El lobo de Wall Street

El lobo de Wall Street

Por | 1 de abril de 2014

El último Martin Scorsese ha dado un giro a su carrera. Si en sus primeros largometrajes el director explora el Estados Unidos sombrío (Taxi Driver, 1976) y confuso (Después de hora, After Hours, 1985); muestra la decadencia de Jake LaMotta, un boxeador atléticamente espectacular atrapado por sus demonios (Toro Salvaje, Raging Bull, 1980); aborda espléndidamente el mundo de la mafia italoamericana (Buenos muchachos, Goodfellas, 1990, y Casino, 1995); o incluso emite comentarios escandalosos por sugerir que Jesús era sencillamente un humano que tenía deseos carnales como cualquier otro (La última tentación de Cristo, The Last Temptation of Christ, 1988); en sus filmes más recientes ha buscado nuevos caminos narrativos y estéticos.

Como ejemplo pueden mencionarse La isla siniestra (Shutter Island, 2010), relato que a partir de un ritmo de montaje solvente y una estructura articulada por saltos espaciotemporales proyecta las pesadillas que un hombre debe enfrentar para reconocerse a sí mismo; La invención de Hugo Cabret (Hugo, 2011), cinta magnífica que aborda la vida de Georges Méliès al tiempo que reflexiona sobre las cualidades significativas del cine a través del propio cine –haciéndolo brillantemente con el uso del 3D y valiéndose de un público infantil como uno de sus principales espectadores–; o El Lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013).

Basada en la autobiografía homónima de Jordan Belfort, su película más reciente narra la historia de un embustero que engaña a las personas para crear una fortuna. Lejos de escandalizar a los espectadores, Martin Scorsese (Nueva York, 1942)  muestra los acontecimientos más relevantes de su protagonista. No obstante, selecciona sucesos representativos, que hablan por sí mismos. En el inicio de la película, Belfort, interpretado magníficamente por Leonardo DiCaprio (actor que ha demostrado un número altísimo de registros al encarnar seres tan diferentes entre sí como Howard Hughes en El aviador (The Aviator, 2004), también de Scorsese; Frank Wheeler en Sólo un sueño (Revolutionary Road, Sam Mendes, 2008), un trabajador mediocre incapaz de estar con la mujer que ama; Cobb en El origen (Inception, Chritopher Nolan, 2010), un arquitecto de sueños confundido por amar a una mujer que ya no existe; o Calvin Candie en Django sin cadenas (Django Unchained, Quentin Tarantino, 2012), un racista burgués perverso, entre muchos otros), es una persona tranquila que intenta establecerse en Wall Street. Sin embargo, transforma su carácter hasta convertirse en un personaje ambicioso y calculador que adquiere casas y yates, organiza orgías en sus oficinas o enfrenta con descarada tranquilidad al FBI. Y algo más. En una secuencia pone en peligro su vida al ingerir pastillas alucinógenas que lo hacen perder la cordura. Su amigo, Donnie Azoff (Jonah Hill), igualmente está a punto de morir al atragantarse.

La película fusiona elementos de distintos géneros, como la comedia, el drama o el cine noir (Naomi Lapaglia, interpretada por Margot Robbie, esposa del personaje principal, está caracterizada como femme fatale, por ejemplo). Pero los momentos caricaturescos donde los protagonistas se juegan la vida absurdamente, ¿no son acaso una manera que Scorsese utiliza para burlarse de los empresarios, como si nos dijera: míralo, con sus millones de dólares, sus fiestas fastuosas, y toda su inteligencia reducida a nada al estar a punto de morir por una tontería?

La escena final es asimismo reveladora. Luego de haber sido atrapado por el FBI y obligado a vender sus propiedades y perder buena parte de su fortuna, Belfort ofrece conferencias para enseñarle a la gente la manera en que puede vender cualquier producto y hacerse millonaria. La imagen es inquietante: dentro de esta estructura política y económica estafadores como él ocupan un lugar privilegiado ora como empresarios, ora como conferencistas, ora como ayudantes del gobierno o de la policía.

Martin Scorsese es un director que no tiene nada que demostrar. Muchas de sus películas son, sencillamente, clásicos de la historia del cine. Con El Lobo de Wall Street ha articulado un mensaje calladamente irónico que nos hace preguntarnos: si el mundo capitalista está denominado por estos bobos ambiciosos, ¿por qué demonios seguimos escuchándolos?

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 8, primavera 2014,  p. 46) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Abel Cervantes edita Código. Colaboró en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014) con un ensayo sobre Carlos Reygadas y otro sobre Juan Carlos Rulfo, respectivamente. Es profesor en la UNAM.