Un método peligroso

Un método peligroso

Por | 1 de septiembre de 2012

En el cine autoral existen círculos concéntricos que no son otra cosa más que el desarrollo de los temas y constantes que, al paso del tiempo y con el transcurrir de la obra, se convierten en un universo personal y siempre reconocible. La evolución del concepto se maneja a niveles a veces imperceptibles para los grandes públicos, que en algún momento pueden gritar “traición” ante una propuesta que se aleje, por lo menos en la forma, de aquello a lo que el artista en cuestión los tiene acostumbrados.

David Cronenberg es uno de los acusados, pero lo es, sin embargo, por un público que no evolucionó a la par de él. Desde Parásitos asesinos (Shivers, 1975) y hasta eXistenz (1999) se insertaba dentro de los márgenes del cine fantástico –salvo contadas excepciones como M. Butterfly (1993)–, específicamente en el cine de terror, a partir de la ciencia convertida en alquimia negra que termina por contaminar no sólo el cuerpo humano, sino también su moral, y que dará pie al concepto casi filosófico de la nueva carne, instancia donde la tecnología se convierte en la extensión natural de una humanidad superada y que termina por fundirse con ella en un mismo cuerpo.

Las tribus de fans más radicales de Cronenberg (1943) a partir de Spider (2002) pidieron su crucifixión por “haberse traicionado”. Nada más necio que creer que el artista torontoniano había perdido la brújula, cuando en realidad iniciaba el camino hacia la cima creativa: es la mente humana el verdadero caudal donde una vorágine arrastra, sin remedio, a la razón.

La mente, en sus múltiples obsesiones, hace corpóreos síntomas que son las señales de sus devaneos. Así, en Un método peligroso (A Dangerous Method, 2011), Sabina Spielrein (Keira Knightley), una mujer con brutales espasmos, deja ver una compulsión hacia el masoquismo como nunca antes había conocido el doctor Jung (Michael Fassbender), quien pretende tratarla a partir de la novedosa técnica freudiana del “psiquianálisis”–«Psicoanálisis, se escucha mejor», le corregiá Freud (Viggo Mortensen), una vez que se hayan conocido y teoricen juntos– como punto de inicio de una historia donde el reino de la razón y la avidez por penetrar en ella, someterla, dominarla, crea seres aún más deshumanizados –como es natural en Cronenberg– que los propios pacientes, y sin embargo se enganchan tanto en sus propias ofuscaciones que no por médicas resultan menos enfermas, como lo atestigua el propio Jung cuando se descubre a sí mismo como un ser sensual, dueño/víctima de sus propias manías, descubriendo por fin el horror intrínseco al ser humano.

La alienación del científico hacia su estudio de caso conduce a ambas personas a la deshumanización total. Él no es más un hombre-esposo-padre –cfr. su pasmosa incapacidad para conmoverse por la esposa recién parida– porque antes está su detallada disección de la Sabina-objeto. Ella tampoco logrará ser una buena-ama-de-casa porque decide mimetizarse con la instancia del Jung-dominante y dedicarse, a posteriori, también al estudio de la mente. Dominante y dominada son ya una sola figura unida e incapaz de separarse no tanto en lo físico –aunque siempre vuelven sobre sus pasos–, como en lo psíquico. Se encontraron, mutuamente, con el inverso complementario.

David Cronenberg recurre a los padres del psicoanálisis en sus dos vertientes para exponer lo fútil que ha resultado, a la larga, la misión de intentar “pelar” la mente como si de una naranja se tratara. En efecto, debajo de la razón se esconden terrores sin nombre, y quién sabe si aquellos que han traspasado su umbral sean todavía más felices que los cuerdos, entendiendo el concepto “felicidad” como el estado de ánimo en que el placer es total, justo el que encuentra Jung al descubrirse tan sádico como sufriente es Sabina, quien por cierto, al dominar sus impulsos pierde toda la fuerza natural (y por lo mismo) salvaje que la subyuga, y que tanto seduce a su oyente. Eso tal vez ya lo sabe el profeta de esa nueva carne que se moldea no por la ciencia ni la tecnología, consecuencias éstas del ejercicio racional de la mentalidad humana, única y verdadera fuerza que, desatada, provoca el mayor de los miedos.

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 2, otoño 2012, p. 52) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


José Luis Ortega Torres es fundador y editor de revistacinefagia.com y editor de Icónica y el Programa mensual de la Cineteca Nacional.