Les misérables: ¿Qué camiseta portan

Les misérables: ¿Qué camiseta portan quienes no pertenecen a una nación?

Por | 17 de julio de 2020

Sección: Crítica

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15 de julio de 2018. Francia y Croacia se enfrentaban en la final del Mundial de Futbol en Moscú. Entre la audiencia surgió la polarización entre el triunfo de una selección previamente campeona o el triunfo de una selección esperanzada. El partido demostraba que, en la cancha, los indicadores sociodemográficos están de más. Las dos escuadras habían llegado hasta ahí. Lo particular es que la selección francesa es una muestra de diversidad étnica, con ascendencia principalmente africana, derivada de la inmigración. El futbol es el evento que une a un país, sin importar la situación social, política, económica o religiosa de las personas. Lo que queremos es ver triunfar a nuestra selección. Por un día, somos familia. Francia se coronó campeona con goles de Griezmann, Pogba y Mbappé. La celebración en las calles estalló y se transformó en vandalismo y disturbios. El lado oscuro del futbol se centra en la violencia.

Así inicia Les misérables (Ladj Ly, 2019). Después de la celebración en los Campos Elíseos, seguimos a un grupo de jóvenes que vive en un barrio pobre de la periferia parisina, ubicado en el distrito 93, el cual es controlado y vigilado por diferentes grupos sociales, incluida la brigada de lucha contra la delincuencia que, abusando de su poder, violenta a los grupos vulnerables. La brigada está compuesta por Chris (Alexis Manenti), un hombre experimentado y a la vez impulsivo, Gwada (Djebril Zonga), un traidor para los locales, y el recién llegado y reservado Stéphane (Damien Bonnard). En su día de entrenamiento, Stéphane se topa por primera vez con Issa (Issa Perica), quien se encuentra en la comisaría por haber robado unos pollos. Posteriormente reincidirá, ahora con el robo de un cachorro de león a un circo ambulante. Durante su arresto, Gwada le dispara al joven con una pistola de salva y el evento quedará grabado por un dron. A partir de ese momento, lo más importante es recuperar las imágenes incriminatorias.

La crítica social es clara, para empezar en los tintes documentales de la película. Los personajes están condenados por su entorno: abuso del poder, desigualdad y supremacía racial. El futbol nunca deja de estar presente: se tiene que pertenecer a un equipo para sobrellevar la miseria. Musulmanes, afrodescendientes, gitanos, niños, niñas… buscan representación, inclusión, apoyo, ya que no importa la camiseta que porten, su país los rechaza. Pertenecen a una nación en la celebración del campeonato, pero su realidad es otra, una realidad en la que el odio se propaga con facilidad. Stéphane sólo requiere de unas horas en compañía de Chris y Gwada para ejercer la impunidad policiaca. Así como sucede con las hinchadas, las prácticas violentas son la forma de rendir honor a su equipo. Mientras los jóvenes disparan a los policías con pistolas de agua, los policías les disparan con balas de salva. Aquella figura que está para protegerles, al igual que su país, les da la espalda.

El viaje en el que nos lleva la cámara de Julien Poupard por los suburbios, así como el acertado empleo de drones, demuestran que no son sólo 32.8 kilómetros los que separan al área metropolitana de París de Montfermeil: hay una frontera social con paisajes hostiles y arquitecturas bidireccionales: patrullas que se vuelven oficinas, mercados expansivos que se tornan zonas de guerra, restaurantes que funcionan como salas de juntas, azoteas que parecen ser torres de control y basureros que se erigen como parques de juego. Ladj Ly (algún lugar de Malí, 1978) recorre en 104 minutos el actual Montfermeil, recordado por algunos pasajes de la obra homónima de Victor Hugo de 1862 y por los disturbios de 2005. En casi 150 años, el panorama es prácticamente el mismo. A pesar de esto, el distrito 93 es un hogar, por ello hay tanto quien porta su número en la camiseta de la selección francesa, como quien rapea al respecto: «El gobierno no va a renovar el sitio que voy a habitar, voy a cambiar si eso me va a ayudar», recita un exrecluso.

La tensión está presente de inicio a fin, pero son los últimos minutos los que hacen estallar la película. Y es que hay algo que queda claro: ya sean en los fuegos artificiales de Leos Carax en Los amantes del Puente Nuevo (Les amants du Pont-Neuf, 1991) o en el estallido de las bengalas en Les misérables, los franceses saben filmar la revolución. Si bien la obra de Victor Hugo retrata un periodo de postrevolución, la obra homónima de Ladj Ly retrata un periodo de prerrevolución: la violencia racial. Una de las máximas de la República Francesa es la libertad, igualdad y fraternidad, pero pareciera que es imposible cumplir con su promesa. Ser inmigrante en Francia (y en cualquier parte del mundo) implica estar de paso, no pertenecer a ningún lado, no aspirar a la misma calidad de vida que sus residentes. La sociedad ha demostrado que tener otro color de piel, profesar otra religión, hablar otra lengua, te excluye hacia periferias donde los Campos Elíseos parecen ser el escenario de una vida inexistente.

En tiempos de protestas raciales, Les misérables está más vigente que nunca, mostrando que una sociedad puede crear lazos fácilmente en 90 minutos de partido. Empero, después del silbatazo final, la raza, la camiseta, la ideología, la religión termina por separarnos, nos hace regresar a nuestra condición social. Una realidad a ratos soportable, otros más miserable.


Gemma Leyva Machiche, arquitecta que escribe sobre cine en medios digitales.