La asesina (Nie Yinniang)
Por Abel Muñoz Hénonin | 29 de septiembre de 2016
¿Qué tanto pesa un autor, un cineasta? ¿Su nombre puede pesar tanto como para alterar su obra? Es decir, ¿su nombre puede orientar la recepción de una película? La respuesta es inequívoca: «Sí». En México, entre la crítica, por ejemplo, el apellido Iñárritu suele ser un estigma para algunas películas, así como los apellidos Reygadas o Escalante pueden generarles plusvalor. Si el caso es ese, ya no digamos de los nombres de los cineastas vivos más renombrados, como Hou Hsiao-hsien. Me temo que su nombre estorba para acercarse a La asesina (Nie Yinniang, 2015).
La historia de la aparición y predominio de la figura, engañosa y reciente, del artista es demasiado compleja para abordarse en un texto como este.[1] Por ahora bastará con recordar lo que Alain Badiou apunta en “¿Se puede hablar de una película?”, donde advierte que la «siempre sorprendente» historia de la crítica, «no traza, a la larga, ninguna configuración artística», y que se enfoca «menos en las cintas que en los nombres propios de los autores, y menos en el arte fílmico que en algunos elementos estilísticos dispersos». Su propuesta es entonces intentar andar el sendero de cada obra[2], un asunto relevante para ocuparse de cualquier ámbito de la creación. A mí hace años me parece la postura ética más exacta para el oficio de interpretar: se trata de analizar lo que está en la configuración de las obras y a raíz de ello encontrar sentido. O confusión. O vacío.
Librémonos de Hou (distrito de Mei, China, 1947) entonces.
La asesina es una versión poética y nostálgica del wuxia. La amplitud de sus paisajes, la delicadeza en el retrato arquitectónico de la Dinastía Tang (618-901 d.C.), la gracilidad de los movimientos de Nie Yinniang (Shu Qi) y sus rivales, más que marcar, escancian el tono y el tempo de la película, un largo sostenuto y lírico. A la par, el esmero en el vestuario y la precisión en el retrato histórico, acompañados de un homenaje (el tipo de encuadres, los colores del revelado) a la tradición fílmica china de los 70, es decir, al cine de Hong Kong y Taiwán, establecen su distancia, y cercanía con el pasado. Esto es más que suficiente para que ver la película valga la pena.
Y sin embargo, el relato resulta confuso. Por más que a uno le queden claros los rasgos centrales de la anécdota (Nie Yinniang fue entrenada como asesina en un monasterio y renuncia a seguir las órdenes de su maestra cuando esta le pide que mate a su primo Tian Ji’an) el espectador se siente desorientado. Desde la occidentalidad mexicana, más conocedora de la historia europea que de los primeros pueblos del territorio o de Filipinas, que fue parte del país (de Nueva España, vaya), me parece que hay tres posibles razones para sentirse extraviado:
1. Que a uno le falten referentes extrafílmicos para entender la historia. Probablemente el Nie Yinniang, un relato épico del siglo IX, sea un referente tan común para los chinos que puedan completar la información faltante desde su propio bagaje cultural.
2. Que la traducción con la que se exhibió en México sea pésima y haya ocultado información esencial para la comprensión cabal de la película.
3. Que el homenaje al cine hongkonés sea de una radicalidad abrumadora. La gran época del cine de ese pequeño expaís se caracterizó por el absurdo. Pongo un solo ejemplo, que he visto en varias películas: un elemento (un enemigo, por ejemplo) que aparece de la nada, sin referente a la historia, ni presentación previa, ni lógica. Hay varios momentos en La asesina que lucen así y quiero creer que son intencionales. (El cine de Taiwán, que apenas conozco, quizá sea un referente más claro, pero está fuera de mi alcance.)
Parte del problema de la experiencia del espectador –y del oficio de crítico– en estos días es que la globalización pone en evidencia su propia parcialidad. Si, en ocasiones, comprender la cultura china, que es una cultura mayor y antigua, está lleno de bemoles, los retos de acercarse a Tailandia o Kiribati pueden rozar el contacto alienígena. Y eso partiendo del principio erróneo de que China representara un solo bloque cultural. El oficio de escribir sobre cine no garantiza que se tenga conocimiento sobre todas las materias comprendidas por el cine. Haciendo acopio de honestidad coloco ante ustedes mi fascinación y mis reservas ante La asesina, desde lo que experimenté al verla, y lejos de Hou Hsiao-hsien y su conversión de una épica en una lírica. Espero que esa sea la mejor manera de invitar a que alguien acuda a verla.
[1] Recomiendo para los interesados el recorrido complejo y desacralizador que Larry Shiner hace desde la idea de τέχνη/ars de nuestra antigüedad clásica hasta la relación arte-artista y aún más allá en The Invention of Art: A Cultural Hisotry, The University of Chicago Press, Chicago y Londres, 2001.
[2] Alain Badiou, “Peut-on parler d’un film?”, en Cinéma, Nova éditions, París, 2010, pp. 155-162 (todas las citas provienen de la página 156).
Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Universidad Iberoamericana. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014). @eltalabel
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