El romance y la culpa

El romance y la culpa

Por | 1 de julio de 2013

Se dice que el amor es la fuerza que mueve al mundo, pero Sion Sono (Toyokawa, 1961) está en desacuerdo y así muestra en su “Trilogía del odio”. Si ya en Pez mortal (Tsumetai nettaigyo, 2010) era la figura de un padre la que se desquiciaba hasta el paroxismo criminal y en Topo (Himizu, 2011) fue la juventud inerte la que sólo en el desbocado ejercicio de la violencia encontraba el medio para hacerse escuchar, ahora le toca su turno a la esposa sometida y cosificada para levantar la mano y liberarse a partir del ejercicio enloquecido de su sexualidad, en El romance y la culpa (Koi no tsumi, 2011).

Izumi vive para satisfacer dócilmente en los quehaceres de la casa a un marido distante y pulcro hasta lo aséptico en un hogar igualmente impoluto. Una jaula dorada donde ella pasa su vida en plena frustración personal y sexual al ser, prácticamente, inmaculada. El ocio la lleva ―con la venia del macho/dueño― a un trabajo de demostradora de supermercado donde será reclutada bajo engaños para realizar videos pornográficos. Lo que se supone sería una tragedia, es para la aún hermosa joven la oportunidad deseada: lograr algo sobresaliente (¿vivir?) antes de cumplir los 30 años.

Y lo que consigue no es poco: la independencia total y plena de su cuerpo, que una vez envilecido por su paso sin tregua entre una y mil braguetas ocasionales encuentra, en términos de teoría económica, la diferencia entre el valor de uso y el valor de cambio. Así, con esa frialdad, gracias al primer concepto encontrará que se le puede asignar un costo monetario al segundo: quien quiera gozar de su cuerpo debe pagar por él, a menos que la entrega sexual sea por amor, algo que ya no volverá a hacer ni con su marido a quien descubre hipócrita. Todo ello gracias a su relación de pupila avanzada de Kasuko, mujer de doble vida que bien podría representar la encarnación de la jorōgumo, aquel demonio araña-prostituta del folklor nipón, quien al arrastrar a Izumi al más desenfrenado libertinaje, paradójicamente termina por rescatarla de sus tabúes, permitiéndole alcanzar por fin la felicidad tortuosa de una mujer que sonríe ante su martirologio entre sangre y sexo: líquido y pulsión vital que sacuden al ser humano más poderosamente que cualquier sentimentalismo nimio.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 5, verano 2013, p. 58) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


José Luis Ortega Torres es fundador y editor de revistacinefagia.com. También es editor de Icónica y Subdirector de Publicaciones en la Cineteca Nacional. @JLOCinefago