Maidán

Maidán

Por | 3 de septiembre de 2015

Sección: Crítica

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En su arriesgado documental Maidán (2014), Serguéi Loznitsa (Baránavichi, 1964) narra los hechos posteriores a la toma popular de la Plaza de la Independencia (Maidán Nezalézhnosti), en el corazón de Kiev, capital volcada contra el entonces presidente Víktor Yanukóvich por haber rechazado el acuerdo de Asociación de Ucrania con la Unión Europea, en noviembre de 2012.

Las imágenes –cuya fotografía fue compartida entre Loznitsa, Serhi Stefan Stetsenko y Mykhailo Yelchev,  con la coedición del director y Danielus Kokanauskis– muestran el clamor de un pueblo en pugna por su identidad soberana, un país frágil en la encrucijada entre Oriente y Occidente, entre la Unión Europea y los resquicios de la Unión Soviética.

Maidán proyecta el descontento de un pueblo que hace suya la plaza y se enfrenta a un gobierno furioso que utiliza la represión policiaca. Los acontecimientos: 16 de diciembre, una batalla entre cuerpos antimotines y cuerpos civiles, gases lacrimógenos, proyectiles extraídos del adoquín, escudos, barricadas de llantas, cascos y paliacates.

Utilizando un formato distinto al de los documentales informativos, la cinta del ucraniano registra la lucha ucraniana a través de una serie de planos secuencias hilados por aplastantes oscuridades y silencios. Con excepción de dos movimientos de cámara improvisados, el filme está constituido por planos abiertos.

Las largas y angustiantes secuencias de Maidán empatizan con los sucesos que registra: en la superficie aparentemente no pasa nada, pero dentro se juega la vida. Maidán no es un sitio, sino un acto colectivo soberano. Si los planos abiertos pueden interpretarse como un distanciamiento, en este filme se produce un efecto contrario: la gente satura la imagen. Un gesto estético que recuerda a Los Miserables.

La película no tiene ningún protagonista, porque en la plaza no hay liderazgos ni voces dominantes. Por el contrario, el personaje principal es la colectividad y los cimientos de la historia. Si la cámara abre espacios es para oponerse a la cerrazón de quienes atacan a la multitud. Para la mirada de Loznitsa no hay duda razonable ni emoción que escape.