistacinefagia.com. También es editor de Icónica y Subdirector de Publicaciones en la Cineteca Nacional. @JLOCinefago
Entradas relacionadas
Cinco postales móviles de una ciudad (¡Ya México no existirá más!)
Joker: Folie à Deux: Tiempo de diagnósticos
Por Mariano Carreras
16 de octubre de 2024Longlegs, el terror que no fue
Por Israel Ruiz ArreolaWachito
17 de septiembre de 2024Mudos testigos: Levemente real, levemente espectral
—¡Ah, una nueva emoción! —Hola, soy ganas de criticar IntensaMente 2
Por Israel Ruiz ArreolaWachito
9 de julio de 2024Río de Sapos, cine de lo desconocido
Por Gustavo E. Ramírez Carrasco
5 de julio de 2024