Norte: El fin de la historia

Norte: El fin de la historia

Por | 11 de agosto de 2016

En un futuro cercano, cuando empecemos a hablar en pasado de lo que hoy agrupamos bajo etiquetas cómodas como revolución de formatos, paradigma digital o nuevas tecnologías, quizá caigamos en cuenta de la dimensión insospechada del cine filipino en el presente siglo. Pocas industrias nacionales –me permito usar una expresión démodé, a falta de otra más exacta– han potenciado las posibilidades de sus autores y artistas visuales con el brío latente en las cintas más logradas de Brillante Mendoza, Raya Martin o Lav Diaz, hijos de un cine sin padres y herederos de un solo abuelo: el oculto y legendario Lino Brocka, cuyo abultado cuerpo de obra se consumió como fósforo en menos de quince años y después desapareció para recluirse en el fondo de archivos y filmotecas.

Lav Diaz (Datu Paglas, 1958) es, seguramente, el cineasta más consistente y radical de una generación imposible (Martin roza los 30 años; Mendoza, los 60), y también el más hábil en la construcción de una poética individual –si bien con aspiraciones nacionales– a partir de estos formatos digitales. Las diez horas de su sexto largometraje, Evolution of a Filipino Family (Ebolusyon ng isang pamilyang Pilipino, 2005) acumulan, para el que las aguante, una densidad intrincada, novelística, orfebre, detallista; la estructura del relato como río de corriente ancha, profunda, está emparentada directamente con Heimat (Edgar Reitz, 1984) o Sátántangó (Béla Tarr, 1994). A partir de entonces, Diaz traza en cada nueva película arcos narrativos ambiciosos que van de los 340 minutos de From What Is Before (Mula sa kung ano ang noon, 2014) a las ocho horas de la reciente Un arrullo para el penoso misterio (Hele sa hiwagang hapis, 2016), sagas desbordadas, corales, que recorren el cauce inabarcable de la trágica historia filipina como quien escribe epopeyas tardías.

Frente a éstas, en los –apenas– 250 minutos de Norte: El fin de la historia (Norte, hangganan ng kasaysayan, 2013) se intuye una obra menor, intimista, la crónica de cámara de una amistad quebrada por un asesinato y un malentendido. Nada más lejos de la verdad. Norte es una película madura y estimulante en la que su director parece, al fin, haber encontrado un punto de comunión entre la idiosincrasia de una cinematografía condenado al exotismo avant garde y la exploración de temas universales a través de narrativas clásicas. Aunque el pivote argumental sea puro Dostoievski (la muerte de una usurera a manos de un nihilista), son las secuelas y metamorfosis de la culpa, a lo largo del tiempo, las que ocupan mejor la atención y mirada del cineasta.

Consciente de que se trata de una cinta atípica en su quehacer, Diaz renunció a su costumbre de ocuparse él mismo de la cámara para delegarla en el estupendo fotógrafo Larry Manda. El resultado es un entramado de composiciones fijas, con breves y significativos desplazamientos de cámara, que obligan a atender el movimiento al interior del cuadro, las líneas y puntos de fuga que se pierden a través de ventanas, puertas y campos infinitos; los horizontes filipinos que caen sobre poblados casi inertes. Sin duda, una película de cuatro horas guarda espacio para planos dilatados, pero es la atención al detalle, su cronometraje exacto y el golpe emocional de dichos planos lo que evidencia la afilada inteligencia autoral de Diaz y Manda.

Norte, que actualmente integra el programa del 36 Foro Internacional de la Cineteca, merece y recompensa con creces la osadía de quien acepte su propuesta. Representa una sorpresa gratificante incluso para los pocos habituales de su ya veterano director, que logró al mismo tiempo, y paradójicamente, su película menos radical y más revolucionaria.


Sergio Huidobro es candidato a maestro en Letras Latinoamericanas por la UNAM. Formó parte del programa Berlinale Talents Press 2016 del Festival Internacional de Cine de Berlín. Recientemente fue incluido en la antología Dos amantes furtivos: Cine y teatro en México (2015).