[·REC]³: El comienzo

[·REC]³: El comienzo

Por | 1 de septiembre de 2012

La moda del monstruo antropófago –zombi o infectado, que no son lo mismo, pero se confunden– ha hecho de esta figura el nuevo rey del cine de horror. Diversas latitudes fílmicas han entregado su lectura, en varios casos alcanzando un serio replanteamiento del mito clásico, pero teniendo como punto de referencia La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, George A. Romero, 1968), puesto que nada queda ya de los zombis haitianos propuestos por Victor Halperin en su White Zombie, de 1932.

Ahora que referirnos al clásico romeriano a poco más de cuatro décadas de su estreno pareciera también ya un anacronismo. Los nuevos monstruos han evolucionado, son veloces, voraces y con cierto dejo de inteligencia, y eso los convierte en máquinas de matar carentes de toda sensibilidad y, lecturas sociopolíticas aparte, representan más de una pandemia de riesgo universal. Pero lo más importante en esta nueva era del zombi es la evolución de la víctima, las premisas argumentales y principalmente una nueva mixtura genérica.

Habría que comentar, primero, que este tercer episodio de la saga [REC] (2007 a la fecha) rompe desde el primer tercio del filme con la baza que se convirtió en la sensación mundial: la subjetividad de la primera persona, la cámara como un artículo metiche que da validez al mundo a partir de lo que encuadra. Volviendo al terror clásico su director, Paco Plaza propone un retruécano sangriento del final típico de toda historia de amor: el cuento de hadas de la boda soñada, convertida aquí en un infierno zombi donde Clara, la recién casada, defenderá motosierra en mano ese día tan especial.

Lo interesante es que Plaza (Valencia, 1973), más allá de crear una película de terror fascinante a partir de romper con la estética del horreur vérité impuesta por [REC] (2007), está reformulando al cine romántico ensuciándolo con la polución y la sangre del zombie-film, redimensionando a niveles dramáticos –porque el final así lo ordena– la consabida frase de «hasta que la muerte los separe», porque ésta llegó sin ser invitada a la recepción.

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 2, otoño 2012, p. 55) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


José Luis Ortega Torres es fundador y editor de revistacinefagia.com y editor de Icónica y el Programa mensual de la Cineteca Nacional@JLOCinefago