Francofonía
Por Donají Velasco | 17 de noviembre de 2016
¿Qué es un museo? ¿Cuál es su función? ¿Qué es el patrimonio? ¿Cómo transmitir su importancia? Francofonía (Francofonia, 2015), el más reciente largometraje del cineasta ruso Aleksándr Sokúrov, indaga alrededor de estos cuestionamientos a través de un viaje que revisa distintos momentos del Museo del Louvre y la sociedad francesa.
Luego del tremendo homenaje al Museo del Hermitage que hizo en El arca rusa (Russki kovcheg, 2002), el cineasta vuelve a reflexionar sobre el espacio museístico para destacar su poder político: «¿Qué sería de Rusia sin el Hermitage y de Francia sin el Louvre?», dice Sokúrov (Podorvija, Union Soviética, 1951) a través de una voz en off –que nos acompaña durante toda la película–, haciendo un guiño a su propia trayectoria.
En tono documental, la cinta muestra la época de la ocupación nazi en Francia (1940), donde tiene lugar el encuentro de dos personajes: el francés Jacques Jaujard (Louis-Do de Lencquesaing), secretario general de los Museos Nacionales de Francia, y el conde alemán, Franz von Wolff-Metternich, (Benjamin Utzerath) a cargo de las misiones conocidas como Kunstschutz (protección del arte), término que designaba el programa de protección y preservación del patrimonio artístico de los pueblos “enemigos”.
Francofonía recrea la relación que mantuvieron estos personajes, que a pesar de las tensiones encuentran un objetivo común que trasciende sus intereses personales: el cuidado de las piezas del Museo del Louvre. La historia de estos dos es un pretexto para recorrer el museo y develar a la verdadera protagonista, su colección. En una serie de secuencias observamos algunas de las piezas más representativas del museo, mientras escuchamos las reflexiones e inquietudes que despiertan en el director, como si miráramos a través de sus ojos.
Ante la contemplación de retratos renacentistas y barrocos, Sokúrov expresa: «Los reconozco, pertenecen a su tiempo». El filme tiene la virtud de fusionar las miradas y los rostros de los hombres del pasado –cuya imagen permanece como un vestigio de su existencia y de su época– con los nuestros. Podemos sentir su humanidad como si se tratara de una presencia fantasmal. Probablemente por ello nos encontramos con Napoleón Bonaparte (Vincent Nemeth), orgulloso de mostrar la escena de su autocoronación en el famoso cuadro de Jacques-Louis David, que además insiste en recordar que sin él no habría Louvre, o con una mujer que viste un vestido blanco y un gorro frigio, una alegoría del espíritu revolucionario: «Liberté, égalité, fraternité».
¿Acaso no hay una semejanza entre un fantasma y una obra de arte?, parece decirnos el cineasta ruso. Ambas son presencias que escapan al curso de su tiempo, persistentes y frágiles, como el buque que atraviesa océanos picados al inicio del filme.
Donají Velasco es licenciada en Arte por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha publicado artículos y reseñas en otros medios digitales, como Portavoz, y ha colaborado en la redacción de catálogos de arte.
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