Ida
Por José Luis Ortega Torres | 1 de octubre de 2014
¿Qué clase de sacrificio representa renunciar a aquello que no se conoce? Una pregunta similar le plantea Wanda a su sobrina Ida, una novicia católica que a punto de tomar los votos definitivos sale del convento sal conocer la verdad oculta sobre su origen: es judía.
En Ida (2013), quinto filme de ficción del varsoviano Paweł Pawlikowski, la pérdida de la fe se plantea de una manera dialéctica entre dos personajes femeninos unidos por la sangre, distanciadas por la negra historia del exterminio judío y reencontradas por la necesidad de un afianzamiento personal. Ida, segura de su vocación católica, debe enfrentar la rara prueba de saberse perteneciente a un pueblo que rechaza el martirologio cristiano, que no cree en Jesús como el Mesías y por tanto, rehúsa la cruz. Su vida, de repente, se convirtió en una incongruencia. Su fe pende.
Wanda, su tía, exjueza del sistema comunista y única familiar sobreviviente, también vive su propio drama: camarada de élite y fiel servidora del régimen rojo, tampoco tiene fe, la perdió en el mismo momento en que una Ida recién nacida extraviaba su identidad. Vive, además, el dolor de una pérdida irreparable que le carcomió las entrañas, y ese hueco no lo ha podido colmar ni bebiendo, ni con acostones fugaces, aunque se empeñe en ambas faenas.
A partir del primer encuentro y paulatino conocimiento de estas dos mujeres es que Pawlikowski (Varsovia, 1957) crea una historia de soledades afectivas, de pérdidas y melancolías. De profundos vacíos que la religión parece incapaz de subsanar y para los que solamente ofrece paliativos temporales que no hacen más que agrandar la desesperación que se muestra contenida, sin exabruptos, donde la paz en el rostro de la novicia contrasta con la hosquedad de la tía, y que dulcemente enmarca una mirada lánguida, de una inocencia demoledora: es la más tierna de Su rebaño la que parece rozar el precipicio.
Ahora bien, la experiencia del personaje es retratada en cámara de una forma elevada, casi mística, tanto que bien podría caber como una valiosa adenda en el multiestudiado texto que Paul Schrader dedica al estilo trascendental en el cine de Ozu, Bresson y Dreyer, porque Paweł Pawlikowski logra una sabia puesta en escena a partir de una escenificación recortada en íntimos planos casi cuadrados: un desafiante encuadre de 4:3 en plena época del widescreen todo develador, y en sólida y luctuosa escala de grises en esta era donde la policromía ultrarrealista lo es todo. Ida es una historia de fe en una edad del mundo donde el nihilismo les ha quedado corto para describirlo.
Aprehendiendo lo más pulcro del arte analizado por Schrader, también echa mano de las enseñanzas de ese otro contemplativo del cine que es Bergman. En Ida su director plantea una estética donde el tiro de la cámara recorta a los personajes en amplios pasajes del filme en primeros planos de sus protagonistas muy «tirados» hacia los ángulos inferiores del encuadre, dándole un amplio margen de aire y limpieza, decisión estética que brinda al espectador una visión «por encima del hombro» de os personajes, haciendo que nuestra mirada desde este lado de la pantalla tenga una visión amplísima de su entorno como un vacío que acentúa su fragilidad ante el contexto circundante, especialmente en Ida, tal vez como si Dios mismo la viera vulnerable en la toma de sus decisiones. De esta manera, la introspección moral en los distintos pasajes del periplo de la novicia es cercana también a un nivel extático.
Por otra parte, Wanda se convertirá en una entidad en tanto mefistofélica que expondrá a la chica en medio de un mundo de conocimiento que podría, o no, poner a prueba la fuerza de su fe, como el Diablo lo hizo con Jesús en el desierto. La lanza al mundo a que encare una realidad triste: la de la sangre y muerte alrededor de su origen, la amargura sin fin de Wanda, la infamia humana que no da nada sin recibir algo a cambio. Pero también le enseña un posible despertar emotivo y sexual. La misión de Wanda está completa: por fin encontró una misión para luego desaparecer. E Ida se desdoblará completa, experimentada y dulcemente sonriente. Tridimensional, para ahora sí, caminar con paso seguro hacia el resto de su vida.
Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 10, otoño 2014, p. 43), y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.
José Luis Ortega Torres es fundador y editor de revistacinefagia.com. También es editor de Icónica y Subdirector de Publicaciones en la Cineteca Nacional. @JLOCinefago
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