Julieta

Julieta

Por | 14 de julio de 2016

Sección: Crítica

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La nostalgia y la culpa. Dos conceptos yuxtapuestos frente al recuerdo de una Julieta aturdida por el remordimiento. Atada por la falta de un cariño filial, y obsesionada por la esperanza y la ausencia, se encierra en el edificio donde se mudó con su hija Antía doce años atrás para comenzar a escribir la historia de su vida en un diario. Y aquí es donde Pedro Almodóvar amalgama, de nuevo, una austera radiografía del ser humano –esta vez en una mujer metamorfoseada en dos actrices– ante la sombra del recuerdo. Almodóvar (Calzada de Calatrava, 1949) vuelve a ser Almodóvar en este pintoresco universo femenino que ha consolidado en su filmografía. No más.

Ya en Volver (2006) examinaba el sobresalto de una chica al ver al “fantasma” de su madre. Por su parte, La piel que habito (2011) era el retrato de la obsesión tortuosa de un padre que desviriliza a su víctima frente a la impotencia de perder a su hija ultrajada. Ahora, en su más reciente trabajo, Julieta (2016), reconstruye la imagen de una mujer sujeta a la culpa, a un pasado que se hace atroz al pasar los años.

El recuerdo, leitmotiv recurrente en la filmografía de Almodóvar, se hace latente en la que podría ser su cinta más frívola y austera –la economía de su lenguaje se hace más que evidente–, hecha con una irónica estética engañosa centrada en una metamorfosis donde la culpa, y sólo la culpa, es una receta para la nostálgica pena de Julieta. La vitalidad de una joven Julieta –encarnada por la encantadora Adriana Ugarte– se ve trastornada desde el momento en que se niega a interactuar con un extraño pasajero en el tren donde realiza su viaje; una travesía que la llevará a conocer a Xoan (Daniel Grao). Con él se casará y se mudará a un pequeño pueblo costero. Los celos hacia Ava (Inma Cuesta), una amiga de Xoan; la presencia siniestra de Marian (Rossy de Palma, la ama de llaves que sabe más de lo que aparenta); y el precipitado destino fatal de Xoan se vuelcan en una maternidad fallida, detonante voraz de la turbulenta vida que lleva Julieta.

Julieta libra batallas aparentemente desoladoras, siempre bajo encuadres basados en una paleta de colores primarios y un dispositivo narrativo formal muy preciso. Un imaginario plástico que devuelve las tonalidades cálidas de sus películas, en contraposición a los juegos escépticos y más arriesgados de cintas como Los amantes pasajeros (2013). La Julieta mayor –interpretada por la desilusionada Emma Suárez–, ve transitar su madurez ante el recuerdo de su hija desaparecida, proyectada en dos niñas jugando baloncesto o en la ya mayor mejor amiga de Antía, Bea (Michelle Jenner). Se debate en conflictos internos (el arrepentimiento, la nostalgia, el resentimiento) configurada en dos rostros cuya transformación devela el (aparente) objetivo ruin que propone Almodóvar: un enfrentamiento cara a cara entre el pasado y el presente, la rabia y la culpa, y la vitalidad contra la madurez. Todo presentado desde un estilema ahora corporal: el cabello. Los pelos alborotados con una secadora al estilo punk que se hacen quebradizos cuando Julieta florece y madura, para culminar su transformación en un objeto lacio y opaco, así como ha sido su vida. No obstante, Almodóvar parece dejar una luz de esperanza al final. Su cabellera siempre permanece rubia y en su vestuario prevalece el color azul, como si estos elementos fuesen la guía para seguir mirando al futuro, aunque sea brumoso e incierto. Julieta vive con la esperanza de recuperar a su hija Antía, comprando tartas de cumpleaños y añorando una respuesta en una carta sin remitente. El último plano de la austera cinta de Almodóvar –un retorno a su añorada zona de confort, bien provista por la crítica europea tras su paso por la selección oficial del Festival de Cannes este año– fija el horizonte de una carretera frente al resplandor del sol reflejado en los árboles y la colina; una postal sujeta al derrotado canto de Chavela Vargas que resume la nostalgia plasmada por el director en su desdichada Julieta, su sencilla y culpable Julieta.


Edgar Aldape Morales es asistente editorial en la Cineteca Nacional.