Adolescencia
Por Santiago Padilla de Miguel | 27 de mayo de 2025
Sección: Crítica
Temas: AdolescenceAdolescenciaCine británicoJack ThorneMiniseries británicasNetlifxStephen GrahamTelevisión británica
Estaba hablando con un compañero, teníamos alrededor de trece años, y él, sin una pizca de ironía o sin evidencia de estar hablando con dobles sentidos, totalmente serio, como intimando en un momento de confianza, me dijo: “De grande me gustaría ser como el Pelón de Brazzers –un actor pornográfico conocido, entre otras cosas, por su calvicie–. Es mi ídolo.” La línea anterior, aunque hoy en día leerla pueda causar gracia, entonces, al parecer, no buscaba aquella reacción. No merece ningún adendum la evidente relación que dicha persona tenía con la pornografía y no sé si, entonces, él habría podido siquiera mantener una conversación con una chica sin desmoronarse de pena.
Más o menos un año después, pasando a la secundaria, otro compañero, también sin sarcasmo, me dijo: “Las mujeres solo sirven para tener hijos y para hacer el amor”, entiéndase palabras más, palabras menos. Enojado, osé preguntarle qué pensaría su madre o su hermana o cualquiera de sus amigas sobre eso, a lo que tan solo levantó los hombros. Lo paradójico de aquella situación fue que, aunque dichas palabras me indignaron, no me parecieron sorprendentes, como si ya entonces sospechara que muchos compañeros pensaran así.
Neil Shyminsky, maestro en el Cambrian College de Canadá, dice que la persona más citada hoy en día entre jóvenes es Andrew Tate. Las anécdotas narradas en los párrafos anteriores sucedieron hace más o menos once años; una década después, acaecida ya la explosión que el movimiento feminista ha tenido desde hace más de un lustro, sin embargo, parece ser que la situación con los hombres y principalmente con los jóvenes no ha mejorado. Al contrario. Entonces, queda cuestionarse: ¿qué está pasando?
Se preguntarán, ¿a qué viene este extenso anecdotario? ¿No se suponía que este texto debía ser una crítica a una serie? De ser así, están en lo correcto, más me es imposible escribir sobre Adolescencia (Adolescence, Stephen Graham y Jack Thorne, 2025) sin hablar de dichas cosas, puesto que la serie busca explorar aquella problemática actual.
Para aquellos que no han visto la serie –y recomiendo verla–, ¿de qué va Adolescencia? La serie cuenta la historia de Jamie, un chico británico de trece años, que es arrestado por el asesinato de una compañera suya, Katie. A lo largo de los cuatro episodios de la serie, se exploran diferentes aspectos relacionados al crimen. En el primer capítulo, la policía lleva a Jamie a la comisaría, donde pasa por diferentes protocolos y es confrontado con evidencia del asesinato; de todos los episodios, este es el único en el que se duda sobre la culpabilidad de Jamie, ya que al final del capítulo queda claro, sin lugar a dudas, que él cometió el delito. El segundo episodio sigue al detective Bascombe, encargado del caso, que va a la escuela a la que tanto Jamie como Katie asistían, buscando alguna pista que lo lleve a encontrar el arma del crimen, así como para inquirir en las posibles razones del asesinato. El tercer episodio consiste en una entrevista entre Jamie y Briny Ariston, una psicóloga que lo interroga para comprender los motivos detrás del crimen. Finalmente, el cuarto episodio sigue a la familia de Jamie, trece meses después de que aconteció el asesinato. También, por supuesto, hecho que ha llamado mucho la atención, cada episodio sucede en un plano secuencia ininterrumpido.
La serie, tanto técnica como dramáticamente, constituye un logro. Durante la mayor parte del metraje, el recurso del plano secuencia (que podría considerarse una forma barata de aumentar el interés en la serie) no parece ser fortuito y tiñe al drama de cierto apuro que funciona bien. Excluyendo ciertos momentos en el primer y cuarto episodios, ni el ritmo ni el interés decae, las elipsis no se echan de menos, y quizás el mayor logro de dicho recurso es que pronto se olvida. Los personajes se exploran con esmero y son interesantes, a pesar de que ninguno de ellos salga en más de dos capítulos. La serie intenta explorar un tema complejo sin caer en la moraleja o en el maniqueísmo y tampoco intenta imponer, me parece, una posición sobre el tema.
Los hechos que acaecen en la trama de la serie fueron inspirados no por un caso, sino por varias instancias análogas de violencia adolescente. La serie señala un problema, mostrándonos quizás uno de sus síntomas más graves, y no ofrece soluciones fáciles –cabría preguntarse si siquiera ofrece alguna–. Y dicha vaguedad, que remite a la complejidad del tema, mientras que constituye un logro, es a su vez, un fallo de la serie.
Volviendo al anecdotario, cuando estaba en sexto de primaria, los directivos de la escuela, sumamente preocupados por el contenido soez al alcance de los dedos de los jóvenes gracias al internet, llamaron a todos los chicos varones de mi generación para interpelarlos, y reprenderlos de ser el caso de que alguien lo admitiera, sobre quién había visto el terrible e incorrecto video musical de Sexy and I Know It (2011) del grupo LMFAO. Por supuesto, dicha encomienda fue frustrada puesto que nadie admitió haber visto aquel video. Y, probablemente, mis compañeros salieron de la dirección riendo entre dientes y diciéndose: “¡Si tan solo supieran todas las cosas que he visto!”
Dicho ejemplo, me parece, ilustra la distancia ya entonces inmensa entre el mundo de los jóvenes y los adultos. Los directivos no tenían ni idea de cómo reaccionar y, teniendo en cuenta la estrategia que emplearon, queda claro que no conocían ni el alcance ni la libertad con la que los dispositivos electrónicos dotaban a sus estudiantes. Probablemente también, aquel mismo día de la dirección, mis compañeros regresaron a casa más ávidos y preparados para buscar y ver el susodicho video musical –puesto que no hay mejor publicidad que la que sus maestros les dieron– o, en algunos casos, ingresar ya por costumbre a su página pornográfica de preferencia para pasar el rato.
¿A qué viene esta anécdota con respecto a la serie? Adolescencia peca de vaguedad, fácilmente confundida por complejidad, en lo relativo al tema que explora. Ante dicho respecto, hay dos posibilidades: la primera, que los guionistas buscaran voluntariamente dejar las cosas vagas en pos de que la serie no deviniera en una cátedra moral, favoreciendo el efecto dramático de los capítulos sobre la elaboración del tema; o, en el segundo caso, que dicha vaguedad se deba a una incomprensión de la materia a tratar, derivada de la distancia insoslayable entre generaciones. Durante la redacción de este texto, ingresé a una conferencia de pedagogos y psicólogos donde conversaban sobre la serie.[1] Una de las conversadoras citó a Yuval Noaḥ Harari, que decía que, derivado de la velocidad de los cambios actuales, los padres de hoy van a tener más que ver con los originales Homo sapiens que con sus propios nietos. No estoy seguro de si las cosas llegaran a tal extremo, más me parece que la idea es acertada.
Jack Thorne (Bristol, 1978), uno de los guionistas de la serie, menciona que Adolescencia no es un who-done-it (¿quién lo hizo?), sino más bien un why-done-it (¿por qué lo hizo?). El misterio sobre la razón del crimen permea el desarrollo de la serie, pero, realmente, son pocas las respuestas que da. En el segundo capítulo, el hijo del detective Bascombe (un chico de más o menos la misma edad que Jamie), le da a su padre lo que pareciese ser una pista importante para las posibles razones del asesinato. En algo así como dos minutos, el hijo del detective le desglosa los “verdaderos” significados de los emojis que se habían estado empleando en redes sociales para bullear a Jamie. Dichos significados se presentan como si se tratase de una clave hermenéutica y de decodificación para dar acceso a los adultos a la vida digital de los adolescentes. Sé que este dato, tomando en cuenta lo que mi padre me dijo sobre la serie, así como por comentarios que otros padres de familia me compartieron, les pareció significativo, puesto que desconocían los “sentidos ocultos” de aquellos emojis. A tal grado llegó dicha impresión, sospecho que principalmente en adultos del rango de edad de mis padres, que en la página de Vida del periódico Reforma del domingo 20 de abril del 2025, se presentó un artículo que hacía de diccionario de los susodichos emoticones a los que la serie hacía alusión, para que los padres pudieran saber, al fin, qué estaba sucediendo en el mundo de sus hijos y que así pudiesen protegerlos.[2]
Puede objetarse, a primera instancia, que dichos significados no son universales a todos los adolescentes. Me atrevería a decir que ni siquiera dentro de la misma Inglaterra dónde acaece la serie. Asimismo, el desglose ofrecido no muestra más que una traducción ruda y externa de los signos, soslayando el sentido complejo que pueden tener. Un padre no puede comprender «skibidi toilet” solo por verlo, así como tampoco puede penetrar en los memes que doblan de risa a sus hijos, haciendo cortocircuito cuando sus pequeños les enseñan una foto de caricatura con un texto superpuesto que dice “Tacos de papaya”. Incluso, si dichos adultos fuesen sometidos a una tortura al estilo de La naranja mecánica (Clockwork Orange, Stanley Kubrick, 1971), obligados a ver dichos memes sin parar, serían incapaces de penetrar en su sentido, puesto que su significado no está incrustado en sí mismos, sino en una serie de relaciones a las que son ajenos.
Entonces, ¿cuáles otras hipótesis sobre el asesinato presenta la serie? ¿Que el asesinato fue fruto de la incapacidad de Jamie para sobrellevar el rechazo femenino? No parece ser, o al menos no solo eso, puesto que hace diez o veinte años dicho tipo de crímenes entre jóvenes no eran más comunes, a pesar de que aquel rechazo ya existiera. ¿Actuó así Jamie porque se sentía abandonado, puesto que su padre no lo veía cuando fallaba en el futbol? ¿Nos está diciendo esto algo sobre las relaciones entre padres e hijos? De ser así: ¿qué cosa? ¿O es que Jamie actuó así porque lo bulleaban? Y si así fue, ¿por qué actuó contra Katie y no contra los chicos que le escupían? Se puede argüir, de nuevo, que la serie no responde porque el tema es más complejo, pero parece ser más bien que su respuesta es la vaguedad.
He escuchado a la serie ser recomendada por varios padres de familia, implorando no solo que sus hijos la vean, sino que debería ser obligatorio que la pasaran en las escuelas. Algo similar le sucedió a mi generación con la película Después de Lucía (Michel Franco, 2012), filme que venía recomendado por los padres, dejándonos con una sensación de tarea y generando a priori un rechazo a lo que la cinta pudiese mostrar. Y, cuando la veíamos, quedaba la sensación de obvio mensaje moral: el bullying es malo y hay que actuar para evitarlo. Pero más que quedarnos con dicha moraleja, los jóvenes solo concluimos que aquello era lo que los mayores esperaban que dijéramos cuando nos preguntaran sobre la película o sobre el bullying. Durante el periodo en el que estaba preparando el texto, tuve el gusto de entrevistar a Isabel García Soto,[3] una psicóloga conductivo-conductual que atiende a chicos y chicas jóvenes, y ella me dijo que la serie estaba generando, por un lado, conciencia entre adolescentes, pero que, por otro, también les estaba dando ideas. ¿Cómo?, me pregunté. Conjeturo que la “conciencia” que está generando en los jóvenes proviene en parte, como lo fue en el caso de Después de Lucía, sí, de una visualización de un problema y de la posibilidad de hacer algo al respecto, pero también de aquello que ellos saben que los adultos esperan que opinen sobre el tema. Pero más significativa es la segunda parte de la declaración de Isabel: les está dando ideas.
También, pareciese ser a su manera, que dicha recomendación adulta de la serie fuese una clase de condescendencia moral. Volviendo al conversatorio al que aludí más arriba, otro presentador mencionó que había entrevistado a jóvenes sobre la serie y que estos habían respondido variantes de lo mismo: que ellos sabían que hacían cosas malas, pero no las dejaban de hacer, puesto que ganaban en otros aspectos al hacerlas.[4] Ellos saben que lo que sucede en la serie es reprobable o que el bullying no es algo bueno, eso queda claro, pero igual saben que el mero hecho de que algo sea fuente de reproche no lo previene. Ellos conocen y, más aún, viven, la ambigüedad moral de sus acciones y las complejas implicaciones que tienen, ellos saben que las cosas no son tan simples, con la certidumbre de lo que se da por hecho, sin que necesiten ser elocuentes sobre ello. Y, en este respecto, la serie compila otro logro: la ambivalencia de Jamie. ¿Cómo pudo llegar ahí?, es una pregunta que asalta a la audiencia. No es un Kevin, cuya psicopatía no es redimible. Jamie podría ser quien sea, puede encontrarse incipiente en nuestro sobrino, en aquel amiguito o, en el peor de los casos, en nosotros mismos.
Volviendo a las posibles razones para el malestar de Jamie, o por extensión, de cualquier adolescente, podremos preguntarnos: ¿vendrá, acaso, de un desasosiego derivado de una mala lectura del feminismo, donde el joven concluya que no tiene escapatoria a su condición?, ¿que, por más que intente mejorarse, el hecho de que sea hombre lo predestina a un devenir funesto, a ser, sin alternativa, la razón del mal de las cosas? ¿Será que se siente abandonado, calificando de antemano cualquier predisposición masculina que tenga como tóxica? ¿Cómo le afecta un ambiente donde se esparcen, copiosas, historias de éxito prematuro, cuando ellos apenas pueden llegar a fin de curso? ¿Tiene algo que ver la perspectiva del futuro del mundo que se les presenta, por decir lo menos, como apocalíptica, sin una salida vislumbrable? ¿Por el realzamiento del valor de la superficialidad en redes sociales que eclipsa otros aspectos valiosos en cada uno? ¿O, por el lado de las jóvenes, a quienes les imponen nuevos ideales sobre la feminidad a las que se tienen que ajustar, o a la paradoja entre las batallas ganadas del feminismo y la impotencia ante el hecho de que la violencia y el sexismo siguen su curso? Puede ser que muchas de estas posibilidades estén derivadas de una mala lectura de los hechos por parte de los jóvenes, por confusión o por algún error en su lógica. Pero, más que los entresijos de sus razonamientos, habría que pensar en el efecto emocional y ambiguo que aquellos pensamientos les generan.
Así como los guionistas de la serie pareciese que no saben responder a las razones del crimen, igualmente las respuestas de Jamie ante las preguntas de la psicóloga en el episodio tres parecen también estar limitadas. Pero, ¿qué comprensión se esperaría de un joven de aquella edad, cuando tampoco los adultos parecen tener una pista? Sobresale, sin embargo, el desasosiego, la angustia y la soledad del joven, su ruego por una gota de comprensión de la psicóloga. Y quizás sean estas expresiones las más honestas que da: en su incomprensión, en algún dolor, en aquello que no pueden verbalizar y que ningún desglose de significados puede penetrar; como, por otro lado, en los golpes enfurecidos de Jade, la mejor amiga de Katie, en el segundo capítulo, impotente ante la situación que la abruma, en su silencio y su reticencia ante las autoridades, en la sensación de abandono ante la incomprensión de su maestra frente a la complicada situación económica en la que se encuentra su familia (como la de tantos otros chicos en aquella escuela de jóvenes marginados) y en su carácter reservado que no encuentra expresión clara.
Finalmente, habría que pensar en otro aspecto que, me parece, está operando por debajo del agua desde un punto de vista guionístico. La adolescencia, en la historia del cine, por ejemplo, ha sido fuente de estupor y confusión (véase en el cine de terror El exorcista [The Exorcist, William Friedkin, 1973] o Carrie [Brian De Palma, 1976], o en otros géneros Kids o Gummo [Harmony Korine, 1995 y 97, respectivamente]). Aquella etapa de la vida, difícil de comprender ya sea por aquellos que la viven o por los que ya salieron de ella, es un periodo en el que se contraponen tanto la ingenuidad, el candor y la ternura, propios de la infancia, contra aspectos que pertenecen propiamente al mundo adulto. Aquel espacio ambiguo, que va y viene, que vuelve imposibles a los jóvenes, genera abyección y confusión: nos es difícil equiparar la coexistencia de aquellas realidades, de dilucidar aquel estado en el que no aplican los esbozos simples. En el segundo capítulo de la serie, en el que el detective Bascombe visita la escuela, este espacio poblado de jóvenes es presentado como una clase de círculo dantesco, horroroso y confuso, ante el cuál los adultos y maestros no saben reaccionar ni comprender. El carácter de los adolescentes, incontrolables, groseros y sarcásticos, se termina de aclarar con las palabras de uno de los maestros: “¿Qué te puedo decir? No sé nada de ellos. Estos chicos son imposibles.”
Como los adultos que circundan a los chicos, pareciese que los guionistas se paralizan, estupefactos, ante lo que tienen de frente y en aquel desasosiego solo pudiesen representar aquel espacio como un escenario caótico.
Para concluir, de la mano del punto anterior, puede tenerse en cuenta el último episodio de la serie en el que los padres de Jamie, trece meses después del crimen, siguen sin entender lo que sucedió: intentan encontrar la razón de que su hijo cometiese aquel asesinato, pero solo aciertan a verse en el espejo y preguntarse: ¿qué hicimos mal? Sin poder, sin embargo, encontrar su error. Impotentes ante el estado de las cosas, confrontados por la complejidad del mundo, se tornan a aquello que conocen, a ellos mismos y no encuentran nada. Es una bandera blanca, la admisión de la derrota y los guionistas, como los padres de Jamie, aceptan su impotencia.
Santiago Padilla de Miguel estudia cine en la Escuela Superior de Cine, forma parte de la redacción de Icónica y colabora en El Taller de Escritura un perfil sobre cine y literatura en Instagram.
[1] Mónica A. Villareal García, Andrea Diego Armida, José Francisco Cobela Vargas y Rocío Sahagún Kunhardt, ponentes del pánel “Adolescencia en contexto: Educación, prevención y mirada pedagógica”, Escuela de Pedagogía de la Universidad Panamericana, vía Zoom, 12 de mayo de 2025.
[2] Daniel Santiago, “Manósfera: Violencia virtual entre adolescentes”, Reforma 11,427, Ciudad de México, 20 de abril de 2025, p.18.
[3] Isabel García Soto, entrevistas vía Zoom, Ciudad de México, 7 y 12 de mayo de 2025.
[4] José Francisco Cobela Vargas en el pánel “Adolescencia en contexto”, ver arriba.
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