Gustavo E. Ramírez Carrasco es editor en el Departamento de Publicaciones y Medios de la Cineteca Nacional. Contribuyó con un estudio sobre la obra de Pedro González Rubio al libro Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Documental (2014). @gustavorami_
P3ND3JO5: El tango ha muerto, viva la cumbia
Por Gustavo E. Ramírez Carrasco | 2 de junio de 2015
El barullo de la cumbia zumba en casi cualquier rincón de Buenos Aires, porque desde hace por lo menos veinte años el tango dejó de ser la verdadera música popular en Argentina y hoy sobrevive, más como un emblema nacional que como un objeto cotidiano, en los restaurantes para turistas extranjeros de San Telmo, en las casas de los viejitos que vieron sus mejores tiempos durante los años 50 y en la tradicional 2×4, la famosa estación de radio perteneciente al gobierno de la ciudad que mantiene al aire los clásicos de Goyeneche o Gardel aunque a cada vez menos gente le signifiquen algo.
La cumbia, por el contrario, se reproduce con velocidad entre los habitantes. Ha polinizado rápidamente incluso el gusto de la clase media ilustrada, y poco a poco, implacablemente transportada por las personas de las orillas de la capital en radios portátiles y auriculares que vibran a todo lo que dan, se ha adueñado del cuadrante radiofónico, los boliches (como llaman allá a los salones de baile, o antros) y, lo más importante en estos momentos, de las páginas de Facebook y otras redes sociales de un importante sector integrado principalmente por jóvenes.
En Ituzaingó, al oeste suburbial de la mancha urbana, el barrio periférico donde el director Raúl Perrone (1952) vive y ha hecho todas y cada una de las más de treinta películas que lleva hasta el momento (todas fervorosamente independientes, hechas con poquísimos elementos y protagonizadas por gente de la localidad), como en el resto del suburbano bonaerense, el característico ts-ts-ts–ts-ts-ts–ts-ts-ts – ts-ts-ts de la cumbia se ha hecho omnipresente y gobierna la musicalidad de los espacios públicos. Los pendejos, es decir, los adolescentes –el argentinismo poco o nada tiene que ver con el adjetivo insultante de la palabra usada en México– han enarbolado en torno a ella una especie de cultura de la resistencia generacional, que embarrada de drama juvenil, skateboarding al puro estilo Paranoid Park (Gus Van Sant, 2007) y trazos de fantasmagoría, es la base de la atmosférica y hasta cierto punto enigmática P3ND3JO5 (2013), la película con la que Perrone ya ganó un premio al mejor director en el BAFICI argentino y con la que sigue cosechando otros más alrededor del mundo.
La cumbia dub (hipnótica y psicodélica, por decir lo menos) de su banda sonora inunda las imágenes en blanco y negro, con formato cuadrado (4:3) y grano digital reventado que componen la totalidad del largometraje. De entre los pocos diálogos, no hay ninguno que de hecho pueda escucharse; todos son intertítulos, viñetas que aparecen en breves momentos de una película que, en general, no tiene mayor hilo narrativo: una pareja de pendejos vive un romance contra la voluntad de sus respectivos padres, quienes condenan además la vagancia y el skate; otros dos tienen una crisis cuando ella resulta embarazada y él, junto con un amigo, es acusado y perseguido por un mafioso por la supuesta muerte de un dealer.
Lo que sí hay en P3ND3JO5, y generosamente, es un explícito homenaje a las películas silentes de cineastas como Carl Dreyer –en un momento, incluso, un fragmento de La pasión de Juana de Arco (La Passion de Jeanne d’Arc, 1928) aparece en la pantalla so pretexto de una proyección de cine. Además, las oníricas secuencias ideadas por Perrone, con skaters saltando sobre los colchones de una tienda vacía, desvanecidos por un efecto de ralentí, podrían caber en algún segmento de A propósito de Niza (À propos de Nice, 1930) de Jean Vigo.
Para cerrar este texto debo decir que lo realmente sorprendente de P3ND3JO5 no es que emule –con éxito o no– la estética o los elemento formales o narrativos del cine europeo de entreguerras (obviamente no es la primera vez que algo así se intenta), sino la admirable capacidad de su director para transportar hasta ahí al universo juvenil, barriobajero y tecnologizado de un pueblo latinoamericano de concreto y apariencia industrial como lo es Ituzaingó. Todo esto bajo el sonido implacable de una cumbia enervante y, por qué no, de alguna pieza de ópera integrada a la pista en perfecta armonía y sin el mayor empacho.
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