Gustavo E. Ramírez Carrasco es editor en el Departamento de Publicaciones y Medios de la Cineteca Nacional. Contribuyó con un estudio sobre la obra de Pedro González Rubio al libro Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Documental (2014). @gustavorami_
Wolfpack: Lobos de Manhattan
Por Gustavo E. Ramírez Carrasco | 17 de septiembre de 2015
Sección: Crítica
Directores: Crystal Moselle
Temas: Cine documentalThe WolfpackWolfpack: Lobos de Manhattan
La referencia a El castillo de la pureza (1972), dirigida por Arturo Ripstein (y escrita por él y José Emilio Pacheco) parece inevitable cuando se habla de Wolfpack: Lobos de Manhattan (The Wolfpack, 2015), opera prima de la productora y directora neoyorkina de anuncios publicitarios Crystal Moselle: un padre, lunático y dominador, mantiene a sus muchos hijos encerrados en la propia casa de la familia durante un periodo de más de 15 años, educados por él mismo y la madre, y aislados de un mundo que ambos (él por aparente revelación “mística”, y ella por inducción definitiva) han terminado por considerar moralmente podrido. El caso real en el que se basó la película de Ripstein (y una novela de Luis Spota publicada en 1964: La carcajada del gato; y una obra teatral: Los motivos del lobo, de Sergio Magaña) corresponde a la historia de Rafael Pérez Hernández y su familia. Aunque sucedió en la ciudad de México a finales de los años 50, guarda grandes similitudes con el caso de los muchos más contemporáneos protagonistas neoyorkinos del documental de Moselle.
A principios de la década de los 90, Óscar Angulo, un peruano que había absorbido con obvia imprecisión los preceptos del movimiento religioso de Hare Krishna y otras filosofías New Age, se mudó con Susane, su abnegada mujer estadounidense, a un pequeño departamento de la zona de Manhattan conocida como Lower East Side. Juntos procrearon a siete de los diez hijos que pensaban tener y los bautizaron con nombres extraídos del Mahabhárata: Bhagavan, Govinda, Jagadisa, Krishna, Narayana… Durante prácticamente toda su vida hasta hace poco, los chicos (seis hombres y una mujer) jamás salieron de la pequeña casa de interés social ubicada en el piso 16 de un edificio cualquiera. La más significativa diferencia con respecto al caso mexicano de aislamiento familiar dramatizado por El castillo de la pureza (además, claro, del contexto temporal y geográfico): los hermanos Angulo se criaron viendo una cantidad enfermiza de películas de todo tipo –proporcionadas por el padre–, que a la larga, a falta del contacto con la sociedad y la calle, fueron construyendo una cosmovisión propia que incorporó, inclusive, elementos como la puesta en escena de las películas favoritas del grupo al interior del cautiverio: Perros de reserva (Reservoir Dogs, Quentin Tarantino, 1992) y Batman: El caballero de la noche (The Dark Knight, Jonathan y Christopher Nolan, 2008), entre otras.
Moselle, quien hace unos años conoció a los chicos por casualidad mientras vagaban juntos por las calles de Manhattan, entabló una paulatina amistad con ellos y se internó durante varios meses en el departamento de la familia para contar la insólita historia; al mismo tiempo, registró el proceso de producción de una película casera escrita y protagonizada por los propios hermanos.
Podríamos decir que el dispositivo documental de la directora es clásico, pero efectivo: una serie de entrevistas a los chicos se mezclan con imágenes de su vida cotidiana actual y materiales de archivo que muestran cómo era antes de que todo empezara a cambiar. Reconstruye, en la narración de uno de los hermanos mayores, el sorpresivo episodio que les abrió la puerta a la libertad: un día, en ausencia del padre, éste se aventuró a las calles con una máscara puesta sobre el rostro y, probablemente confundido con extremista, fue enviado a un interrogatorio policial.
La crudeza de la historia de la familia Angulo (incluida Susane, la madre, quien durante todos esos años fungió como soporte moral de los hijos) pudo haber sido abordada desde su lado más descarnado, como una versión extendida de la nota roja a la que van a parar las anomalías sociales. En lugar de eso, Moselle elige un enfoque optimista y hasta hilarante: registra la primera ida a una sala de cine, el primer encuentro con el mar, y hasta la posible reintegración con el padre a través del único elemento que durante años permitió la cordura de los Angulo: el cine.
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