The Blacklist: Las fantasías terrorista

The Blacklist: Las fantasías terroristas post 9/11

Por | 15 de septiembre de 2015

En Estética geopolítica, Fredric Jameson aborda el problema de la representación de los mecanismos y dinámicas del capitalismo tardío en el cine de conspiración. Las películas de este género de principios de los años 70 (como Los tres días del Cóndor, Sydney Pollack, 1975 o La Conversación, Francis Ford Coppola, 1974) y hasta mediados de los 80 (por ejemplo,Videodrome, David Cronenberg, 1983) dan cuenta de la imposibilidad de acceder a una representación visual de las dinámicas del nuevo sistema mundial, de manera que algunas películas del cine de conspiración tratarían de dar respuesta a la pregunta de cómo producir imágenes de un sistema del que ya es imposible trazar cartografías. Para Jameson, una de las vetas de análisis es la vuelta a la alegoría: en la era de las tecnologías comunicativas y de la información los objetos devienen alegorías de la entera red social descentralizada: cables y líneas telefónicas que se expanden de manera apenas visible y que acompañan silenciosos y vigilantes los trayectos de los individuos; dispositivos de escucha a distancia capaces de registrar las conversaciones íntimas y equívocas de las personas; imágenes fotográficas que entablan una relación ambigua con la representación de “la realidad” (como en Blow up, de Antonioni, 1966).

Siguiendo la línea del género de conspiración, la serie The Blacklist, de Jon Bokenkamp (2013 a la fecha), no intenta ofrecer un mapa cognitivo del sistema mundial, sino una lista de criminales en un mundo cuyos polos se han desdibujado por completo y que, después del 11 de septiembre de 2001, vive a la sombra de la amenaza terrorista.

Si, como quiere el teórico norteamericano, todo texto cinematográfico representa una fantasía política, lo que The Blacklist articula son los temores de una sociedad en donde –como afirma el protagonista, Raymond Reddington (James Spader)– ha dejado de ser importante quién ocupa el otrora centro imaginario del poder político y económico (la Casa Blanca), pues ahora son las corporaciones multinacionales y los criminales quienes gobiernan el mundo.

Así, en la serie, es precisamente un criminal, Reddington, quien hace evidente la pérdida de control del gobierno norteamericano sobre las amenazas terroristas: aquél posee una lista de criminales –que ofrece al FBI a cambio de acceso a información que utiliza en su propio beneficio– cuyo nivel de sofisticación es tan grande que ni siquiera existen en el radar de la inteligencia norteamericana: altos funcionarios que utilizan los derechos humanos como fachada para manejar redes internacionales de trata de personas;  ingenieros con acceso a protocolos y software que vulneran la seguridad nacional; corporaciones que adulteran medicamentos de compañías competidoras para sacarlas del mercado; genetistas capaces de modificar el ADN de las personas para hacerlas pasar por muertas; químicos fuera del sistema que elaboran armas bioquímicas letales; terroristas pues, que comparten una característica: han devenido agentes libres en el libre mercado criminal y en una economía global sin polos donde venden sus servicios al mejor postor.

La serie sugiere la existencia de una lista inabarcable –y expandiéndose continuamente– de amenazas que se ciernen sobre la democracia norteamericana y, por otra parte, también representa la otra cara de la fantasía política que expresa la tesis de Reddington de un mundo sin centro, gobernado de facto por corporaciones multinacionales y criminales: la idea de que es posible –gracias al fulcrum, un dispositivo en poder de Reddington que guarda memoria de los crímenes de los miembros de esta camarilla– desenmascarar la conspiración al interior del gobierno norteamericano de una estructura de poder oculta y paralela, cuyos integrantes y formas de operar son prácticamente indiscernibles de la de las propias corporaciones y los grupos criminales.

The Blacklist representa pues una lista de temores de un país que, como sugiere Reddington, en algún momento de su historia  devino una nación de espías, dominios de frecuencias, triangulación, satélites, encriptadores.


Andrés Téllez Parra es escritor y profesor de Sociología del Cine en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.