Therapy Dogs o De cómo hacer cine a través de afecto
Por Ofelia Ladrón de Guevara | 1 de diciembre de 2022
Sección: Crítica
Temas: Ethan EngTherapy Dogs
Es el último año de la preparatoria, una etapa liminal en la vida de Ethan y Justin. Con más preguntas que respuestas, ambos amigos deciden grabar cada día de clases con la intención de dar sentido a su existencia en la Cawthra Park Secondary School. Bajo el pretexto de realizar un video de graduación, este par se interna en los pasillos de la escuela: entrevistando compañeros, grabando las travesuras que los demás o ellos mismos realizan. A través de esta filmación más circunstancial que planeada, surge Therapy Dogs, la opera prima de Ethan Eng.
Las grabaciones hechas a lo largo del año se mezclan, destruyendo el tiempo lineal y creando otro: el de la película. La variación en los pixeles a consecuencia de las diferentes cámaras usadas despierta una sensación de collage: tomas grabadas con celular –a modo de una historia de Instagram–; una handycam con la que los amigos se internan en el laberinto de vasos rojos y cuerpos borrachos de una fiesta esforzándose por ser conciencia; el videojuego que aparece en pantalla mientras, en voz en off, Ethan le comparte a la mujer de un table sus preocupaciones sobre el baile de graduación, su miedo porque no tiene con quien ir y la solicitud de si ella puede ir con él. Así, la historia de este último año se despliega y una voz única y de gran fuerza surge preguntándose, a través de esta estética collage, si hay algo más en la vida que simplemente crecer.
Dentro de uno de los capítulos que componen el filme, Ethan (Eng) y Justin (Morrice) rememoran a un exestudiante de su preparatoria, quien, al igual que ellos, se propuso hacer un video de graduación. Sin embargo, aquel proyecto no llegó a buen término: antes de lograr concluir la preparatoria y el video, el joven se suicidó. A través de esta historia, Ethan y Justin construyen un mito que hace de Therapy Dogs (2022) una polifonía: entre más hallazgos de este par se suman, la película se ve más obligada a abandonar el territorio del documental e internarse en el de la ficción. Y, como ocurre con los desplantes de la imaginación sobre la cotidianidad, la ficción se embona y se confunde con el resto, haciéndose de vez en cuando perceptible para el espectador por sus leves guiños de juego.
Los cortes de escena –en ocasiones abruptos–, los cambios de una cámara a otra, así como la selección del material que se decidió mostrar son el latido del impulso de los propios Ethan y Justin por descubrir sus emociones y lo que hay detrás de las experiencias que vivieron durante su último año. Esa necesidad de dar un orden, de explorar su amistad y si es posible de encontrar una respuesta a lo que significa el paso de la adolescencia a la adultez: de las piernas que se lanzan ligeras y corren por el pasillo para luego brincar una pila de sillas hacia el ceño fruncido del policía que pide a Justin bajarse del techo del automóvil, donde lo han amarrado para grabarlo.
De esta manera, lo que guía y da orden a Therapy Dogs es el afecto. El coqueteo entre el documental y la ficción es en sí la pregunta misma, pues mientras los amigos juegan entre géneros, explorando los límites y –por qué no– rompiéndolos, lo hacen también con la adolescencia y la vida adulta. Es como si el transitar entre géneros y darle un orden a lo que grabaron durante un año les sirviera para entender y abrirse camino en la etapa que viven. Claro está que todo esto tiene sus cimientos en el cariño que a lo largo del filme ellos comparten: las grabaciones continúan porque así lo hace su amistad. No por nada, el nombre de la película hace referencia a los perros de terapia que ellos acarician dentro del filme, al recordatorio (aunque suene a cliché) de que el cine, al igual que esos caninos, brinda afecto y apoyo cuando lo demás es confusión. Gracias a una cámara y a la amistad, el sentimiento de no saber qué sigue para la edad adulta se manifiesta en el salto entre el documental y la ficción, entre distintas cámaras y cortes abruptos hacia una profundidad que permite entreabrir la cronología lineal de la vida y preguntar si hay algo más, si el afecto y la amistad bastan para hacer de la confusión una película.
Ofelia Ladrón de Guevara, parte del equipo de redacción de Icónica, estudió Antropología en la UNAM. Fue seleccionada para el programa Talent Press del Festival Internacional de Cine en Guadalajara, finalista del VI Concurso de Crítica Cinematográfica del Festival Internacional de Cine de Los Cabos y Jurado Young Canvas, todo en 2022. Ha colaborado en medios como Punto de partida y Correspondencias.
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