Germán Martínez Martínez es director de programación del Discovering Latin America Film Festival de Londres. Fue editor de la revista Foreign Policy Edición Mexicana.
El botón de nácar
Por Germán Martínez Martínez | 27 de julio de 2015
El botón de nácar (Patricio Guzmán, 2015) es una suerte de diálogo para camaradas, de buena factura, pero que puede dejar fuera a algunos espectadores. El más reciente documental del chileno Patricio Guzmán muestra nuevamente la destreza de un autor que no requiere elogio. Los comentarios ajenos, e incluso las pifias propias, poca mella pueden hacer en su obra, pues Guzmán se cuenta, en vida, entre los inmortales del arte documental. En las listas elaboradas en 2014, a instancias del British Film Institute, por críticos y cineastas del mundo, se contaron películas de Guzmán entre las mejores de la historia del género. Más allá de clasificaciones, La batalla de Chile (1975, 76 y 79), con su poderío narrativo y asombrosa oportunidad para capturar lo que se convertiría en historia, es una obra cumbre.
El primer tramo del nuevo documental se centra en la contemplación y referencia al papel del agua en la vida, incluyendo bellas y angustiantes tomas de glaciares de la Patagonia chilena, en que se oye su crujir permanente, como si pudiesen desplomarse en cualquier momento, muestra de su permanente movimiento, aún en la quietud aparente. Esta disposición no es distante de un planteamiento de La sal de la tierra (2014). En este documental, Wim Wenders presenta como coherente el tránsito de la fotografía y la vida de Sebastião Salgado de lo social al interés por la conservación de la naturaleza. El crítico Carlos Bonfil ha visto esta faceta de El botón de nácarcomo “extravíos esotéricos” y otros hablan de metáforas, vinculando estos segmentos y el contenido político, acaso principal, del documental. Difiero. Estas partes también hacen pensar en un Guzmán de más de 70 años ahora volcado a esa forma de trascendencia que puede ser la comprensión de la naturaleza.
El problema tampoco es, como reseñistas de diferentes países han expresado, el narrador, que es el mismo director, hablando no únicamente de la solemnidad y la tristeza de la voz de Guzmán, sino incluso criticando su lentitud. Más bien, hay que pensar en posibilidades desaprovechadas. Una de las personas que vemos en pantalla es Raúl Zurita, uno de los mayores poetas contemporáneos en lengua española. Guzmán no presenta una entrevista estructurada ni con Zurita, ni con algún otro personaje, mostrándonos sólo fragmentos. Así, el documentalista deja pasar la oportunidad de una interpretación más amplia, no necesariamente racional, pero sí iluminadora, de los hechos. En la Berlinale, en que se premió el guión del documental, Guzmán dijo que El botón de nácar estaba hecho con “gente interesante”, pero la película no alcanza a mostrarlos de esa forma.
El salto de la importancia del agua para la vida a la violencia padecida por los diezmados indígenas de la Patagonia chilena y el encarcelamiento, tortura y asesinato del régimen pinochetista en contra de sus opositores, parece forzado a cierto público. La aparente incoherencia, sin embargo, no lo es desde la lógica política de Guzmán que, como otros antineoliberales de América Latina, se limita a expresar un conjunto de posiciones asumiendo que son evidentes, sin cuestionar que, por ejemplo, la preocupación por el deterioro ambiental ya se ha convertido en parte del sentido común, sin que eso signifique una nueva relación con la naturaleza, es decir, es una de tantas consignas que no repercuten en el estado de la sociedad actual.
Que la cohesión de las diversas historias del documental sea visible sólo para el fluir de las apreciaciones de los ya convencidos, explica la principal falla del documental, y tiene consecuencias en la forma audiovisual. No es que haya incompatibilidad entre las posibilidades de lo político y lo poético. Pero por vía de adoptar la reiteración de elementos de convicción –más que la interlocución o la legítima persuasión–, El botón de nácar se queda corto en su propósito de compartir artísticamente las indignaciones razonables de Patricio Guzmán.
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