Lo and Behold: Ensueños de un mundo con

Lo and Behold: Ensueños de un mundo conectado

Por | 18 de agosto de 2016

Empecemos por algo obvio. En estos momentos estoy sentada frente a una pantalla, tecleo palabras que han sido pensadas e investigadas, después serán editadas y publicadas en una plataforma digital. Ya sea que el lector llegue a ellas por Facebook, Twitter, Google o cualquier otro medio, existe una red sin la que sería imposible concebir este modelo de comunicación. Una red global que soporta simultáneamente este texto, productos de entretenimiento, opiniones, noticias, comunicación interpersonal, transacciones de negocios, etc. No es noticia que hoy –y desde hace ya algunos años– el acceso, selección y consumo de información sucede, en una medida considerable, de manera virtual. Torrentes de datos fluyen ininterrumpidamente: el internet nunca descansa. En Lo and Behold: Ensueños de un mundo conectado (Lo and Behold: Reveries of the Connected World, 2015), Werner Herzog nos hace transitar por un mosaico de opiniones al respecto.

¿Cuáles son las implicaciones éticas del internet? ¿Qué tipo de parámetros se debe utilizar para las restricciones de privacidad? ¿Hasta dónde podemos confiar en el criterio de las máquinas? ¿El internet nos salvará? ¿Nos destruirá? Éstas y muchas preguntas más son planteadas y discutidas a través de varias entrevistas sin más objetivo que conocer y aprehender el espectro más grande posible. Es esta multiplicidad de miradas la que, a lo largo de diez capítulos, permite dibujar un panorama a la altura del fenómeno: no existe una verdad sobre el internet y no podemos señalar un rumbo fijo.

La ciencia ficción imaginó un futuro con autos voladores, robots y demás aparatos. Pero lo más importante quedó fuera, ¿qué implica el hecho de que el mayor avance en términos tecnológicos exista en función de la comunicación entre humanos? Por más que, en algunos casos, se desdibuje la mano humana, lo que existe detrás de un teclado siempre es un otro –directa o indirectamente. Y aquí está la raíz de la obsesión de Herzog (Múnich, 1942) que, a su vez, se encontró con los portadores de muchas otras obsesiones: el internet parte de lo humano para regresar a lo humano. Kevin Mitnick, el hacker «más famoso del mundo», enuncia algo crucial: en su quehacer, lo más importante siempre es la búsqueda del factor humano. Los errores que encuentra para poder hackear sistemas siempre provienen de ahí, porque los sistemas fueron creados por humanos.

En algún momento, uno de los entrevistados opina que, aunque existieran algoritmos capaces de realizar una película –actualmente, por ejemplo, se está desarrollando una cinta a partir de inteligencia artificial para lograr un «hit infalible»–, el resultado no sería tan bueno como lo que logra Herzog. El director responde, «Por supuesto que no». Detengámonos en este momento: Herzog se ha dedicado a explorar la condición humana y escarbar en sus rincones para develar zonas que, alguna vez, estuvieron en la sombra. El internet y sus tecnologías, entonces, parecerían un exceso de iluminación que intenta eliminar todo rastro humano. La obsesión aquí se revierte: en esta ilusión de completa accesibilidad y transparencia, Herzog quiere encontrar las zonas de sombra que permanecen, lo caótico, la imperfección, las arrugas, los lunares, la enfermedad.

Su búsqueda lo lleva a un encuentro con personas que necesitan vivir aisladas porque sus organismos reaccionan negativamente a las ondas electromagnéticas: vivir en un espacio con celulares, computadoras y conexión a internet les causa un dolor físico insoportable. Conoce también a un par de jóvenes que están internados en un centro de rehabilitación debido a su adicción a los juegos y la pornografía, alejarse de la red es un mecanismo de supervivencia para ellos. Sin embargo, ellos no son los únicos que viven aislados en estos términos: tan sólo el 40% de la población mundial tiene acceso a internet. Si bien el incremento es evidente y considerable tomando en cuenta que en el año 2000 la cifra apenas superaba el 6%, “un mundo conectado” todavía sabe un poco utópico. Sí, una –privilegiada– mitad del mundo está conectada, pero también habría que voltear a ver lo que sucede en el otro extremo. El acceso a internet, necesidad básica para tantos de nosotros, sigue estando fuera del alcance de más de la mitad de la población mundial. La tecnología puede ser cada vez más sofisticada –incluso podemos voltear a ver a otros planetas, como apunta Herzog– pero no ha acabado de abarcar el espectro humano. Está demasiado lejos estadísticamente e, incluso más, en su complejidad.

Hablar del factor humano en el internet engloba a toda la red, pero no engloba a toda la humanidad. Finalmente, tanto quien escribe como quien lee esto tenemos acceso al menos a una computadora con conexión, nos encontramos dentro del porcentaje privilegiado. Pero, a la vez, nuestras similitudes van mucho más allá de esa conexión. No somos humanos en función del internet, pero el internet sí se gestó y pervive en función del humano. Ése es el gran logro de Herzog: encontrarle las arrugas a un fenómeno que se esmera desesperadamente por ocultarlas.


Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica.  @ay_ana_laura