Lemonade o El duelo como transformación
Por Ana Laura Pérez Flores | 20 de mayo de 2016
Los videos musicales, generalmente, existen al servicio de la canción: están sujetos a la duración de un tema previamente producido y se desarrollan en función de su exhibición. Como medio de difusión para el tema, el álbum del que se desprende y la obra –o figura– del artista, su lógica es muy similar a la de un anuncio publicitario. En épocas de internet la cantidad de lanzamientos es abrumadora. Spotify nos trae recomendaciones semanales a la medida, YouTube tiene algoritmos para sugerirnos nueve videos a partir de haber visto sólo uno, nuestros contactos de Facebook y Twitter comparten constantemente su propia curaduría de links. El problema ya no es la distribución, sino, de manera opuesta, el exceso: entre el bombardeo de novedades, ¿qué tiene que hacer un artista para que se hable sobre su producto entre todos? Fundamentalmente dos cosas: conocer las dinámicas del mercado y contar con un proyecto que se sostenga en términos formales.
Pienso en dos ejemplos de las últimas semanas: el lanzamiento de A Moon Shaped Pool de Radiohead y el de Lemonade, de Beyoncé. En principio, se trata de dos nombres consolidados que no necesitan mayor introducción. Proyectos con públicos cautivos, cualquier cosa lanzada por ambos va a ser consumida por alguien. Quienes nos declaramos fans de Radiohead seguimos de cerca todo su performance digital, estuvimos atentos a los teasers, escuchamos el disco en el momento, algunos compramos los boletos para sus conciertos –sin siquiera conocer el álbum, en un voto de fe ciega–, vimos los videos, etc. Más allá de la opinión del público, se trata de un producto que está siendo consumido. Ahora, detengámonos en el segundo caso –que es el que me parece realmente interesante–: Beyoncé (Houston, 1981) lanzó una serie de teasers y guiños en sus redes sociales que anunciaban una première en HBO el 23 de abril a las 9 de la noche. Lanzados a la par, existen un álbum y un “álbum visual” –que contiene al primero en un largometraje dirigido por la cantante en colaboración con Kahlil Joseph (Seattle, 1981). A partir de ese evento, fans y no fans de la cantante siguen reflexionando al respecto y revisitando el proyecto.
Inicialmente, no es extraño que el anunciado como “álbum visual” haya hecho tanto ruido, las primeras personas que lo vieron no tardaron en especular sobre la naturaleza de lo narrado y su veracidad. La premisa es, en apariencia, simple: se trata de un monólogo interno (conformado por textos recitados y canciones) que comienza con el descubrimiento de una infidelidad y atraviesa por once capítulos durante los cuales una mujer intenta sanar. Se han escrito páginas y páginas discutiendo lo autobiográfica que parece la historia, la exposición de la vida íntima de Beyoncé y su familia, y varias cosas más que, a final de cuentas, son intrascendentes. Ahora, lo verdaderamente importante es que, después del éxito mercadológico y la controversia –que atrajo oleadas de espectadores– cuando uno acaba de ver Lemonade por primera vez se queda con la sensación de haber asistido a un espectáculo potente y a la vez abrumadoramente íntimo: universal.
Lemonade parece evocar las cinco etapas del duelo de Elisabeth Kübler-Ross y Las siete etapas de estar sola, de Warsan Shire[1], una poeta somalí de 27 años cuyos versos son citados en varias ocasiones. El viaje de la mujer retratada atraviesa por once capítulos: “Intuición”, “Negación”, “Enojo”, “Apatía”, “Vacío”, “Responsabilidad”, “Transformación”, “Perdón”, “Resurrección”, “Esperanza” y “Redención”. Con el pretexto inicial de hablar sobre la infidelidad, y a partir de las inseguridades que surgen de la traición, Beyoncé comienza un viaje de autoexploración que no es individual: implica una memoria histórica, una memoria familiar, una línea de tradición y de cicatrices visibles y escondidas. «Conectar, honrar, confrontar»[2] como recursos para, finalmente, cicatrizar: un proceso profundamente humano de autoconocimiento y reconocimiento vivido a partir de la condición como mujer –y específicamente de mujer negra. En el séptimo capítulo, “Transformación”, vemos una cadena de mujeres tomadas de la mano: «Veo a tus hijas y a sus hijas.» Para la voz que narra Lemonade, ser mujer es ser hija, ser madre, ser amante: ser mujer engloba tanto la fuerza como las imperfecciones. Pero, ante todo: una mujer jamás es sólo una mujer, sino una de todas las mujeres que somos.
Beyoncé expone el miedo, la violencia, la vulnerabilidad, el dolor, los celos, la sexualidad, la discriminación racial, la espiritualidad y, en un último momento, el amor como única forma de sanación: «Mi abuela dijo: nada real puede ser amenazado». No vemos una figura idealizada de la mujer fuerte, sino un ser humano fracturado que, después de las heridas, sobrevive. Lemonade engloba un duelo que es muchos duelos. La madre, el padre, la abuela, la hija, el hombre, los hombres, la hermandad entre mujeres: el viaje interno nunca será exclusivamente interno. Vemos a la mujer en soledad, videos caseros de la infancia y de la infancia de su hija, videos de su abuela, de su vida en pareja, de otras parejas alrededor, de mujeres de distintas edades. Finalmente, el proceso de sanación involucra todos los vínculos que constituyen a la mujer, al humano: somos la huella de nuestras pérdidas.
Sí, Lemonade es un producto pop exitosamente colocado al centro de un fenómeno mediático extraordinario y, sin embargo, es desbordado por lo que vemos. Cuestión atemporal y universal, ser mujer hoy implica, necesariamente, preguntarse qué significa ser mujer. El origen del título nos es revelado al final, cuando, a partir de algo tan simple como la receta de limonada de la abuela –«Encontraste la sanación donde no vivía. Descubriste el antídoto en tu propia canasta. Rompiste la maldición con tus dos manos», recita Beyoncé–, descubrimos que todo desemboca en un homenaje esperanzador a las mujeres que nos precedieron y las mujeres que nos sucederán.
[1] Los poemas están compilados en Teaching My Mother How To Give Birth, Rocking Chair Books, Londres, 2011 y Her Blue Body, Flipped Eye Publishing, Londres, 2016. Warsan vs Melancholy (The Seven Stages of Being Lonely) (2012), está disponible en un álbum aquí.
[2] Warsan Shire describe su trabajo como «documentación, genealogía, preservación de los nombres de las mujeres que me precedieron. Para conectar, honrar, confrontar.» En “The writing life of a young, prolific poet”, Alexis Okeowo, The New Yorker (en línea), Nueva York, 21 de octubre de 2015.
Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica. @ana_calamidad
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