Shame: Deseos culpables
Por Abel Muñoz Hénonin | 1 de junio de 2012
Hablar de una “adicción sexual” para abordar Shame (2011) es dejarse engañar. El motor de la película está en otro lado. De hecho, para pensar la película importa muchísimo localizarla. Pasa en Nueva York. Y eso tiene sentido.
Steve McQueen es inglés, originario de Londres, una ciudad donde, como bien se sabe, es fácil conseguir sexo (quizá con una mujer con sobrepeso en minifalda, pero fácil). Su ciudad era el cuadro perfecto para tratar una adicción sexual. Entonces, ¿por qué Nueva York? Porque está en Estados Unidos. Es más, en varios sentidos es la ciudad que representa a ese país. Ahora, la pregunta obligada es ¿por qué ese país? Porque, aunque sea un lugar común, hay una relación entre Estados Unidos y el sexo. Con un sexo fácil y rápido, de consumo.
Brandon (Michael Fassbender) es una reconstrucción de la figura típica del galán del cine gringo y, al mismo tiempo, su revisión crítica. Es un hombre de éxito que hasta “tiene un departamento propio” en Nueva York y, además, está guapo. Naturalmente tiene muchas mujeres, incluso, en ocasiones, por las que no paga. Esto no se puede pasar por alto: Brandon tiene mucho sexo porque lo consume (en carne viva o en línea) y sólo en ocasiones liga: una vez (lograda) con una mujer que conoce en un bar; otra (fallida) con una compañera de trabajo. El ligue de bar es casi involuntario, de hecho, es uno de sus compañeros de trabajo el que lo emprende; él sólo acepta el destino y el sexo que viene con él. Es un acto de consumo sin dinero, pero con algún precio: hay que pasar por un ritual. El ligue fallido implica cita con cena y conocer a una mujer, Marianne (Nicole Beharie), darle nombre y escuchar su historia. En el momento del sexo, Brandon se siente vulnerable y se vuelve precoz. Luego sustituye a Marianne por una prostituta, a la que trata en vano como un caballero: ella conoce el juego y él luce patético.
El único momento en que Brandon arriesga se siente vulnerable. El nuevo galán no se arriesga: consume y por eso siempre está en zona confortable: cuando uno consume siempre obtiene lo que busca. Ni siquiera se puede hablar de un mujeriego porque no hay coqueteo; sólo hay transacciones.
La pornografía en internet ‒una actividad cotidiana del personaje‒ puede darnos una clave para ir más lejos. Es muy similar a la actividad sexual que vemos en Shame, pero dice algo del presente. En palabras de Chuck Klosterman: «los deslices sexuales modernos son estereotipados, tristes, incomprensibles y/o una combinación de las tres cosas»[1]. Estamos hablando de tríos, de colegialas treintañeras, de pechos operados. El trío final de Shame podría encontrarse como inter-racial threesome en algún servicio en línea. Es un estereotipo triste rematado en una cara que mezcla el placer con el dolor más profundo (una prueba más de las capacidades histriónicas excepcionales de Fassbender).
La cara del orgasmo es uno de nuestros lugares más íntimos, más verdaderos. ¿Qué nos refleja esta cara actuada, esta representación de un momento profundo? Tristeza. Como el galán siglo XXI no arriesga, no deja lugar al azar y, por lo tanto, no ama. Ejecuta el sexo como el trabajo y así se deshumaniza. Porque si hay algo humano eso es el amor, pero el amor siempre es una relación abierta hacia otro y hacia el misterio. El amor siempre descoloca, lleva a otro sitio. Steve McQueen (Londres, 1969) y su equipo ponen en evidencia una de las grandes crisis de Occidente: el riesgo de que la preminencia de la apertura sexual sea el sustituto absoluto del amor. El título es sintomático. Shame es una palabra polivalente. Puede traducirse como pena, vergüenza, lástima, deshonra. ¿Estamos deshonrando un valor central de la cultura occidental, nos estamos deshonrando a nosotros mismos? ¿No es una pena que estemos dejando vacío al sexo? Nueva York aquí es el símbolo de toda una cultura. Por eso es el escenario ideal.
Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 1, verano 2012, p. 56), y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.
[1] Chuck Klosterman, “Porn”, en Sex, Drugs and Cocoa Puffs, Nueva York, Scribner, 2004, p. 115.
Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica como parte de las funciones que desempeña como subdirector de Publicaciones y Medios de la Cineteca Nacional. También imparte clases en la Universidad Iberoamericana.
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