Antonio Reynoso: Archivo de un cinefotó

Antonio Reynoso: Archivo de un cinefotógrafo

Por | 14 de julio de 2016

Tratemos de pensar en los principales exponentes de la fotografía moderna mexicana o en sus imágenes. Aparecerían nombres como Manuel Álvarez Bravo, Nacho López, Graciela Iturbide, Juan Rulfo, o más recientemente, Enrique Metinides. Difícilmente nos vendría a la mente el nombre de Antonio Reynoso y, mucho menos, remembranzas de sus imágenes. Quien fuera el encargado de los fotógrafos y del filme oficial en las Olimpiadas de México 68 y colaborara con personajes como Juan José Gurrola y Alejandro Jodorowsky carece del mismo reconocimiento que los fotógrafos antes mencionados.

La producción de Reynoso (Toluca, 1923-Ciudad de México, 1996) es escasa pero contundente. Resultado del Seminario de Investigación y Curaduría del Centro de la Imagen, la exposición Antonio Reynoso: Archivo de un cinefotógrafo, se centra en la trayectoria de uno de los fotógrafos más influyentes en la producción de la cinematografía y fotografía mexicana del siglo XX.

Para poder abordar su trayectoria es necesario remontarnos a los orígenes de su obra y de su inquietud por las imágenes. En una entrevista, Reynoso cuenta una anécdota sobre la raíz del sentido visual que tanto influyó en su preferencia por capturar el desnudo femenino. Su abuela, quien vivía en una región de Guerrero donde se encontraban las minas más importantes de plata del país, le narra que «cuando fue a visitar a su hermana vio, por una ventanita, a unas mujeres desnudas del color de la luna, que estaban como tendiendo ropa. ¡Fíjate, qué imagen!»

Esta breve anécdota nos remite a un momento crucial para Reynoso, un punto crítico que nos permite pensar en el papel de la imagen para el artista, antes de la imagen fotográfica física. Reynoso hace énfasis en las imágenes creadas por la palabra, la tradición oral y la imaginación, imágenes que son resultado de la experiencia propia de la gente, de su interacción con el entorno y que surgen de manera espontánea.

Pensar en mujeres desnudas del color de la luna nos hace imaginar escenas abiertas, poéticas, llenas de misticismo y misterio, determinadas únicamente por el bagaje de experiencias e imágenes poéticas y que difícilmente un dispositivo fotográfico puede lograr reproducir. Eso fue lo que Reynoso trató de hacer en una serie que tituló con ese mismo nombre, Mujeres del color de la luna, y que le valió exposiciones individuales en museos de gran renombre. Buscó una forma de representar y transmitir lo que la imaginería de la tradición oral causó en él.

Hablando en términos barthianos los desnudos de Reynoso no sólo muestran el erotismo, la sensualidad, la voluptuosidad, sino que el punctum de esas imágenes reside en la temporalidad. No en el esto-ha-sido del evento fotográfico, sino en el esto-ha-sido de la abuela observando a través de la ventanita y, consecuentemente, en el esto-ha-sido del proceso imaginativo que desencadenó en Reynoso. «Tiempo anonadado» es como lo llama Roland Barthes, una densa maraña de sucesos separados en el tiempo, que otorgan la intensidad, el estigma, a la imagen.[1]

A lo largo de su carrera, Reynoso tuvo temas de su predilección, aparte del desnudo femenino encontramos los umbrales, con una fuerte carga simbólica; la vida del campo sin recurrir a los clichés ni a la folklorización, los paisajes rurales y la pobreza también se impregnaron en los haluros de plata de sus negativos. Estos temas los podemos ver condensados en El despojo (1960), el mediometraje con fotografía de Rafael Corkidi y guión de Juan Rulfo que dirigióLa filmación se realizó en Cardonal, un pueblo del Valle del Mezquital, lugar que atrajo el lente de su cámara en otras ocasiones. Se trata de una obra cinematográfica única, cúspide del cine experimental mexicano de su época. A través de la fantasía y de la ficción Reynoso aborda la dramática realidad de los desposeídos, para quienes una huida para escapar de la muerte trae consecuencias trágicas. El cine de Reynoso buscaba nuevas formas en el lenguaje y los formatos a través de lo simbólico y abstracto.

Se podría decir que fue un momento preciso el que permitió que esta obra se realizara: por una parte la desilusión de Rulfo con la industria cinematográfica mexicana que rescataba jirones de sus guiones en busca de mayores ganancia; y, por el otro, la inquietud de Reynoso, con una visión y técnica maduras pero sin ningún apoyo. La espontaneidad dirigió su obra. Filmada con un  guión en progreso, durante los fines de semana y con habitantes del pueblo como actores, Reynoso retrata de manera fatalista una realidad sabida por todos.

Esta elipsis dramática, que conjuga su visión y experiencia técnica, es un ejercicio de traducción de la experiencia de los desposeídos. Un ejercicio que aborda a través de lo poético un tema que el realismo se queda corto en representar. El despliegue del tiempo interno, la resignación de la voz del personaje, lo desolado de los parajes, fueron primero imaginados para después ser plasmados. Un ejercicio del que Reynoso es consciente, gracias a esa ventana por la que vieron los ojos de su abuela.


[1] Cf. Roland Barthes, La cámara lúcida: Notas sobre la fotografía, Paidós, Barcelona, 1995.


Xavier Kat es fotógrafo y estudia la maestría en Diseño, Información y Comunicación en UAM Cuajimalpa. http://xavierkat.com/