El planeta de los simios: (R)evolución

El planeta de los simios: (R)evolución

Por | 1 de mayo de 2012

César quiere ser un niño de verdad y fracasa en el intento. Tratándose de un chimpancé con una inteligencia humana o superior, y atrapado en su cuerpo, era obvio. De ¿niño? quiere una bici como la de su vecinita; de ¿mayorcito? acaba en la correccional, pero es inocente. La correccional es un refugio para primates, entre los que tampoco encaja hasta que los hace como él mediante el producto que su ¿padrastro humano?, un científico, está desarrollando para curar el Alzheimer y sólo sirve para acrecentar la inteligencia de los monos, para hacerlos más humanos, vaya.

Total, que es la intervención del hombre lo que convierte a los simios en entes inteligentes y eso termina convirtiéndose en una maldición porque, además, la fórmula termina por generar una pandemia mortal entre los humanos. Como en el Génesis, el conocimiento es la condenación del hombre.

Pero César, que creció entre ellos tiene la raíz de la civilización e incluso valores cristianos y democráticos. Estamos ante el viejísimo problema de la hybris, pero el humano no es castigado del todo en la medida que su civilización sobrevive aunque sea en otra especie. En su nueva versión, El planeta de los simios (Planet of the Apes, 1968 a la fecha), deja de ser el horror del hombre frente al otro, extraño pero similar, y se convierte en una épica de pervivencia de los valores gringos, más allá del tiempo y las especies. Y para darle lógica a esta relación hay explicaciones innecesarias (el detonante de todo es una investigación médica) tan decepcionantes como los midiclorianos en el Episodio I (Star Wars: Episode I – The Phantom Menace, George Lucas, 1999). Quizá los escritores hayan olvidado que sabemos jugar a la ciencia ficción.

Y si eso no fuera suficiente tenemos una película de acción típica: con historia de amor (aunque sin sexo), con un héroe solitario (César) que gracias a la ayuda de un comando (otros simios) logra un objetivo, con un negrito muerto (aquí un gorila), y con un malvado que es castigado al final (un negro), sólo que en este caso no se entiende cuál es su delito (¿dirigir una farmacéutica?). Por lo menos, la batalla final es medio emocionante.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 0, primavera 2012, p. 59) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica como parte de las funciones que desempeña como subdirector de Publicaciones y Medios de la Cineteca Nacional. También imparte clases en la Universidad Iberoamericana.