De tal padre tal hijo

De tal padre tal hijo

Por | 1 de abril de 2014

Una de las cosas notables de De tal padre, tal hijo (Soshite chichi ni naru, 2013) es el balance entre lo emocional de la trama y lo contenido y elegante de su realización. Y es que si bien se trata de un melodrama, jamás cae en manierismos ni recurre a chantajes sentimentales para lograr su cometido: hacer que el espectador se confronte a sí mismo ante un tema de suma trascendencia como lo es la paternidad.

A los pocos minutos la trama revela su nudo argumental: Ryota Nonomiya (Masaharu Fukuyama) y su esposa Midori (Machiko Ono) descubren que el niño a quien han estado criando durante seis años no es en realidad su hijo biológico, ya que fue intercambiado en el hospital por el bebé de otra familia. Ante este gran dilema, las dos familias tratan de encontrar la mejor solución para todos.

Pero lo que le importa al director no es ver disputas, ni dramas, ni siquiera lágrimas; la esencia de esta cinta es el planteamiento de la pregunta ¿qué es ser padre? ¿Se es padre del hijo que se engendra o del hijo que se cría? Nonomiya no lo tiene muy claro, pues ante sus ojos, el que él creía su hijo no ha cumplido con sus expectativas y ahora todo parece tener una explicación: ese niño no tiene sus genes.

El estricto sentido de crianza de Nonomiya y su esposa, contrasta con el estilo despreocupado y cálido de Yudai (Lily Franky) y Yukari Saiki (Yōko Maki), el otro matrimonio afectado. No sólo se trata del hecho de que ambas familias pertenezcan a distintas clases sociales, sino a cuestiones de convivencia diaria: para uno de los padres lo más importante es trabajar para poder mantener un nivel socioeconómico alto, mientras que para el otro, lo que realmente importa es el tiempo que se le dedica a los hijos, incluyendo juegos, comidas y baños juntos.

El que Hirokazu Koreeda (Tokio, 1962) haya evitado caer en excesos dramáticos no significa que se trate de un filme frío y distante, por el contrario, estamos ante una obra que expone de manera sensible y emotiva la resolución de un conflicto que pareciera insuperable, y esto se logra, en parte, gracias al reconocimiento visual a través de una fotografía, prueba ineludible de la mirada del otro, en este caso, del hijo.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 8, primavera 2014, p. 48) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Rebeca Jimérnez Calero es crítica de cine y profesora de Comunicación en la UNAM.