La cueva de los sueños olvidados

La cueva de los sueños olvidados

Por | 1 de junio de 2012

Silencio, silencio por favor. Por favor no se muevan.
Vamos a escuchar el silencio de la cueva
y quizás, incluso, podamos escuchar
los latidos de nuestro propio corazón.
Jean Clottes, jefe de investigación de Chauvet.

Werner Herzog nos lleva a explorar las grutas de Chauvet, descubiertas en 1994 al sur de Francia y que albergan las pinturas rupestres más antiguas conocidas, a través de La cueva de los sueños olvidados. Este descubrimiento se destaca, sobre todo, porque representa el paso entre el hombre de Cro-Magnon y nuestra especie, el Homo sapiens, y así, el nacimiento del ser humano racional, consciente de sí mismo y de su entorno, punto de partida del hombre como creador.

En el trayecto aparecen un caballo de ocho patas, una pareja de leones de una especie ya extinta y quizás una de las imágenes más emblemáticas, la representación de una mujer de sexo y vientre exuberantes abrazada por un bisonte. Imagen tan fuerte que obliga a hablar de otras venus de la era paleolítica, como la Venus de Hohle Fels, figura de marfil encontrada en 2008 y a la que se le atribuye ser la primera estatuilla tallada por un hombre hace 35,000 años.

Un amigo antropólogo se refiere a Herzog (Múnich, 1942) como un visionario. En este caso, por el uso de cámaras 3D en un documental. De acuerdo. Aunque lo considero todavía más visionario por el tema que elige, por ser el primer no científico en examinar el sitio y por compartir esta fascinación con nosotros. Es posible que podamos acceder a la información relacionada con la cueva de Chauvet, pero de no ser por esta película y el esfuerzo de Herzog por realizarla, es poco probable que lleguemos a conocer el lugar. Se requieren olfato y agallas.

A través de la película se pueden sentir la humedad, el aire caliente, las texturas y cicatrices de los muros de la cueva. Las pinturas se mueven, gruñen, observan. Los silencios, rallentados y la música original de Ernst Reijseger imprimen un ritmo que nos permite contemplar y asimilar la información en paz.

A modo de una bitácora de exploración, Herzog nos incluye abiertamente en un viaje donde su voz es la guía. Quizás por ello, por compartir su tren de pensamiento y en él la propia fascinación y obsesión por el lugar, La cueva de los sueños olvidados (Cave of Forgotten Dreams, 2010) cobra una dimensión profundamente personal y trasciende el nivel didáctico. Así, aborda la película casi como una ficción, como si él mismo creara cada elemento. Parece que compusiera de antemano un elenco de personajes expertos en ciencia cuya razón se ha visto inevitablemente influida por el poder del lugar y aprovecha los elementos de la cueva para generar en nosotros un efecto cautivador. De no ser por ello, podríamos estar viendo el último hit del Discovery Channel. Herzog se define como un director vigoroso. Comparte por tradición una vena que encuentra su raíz en el romanticismo alemán: supone una ruptura de la forma tradicional, favorece la libertad creativa y un acercamiento desde la expresión humana, viva y llena de belleza. No es gratuito que compare los paisajes de Ardèche con óperas de Wagner (no es desconocida su trayectoria como director escénico de Lohengrin, Tannhäusser y Parsifal, entre otras obras wagnerianas) y con la explosión sentimental de los pintores románticos.

La cueva de los sueños olvidados apremia a recuperar un recuerdo relegado y con él, algo esencial de nosotros mismos. Los habitantes de aquel mundo, nuestros semejantes, encontraban su reflejo en esas cuevas. A través de la imagen se activa nuestra memoria colectiva y recibimos una señal de vida, ahora, 30 mil años después.

Encontramos nuestro reflejo en otros muros. Saciamos la necesidad de hacer evidente nuestra existencia y de plasmar nuestra propia huella en el tiempo a través de Facebook, graffitis, registros virtuales y no virtuales. Tal vez hoy seamos lagartos mutantes, y ni de eso podemos estar seguros. Quizás, y eso lo sugiere Herzog en un violento giro al final de la película, somos sólo doppelgängers, reflejos fantasma de nosotros mismos.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 1, verano 2012, p. 55) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Verónica Ortiz Cisneros es la directora de Programación y Difusión de la Cineteca Nacional.