Mosca

Mosca

Por | 28 de noviembre de 2013

Sección: Crítica

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«Yo antes soñaba, en la noche, que volaba por la carretera; y ahora, ésa es mi vida: ando manejando en la noche en la carretera, mis hijas están dormidas y yo ando trabajando. Y cuando llego a la casa y yo me duermo, los ratos que abro los ojos, los instantes que estoy con ellas, siento que es un sueño».

A partir de algunos fragmentos de la vida de Mosca (Óscar Torres Lara), Bulmaro Osornio no sólo articula un relato nostálgico sobre las pérdidas, las ausencias, lo efímero de la vida; sino que muestra una cartografía onírica, fantasmal de la propia ciudad: al rescatar una narrativa, la recreación de un mundo inevitablemente perdido, hace visible una de las muchas ciudades invisibles que nos habitan: la ciudad como correlato de un estado anímico, de una falta.

Mosca es un taxista que se ha quedado viudo y con la responsabilidad de velar por sus hijas. Desde hace algunos años ha decidido invertir su horario productivo para trabajar por las noches. Manejar su taxi por las calles de la ciudad deviene un ejercicio de reflexión, de meditación en la soledad: acaso una manera de recorrer cada noche su propio laberinto, una manera, como dice él mismo a propósito de la ciudad, de encontrar un poco de belleza en el caos. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta vida noctámbula parece haberse ido apropiando de su sentido de realidad: cada vez más la vigilia, el mundo diurno, el de los contactos, el de los lazos afectivos, se le asemeja a la realidad del sueño.

A propósito del cine-ojo, Dziga Vértov contaba el caso de una mujer que a la mitad de una proyección de cine, después de ver a una niña caminando hacia la cámara, se levantaba de su asiento llorando, tendiendo los brazos hacia la niña, llamándola por su nombre. A la pregunta de los espectadores sobre qué había ocurrido, alguien contestó: «Filmaron a la niña cuando vivía. Hace poco enfermó y murió. La mujer que se ha lanzado hacia la pantalla es su madre».

Con su documental, Osornio recupera ese asombro primigenio ante la realidad fantasmal de la imagen cinematográfica (la dirección intercala fragmentos de videos caseros, que Mosca (2011) mira con fruición y nostalgia) y, mediante las propias reflexiones de Óscar Torres, parece extender esa sensación a las personas, a los lazos afectivos, a la ciudad misma: somos el fantasma de nuestra propia vida, acaso, como querrían los hinduistas, el sueño efímero de alguien más.

Mosca es una película que con una gran economía de recursos construye una narrativa poderosamente evocativa; un remanso dentro de las imperantes representaciones cinematográficas de la ciudad, cooptadas por la omnipresente sombra de la violencia y el narco.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (edición web, 28 de noviembre de 2013) bajo el título de “La ciudad como correlato anímico”. Se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Andrés Téllez Parra es editor y escritor.