Mirar morir

Mirar morir

Por | 26 de septiembre de 2016

En México quien pronuncia el número 43 evoca un grupo de palabras cuyo sentido se desliza entre distintos campos semánticos. ¿Necesitaría recordar algunas como dolor, injusticia, violencia para hablar de lo que ocurrió el 26 de septiembre de 2014 en Iguala? El país está dividido en dos bandos en torno a este tema. Hambre y abandono. El primero intenta desordenadamente encontrar respuestas sobre lo acontecido aquella noche presionando al gobierno, haciéndose presente en las calles o manifestando sus desacuerdos a través de los medios de comunicación. El segundo ha decidido convertirse en un objeto sin vida. ¿Y cuál es el papel que ha jugado el periodismo audiovisual?

Mirar morir (2015) es uno de los primeros ejercicios que se acerca a la problemática con seriedad. El documental que se ha presentado subversivamente lo mismo en distintos foros de la Ciudad de México que en pequeños espacios de proyección al interior de la República, e incluso ha tenido el acierto de iniciar una nueva forma de distribución llegando –a petición de los interesados– a universidades y comunidades de todo el mundo, ahora también se puede ver en Netflix. Su tesis: el ejército participó en la desaparición de los 43 estudiantes. Luego de un inicio inquietante donde vemos escenas de personas no relacionadas con los normalistas de Ayotzinapa buscando en los matorrales del Estado de Guerrero los restos de sus familiares desaparecidos, el documental se convierte en una cronología que muestra las inconsistencias de la investigación del gobierno mientras las contrasta con las observaciones de un par de sobrevivientes, el Equipo Argentino de Antropología Forense o periodistas y académicos. A pesar de sus nobles intenciones, los defectos de Mirar morir no son pocos.

Para quienes han seguido la investigación desde medios independientes, en este documental escasean los datos periodísticos novedosos. Además de entrevistas con algunos de los estudiantes y la visita al basurero de Cocula, donde según la Procuraduría General de la República fueron incinerados los cuerpos de los normalistas, la cinta se limita a recopilar materiales que han circulado suficientemente en medios digitales e impresos. Por su parte, el contexto histórico que se narra es limitado. No se explica, por ejemplo, por qué el ejército y la policía tienen en la mira a la Escuela Normalista, las formación marxista de ésta, y sus propósitos revolucionarios en un territorio combativo como pocos en México. Igualmente, el filme ofrece una tibia conclusión con su apuesta más grande, la de que el ejército participó en la noche de Iguala.

En el discurso cinematográfico las fallas también son significativas. Como moscas en la sopa, los lugares comunes ensucian los objetivos periodísticos de los hermanos Coizta y Témoris Grecko, director y productor, respectivamente. La mayoría de las imágenes están acompañadas de música que lejos de estimular la interpretación del auditorio, intenta ser efectista. Cuando los personajes aparecen ante la cámara como expertos o testigos de los acontecimientos, en ningún momento se dan a conocer sus nombres o sus cargos, como si el espectador estuviera obligado a saber quiénes son. Por lo demás, existen tres voces narrativas cuyo origen se desconoce. La primera, a cargo de una mujer que se encuentra fuera del relato. La segunda, de un narrador hombre (que, aunque no se diga, proviene de Témoris Grecko), que deambula dentro y fuera del relato sin que se entienda cuál es el propósito periodístico de este recurso. Finalmente, la tercera proviene de un material de archivo de Televisa que confunde al auditorio por no formar parte del resto de la cinta. ¿Detalles? Sí, pero detalles que hacen la diferencia entre un documental de excelencia y uno de la medianía.

Cuando en un territorio lo único que da sentido a la vida es la búsqueda de un familiar desaparecido, la belleza del paisaje se convierte en dolor. Ni el periodismo ni el cine mexicanos han sabido representar este estado a través de las imágenes en movimiento. ¿Seremos capaces de aprovechar este momento para convertir el miedo y la incredulidad en fortaleza para intentar un nuevo camino?


Abel Cervantes es comunicólogo y editor de las revistas Código e Icónica. Colaboró en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014) con un ensayo sobre Carlos Reygadas y otro sobre Juan Carlos Rulfo, respectivamente. Es profesor en la UNAM.