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Sobre la falta de imaginación en las películas de arte 1

Por | 31 de julio de 2012

1)  Manual para festivales

Los festivales de cine son como museos: son tumbas del arte. Pueden ser tumbas del arte. No es banal que se hable de una institucionalización de los grandes festivales. Los AA (Cannes, Berlín, Venecia y Toronto) se han anquilosado en una idea más o menos cerrada del cine y por ello espacios más arriesgados, con Róterdam a la cabeza están encontrando públicos ávidos de experiencias alternas. Por ello tampoco es novedad que surjan festivales que tomen como modelo al último y que se anquilosen en propuestas “arriesgadas”, que en realidad son una especie de moda. Si uno frecuenta festivales de cine ha experimentado cómo muchas de las peores películas de su vida están programadas en ellos. Es parte de los riesgos de elegir entre un universo muy amplio.

Tampoco se puede ignorar que los festivales son una forma de comercio y que para subsistir requieren de públicos dispuestos a consumir lo que ofrecen. Y en principio lo que ofrecen son miradas con búsquedas particulares porque su público es el de cinéfilos iniciados, el de la gente que busca experiencias distintas a las del cine de cita con cena. Pero, en muchas ocasiones ofrecen películas que parecen estar insertas en géneros innombrados por la clasificación de gran mercado. Géneros que además son modas como el que en el mundo anglosajón se llama —con una perspicacia notable— slow cinema, la gran moda de principios de siglo junto con y opuesta a Harry Potter.

El género obedece a ciertas reglas:

  1. Debe —obvio— tener un tempo distendido.
  2. Debe moverse entre dos aguas, las de la documentalidad y la ficcionalidad, planteando de ese modo una pregunta alrededor de la dicotomía cine/realidad, una premisa clave tanto en lo estético como en lo académico. (Y que por cierto no es ninguna novedad, aunque ahora sea una moda. Por sólo dar un ejemplo está la Escuela de Bucarest de principios de los ochenta.)
  3. Debe tener mucho silencio y la menor cantidad de música posible (sobre todo si es extradiegética).
  4. Debe tener una fotografía naturalista y poderosa, aunque de preferencia muy clásica.
  5. De preferencia, debe estar situado en un paraje salvaje (un bosque, una selva, una isla…).
  6. Debe tener un personaje (o sujeto de observación o personaje-sujeto-de-observación) más o menos marginal.
  7. Optativamente, aunque de preferencia, la película debe tener un título que provoque al espectador, y es aún mejor si no mantiene ninguna relación de sentido clara con la anécdota.

Sin embargo, cuando uno hace listas como estas corre el riesgo apuntado por Laura Pardo (en un texto en imprenta) de pertenecer a una crítica que requiere «renovar sus expectativas y encontrar en las coincidencias algo más que la sospecha de una fórmula, que según este criterio es más o menos así: actores no profesionales + entorno rural o urbano proletario + guiño documental = película de festival». Vaya, la diferencia mayor es que yo consideré más puntos, pero en general su crítica a un tipo de críticos aplica perfectamente a mi crítica a cierto tipo de cine. Y lo peor es que en alguna medida los dos tenemos razón. Entonces habrá que recurrir a la dialéctica para llegar a otro lado…

Aquí puede leerse la segunda parte de este texto.

Este texto se publicó originalmente en la edición web de la primera etapa de Icónica (iconica.cinetecanacional.net, 31 de julio de 2012), y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica como parte de las funciones que desempeña como subdirector de Publicaciones y Medios de la Cineteca Nacional. También imparte clases en la Universidad Iberoamericana.