El cine en vivo de Greg Pope
Por Ana Laura Pérez Flores | 17 de mayo de 2016
Sección: Crítica
Directores: Greg Pope
Temas: Cine en vivoCine experimentalEl NichoGreg PopeJohn Hegre
¿Se puede hablar de cine en vivo? El término, aunque parece paradójico, es la manera con que Greg Pope define el performance audiovisual que presentó en El Nicho #6. El acto articula imágenes provenientes de dos proyectores de 16 mm y sonido en vivo en un cuarto completamente oscuro. Las imágenes en movimiento son generadas al momento e interactúan con el sonido en un diálogo cuya intensidad va progresando: una transición de la oscuridad total a la luz y del silencio total al ruido.
Mientras John Hegre sonoriza la proyección, Pope interviene con herramientas distintas las cintas que serán inmediatamente proyectadas (formando una cruz y empalmándose): él mismo lo define como «creación desde la destrucción». No sólo escuchamos el sonido producido por Hegre: escuchamos también los golpes de las herramientas, el motor de los proyectores, la respiración del público. El performance desemboca en una sinergia en crescendo.
El cine en vivo adquiere de esta manera un carácter de ritual propenso a variantes tecnológicas y humanas. Las imágenes que vemos proyectadas surgen de un soporte físico, pero la conjunción de todos los elementos es un evento efímero: aquello que vimos cesó de ser en el instante en que el proyector se apagó (Pope incluso regala las cintas usadas a los espectadores). Las huellas que vimos proyectadas en la pantalla no van a volver a ser vistas.
Se vuelve necesario pensar sobre el tiempo y la simultaneidad: cuando uno ve una película, existe a la par de la reproducción del montaje de uno o varios eventos que alguna vez sucedieron frente al lente. Obviando las diferentes maneras en las que uno puede manipular la experiencia en los dispositivos personales, ocupémonos por ahora solamente de las proyecciones en una sala de cine: el público asiste a la reproducción de un producto terminado tiempo atrás, lo que percibe ya fue “expresado” y el proceso se concreta cuando esta expresión se encuentra con la mirada del espectador –misma expresión que podrá encontrarse con más espectadores cuantas veces vuelva a ser reproducida. El espectador está sujeto a los tiempos establecidos por el autor del filme, que, si bien siempre trabaja en función de un público potencial, no sabe realmente quién terminará sentado del otro lado de la pantalla.
En el caso del cine en vivo, la conjunción de energías y texturas que confluyen está siendo percibida tanto por artistas como por espectadores mientras es producida: ninguno de los involucrados volverá a experimentar aquello que sucedió. El público no es interpelado por un relato o por emociones claras, sino por la sensación de coexistencia e intimidad que sólo puede darse en los actos en vivo. Los estímulos, colores, texturas y pequeñas explosiones auditivas que crecen hasta convertirse en un ruido dominante, envuelven al espectador y lo hacen partícipe del proceso del artista. No vemos la obra cuando ha llegado a su culminación, existimos a la par de esta progresión y nuestros sentidos asisten al proceso. Ese encuentro irrepetible de imágenes, sonido y miradas es otro cine, un cine que responde a una pulsión inmediata e instintiva cuyo resultado es, ante todo, volátil.
Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica. @ana_calamidad
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