Bellas de noche
Por Ricardo Pohlenz | 24 de noviembre de 2016
Sección: Crítica
Directores: María José Cuevas
Temas: Cine de ficherasCine documentalCine mexicanoDocumental mexicano
Así como Dziga Vértov fue el hombre de la cámara, moviendo la manivela en los albores del cine con fervor e intenciones claras (y políticas) de documentar en celuloide las luces de lo cotidiano mientras que todos los aplausos se los llevaba Serguéi Eisenstein con su película de barquitos (eran momentos difíciles, momentos lleno de ideología: el acorazado no iba a hundirse jamás, lo que se hundió al final fue la épica en el cine), María José Cuevas es la mujer de la cámara. No fue el fantasma de Eisenstein, que cabalga junto a Pancho Villa en el páramo de la Revolución, quien se la dio. Se hizo de una cuando tomó el taller de video de su hermana Ximena para luego lanzarse al mundo a capturar las incidencias de lo inmediato. Primero fueron los acontecimientos de la vida social y luego, teniéndose como tema, reflexionó sobre los puentes paradójicos entre intimidad y mundo, entre lo privado y lo público. lo íntimo y lo social, como culminación de una educación sentimental desde el autorretrato. Hace más de diez años, María José Cuevas (Ciudad de México, 1972), con su cámara siempre a la mano, fue a cenar a casa de la Princesa Yamal, famosa vedette de los setenta a la que conoció, para luego hacerse su amiga, durante el rodaje de un documental. La Princesa Yamal le tenía una sorpresa preparada, después de la cena y ataviada con uno de los trajes de luces que vistió en sus días de gloria, bailó para María José y para su cámara. Este video fue el punto de partida para una empresa tan ambiciosa como visionaria; llena de alegrías, descubrimientos y vicisitudes, en la que María José Cuevas seguiría la vida de cinco mujeres que figuraron en el cine y el cabaret en los años setenta en México. No lo hizo para rascarle a la nostalgia de una época perdida e irrecuperable (a la que hemos estado siempre dispuestos, entre el amarillismo y la sensiblería, como cultura de masas) sino como un acto de afirmación y continuidad, de la vida real –o melodrama de la vida– que le sigue al esplendor de la juventud. María José grabó más de cien horas que dan fe del día a día en el que viven Olga Breeskin, Lyn May, la Princesa Yamal, Rossy Mendoza y Wanda Seux. El arduo trabajo de edición (que estuvo a cargo de Ximena Cuevas, de cuya obra se pueden destacar los filmes ensayo en los que pone en evidencia taras, vicios y abusos que han marcado las relaciones políticas, sociales y de género en el imaginario cinematográfico mexicano) contrapone material de archivo a los relatos y opiniones que ofrecen estas vedettes a la cámara. Es la dura realidad, la vida que sigue y esos lugares comunes del periodismo de variedades, y aún, es una cosa completamente distinta. María José Cuevas conjura la distancia que crea la cámara, que va, sigue, recorre grandes distancias, se detiene y ofrece al espectador la calidez y la cercanía que puede tener el video casero. Más allá de los rudimentos que son característicos del material de campo, no hay nada de casero en la producción de Bellas de noche (2016). María José Cuevas se apropia del título de la película más famosa y emblemática de ficheras de los años setenta para trazar las líneas de vida de estas mujeres, sus triunfos y sus derrotas, pero no frente a lo que fueron sino en cuanto a lo que son. María José Cuevas, la mujer de la cámara, nos trae los retratos de cinco mujeres admirables, algunas de las cuales, con más de sesenta años todavía, luchadoras del presente, viven de su gloria y su glamour. Más allá de los premios –que se merece todos– este documental sienta nuevas bases, en cuanto al tratamiento y montaje de entrevistas, material de archivo y filmado (o grabado) para el género del documental en México, no sólo como el testamento vivo de una época sino como una revisión crítica de los puentes y omisiones que se abren entre épocas. Un esfuerzo admirable que se contrapone a las fórmulas y convencionalismos que explotaron como viaje en el tiempo nuestras televisoras, cuando fue el último reducto de lo visual. No hay chantaje, ni amarillismo, ni demagogia, sólo la puritita verdad y –como en la películas de ficheras– la Sonora Santanera.
Ricardo Pohlenz es poeta, escritor y crítico. Actualmente conduce La vocación renacentista del mil usos en el canal de radio del Centro de Cultura Digital. Su libro más reciente es La vocación de submarino (2015). @rpohlenz
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