De jueves a domingo

De jueves a domingo

Por | 1 de septiembre de 2012

El road trip emprendido en el cine de la última década, proveniente de latitudes variopintas, ha visto como destino final, oasis y porvenir; el mar, espacio idealizado como aquel donde se podrá concretar la sublimación del protagonista, en el que exorcizará atavismos y expiará su pasado. Una idea a la que cada vez le cuesta más ocultar su redundancia y en varias ocasiones, su intención premeditada. Una premisa que alguna vez se soñó universal y que ahora sólo muestra lo limitada que es.

Es ahí donde entra una veinteañera chilena llamada Dominga Sotomayor con su opera prima; otro viaje por carretera, esta vez por barrenados y poco atractivos parajes andinos, prácticamente de extremo a extremo de Chile. Pero no, en De jueves a domingo no se localiza ni la introspección ni la travesía nihilista, sino algo más cercano: las últimas vacaciones de una familia arquetípica. Después de esos cuatro días que señala el título del filme, el personaje principal, Lucía (Santi Ahumada, suerte de representación de diez años de la realizadora, aunque esta última ha hecho hincapié en la nula relación autobiográfica), deberá de aceptar lo inaplazable: sus padres (Francisco Pérez Bannen y Paola Giannini) se separarán. No es casualidad entonces lo árido y hasta hostil del camino que atraviesa el destartalado automóvil, siempre en perfecta concordancia con esa crisis del mundo adulto visible pero impenetrable para la preadolescente (cabe abrir el paréntesis y escribir que de algún modo, también para nosotros: nunca queda del todo claro, cuál fue el detonante que provocó la ruptura).

Con De jueves a domingo, Sotomayor (Santiago, 1985) redondea la temática por la que ha venido sintiendo fascinación desde sus precoces cortometrajes (Debajo [2005], La montaña [2008] o Videojuego [2010]): el recuerdo infantil frente a hogares que se han desintegrado y la interpretación de los niños del suceso; empero, a diferencia de sus primeros trabajos, donde se veía todo a distancia (por ejemplo, Debajo está filmada íntegramente con top-shots; y en Videojuego, la mudanza que hace la madre, se hace en segundo plano), en De jueves a domingo (2012) tampoco es accidental que un porcentaje alto de lo que vemos se lleve a cabo en el interior del vehículo. Esa complicada filmación en la que entraban en tan estrecho campo de maniobra la fotógrafa, la directora, y los actores, buscó y logró hacer, con sus encuadres cerrados, incómoda la experiencia de la trayectoria: uno inmediatamente se remite a esos viajes veraniegos por carretera, que se concebían eternos. Y es precisamente sobre la memoria (naturalmente brumosa y distorsionada) que gira todo. Por ello las imágenes se presentan, digamos de algún modo, de forma aleatoria. Existen muchos cortes, no todo es conexo y a pesar de ello, las percibimos conocidas y muy lógicas: aquella discusión fatal de nuestros padres que presenciamos, la imposibilidad de hacer algo al respecto, la zozobra de lo que esa pelea pudiera desencadenar mientras se nos intenta hacer creer que nada había pasado. Justo como le ocurre a Lucía cuando se hace una breve desviación en el itinerario, debido a que su madre se topa fortuitamente con un matrimonio amigo al cual no ha visto en varios años. Ojalá ese picnic que hacen las dos parejas con sus respectivos hijos, en la única zona fotogénica que veremos, haya sido aprovechado por Lucía: quién sabe cuándo sea la siguiente oportunidad que tenga para no sentir preocupación alguna, a partir de ahora.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 2, otoño 2012, p. 53) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Alberto Acuña Navarijo, además de tener una amplísima labor como crítico, es guionista y realizador. Su último trabajo es el documental ¿Quien mató al viedohome? (2011-21).