Songs of Redemption
Por Gustavo E. Ramírez Carrasco | 1 de octubre de 2014
Sección: Crítica
Las orillas pobres de Kingston, Jamaica, son como las de la ciudad de México, o las de Buenos Aires, o Asunción, o Bogotá, o Río de Janeiro, o Santiago. Los escenarios y los climas son muy distintos entre sí, es verdad, al igual que la cultura y la sonoridad –esa cualidad rara vez presente en las taxonomías sociológicas– de las personas que las habitan. Sin embargo, y más allá de los planteamientos políticos o conceptuales que apuntan a una unidad política o expresiva de América (con antecedentes en el proyecto decimonónico de liberación de Simón Bolívar, por ejemplo), las culturas americanas parecen homologarse, también, en las formas de resistencia de sus poblaciones “lumpenizadas”.
Frente a la violencia y la miseria, una subversión se avizora. La música del pueblo entra por la puerta de atrás de las sociedades. Va colonizando de la misma manera subrepticia el paisaje acústico social en su totalidad. El origen del reggae en Jamaica es algo distinto al de muchas músicas “periféricas”: surgió del misticismo religioso rasta y su combinación con el rock anglosajón. Encontró pleno sentido político y étnico (la reivindicación de la negritud) tras la independencia de Jamaica del Reino Unido en 1962, y si se ha convertido en una especie de símbolo internacional de resistencia es gracias a su integración exitosa (vía Bob Marley) al coctel contracultural que a finales de los 60 modificó los códigos de entendimiento de las generaciones postcoloniales. Más allá del sonido, el estilo del cabello y las nubes de mota sobre las cabezas de sus seguidores, el reggae es un discurso y una estética contemporánea.
Si su simbología ha logrado influir de esa manera en una parte de la cultura de los países occidentales –hay rastas en prácticamente todo el mundo y bandas de reggae hasta en Japón–, también se han mantenido (y mutado) en el seno de la sociedad que lo vio nacer. En los slums violentos y caóticos de Kingston se ha aferrado a una pobreza inamovible, inmune a la expansión de sus sonidos por los países industriales.
Desde sus cárceles tropicales, sobrepobladas por los “malos pasos” del barrio, el sonido, y la lógica del reggae permanecen.
Realizado al interior de la Penitenciaría General de Kingston (un lugar que alberga a unos 1,600 reos en su mayoría provenientes de violentos barrios periféricos de la ciudad) por Miquel Galofré (Barcelona, 1970) y Amanda Sans, dos videastas españoles interesados en el territorio y la cultura jamaiquinos, el documental Songs of Redemption (inversión del título de la famosa canción de Bob Marley Redemption Song), se adentra un poco en la manera en que la música (el reggae, omnipresente en las calles, los cuerpos, la vestimenta y los movimientos de las personas en Kingston) se adhiere al encierro, la redención y el anhelo del exterior.
Songs of Redemption (2013) es un producto simple emplazado en un territorio social complejo de unos cuantos cientos de metros cuadrados, donde se implementa un programa humanitario apoyado por ONGs para reducir los niveles de violencia a través de la música. El resultado es muy revelador, y no porque la película sea tan buena (un documental que podría caber en la programación cultural de cualquier emisora decente; estrictamente testimonial y claramente orientado a los logros del programa puesto en marcha y las condiciones sociales evidentes de la isla), sino por sus entrañables descubrimientos. Entre las celdas, de cara al sol, como fauna de un laberinto tropical sin salida, los músicos de la prisión vibran a través de letras y tonalidades emancipadas. En la música de Serrano Walker, Black Cardiac, Pity More y DZ, impresionantes exponentes anónimos de un reggae eléctrico, sintomático en sus cruces e influencias, las orillas y los bordes urbanos dejan en claro lo que son: enjambres de destrucción y hambre, pero también de poesía.
Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 10, otoño 2014, p. 45) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.
Gustavo E. Ramírez Carrasco es editor en el Departamento de Publicaciones y Medios de la Cineteca Nacional. Contribuyó con un estudio sobre la obra de Pedro González Rubio al libro Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Documental (2014). @gustavorami_
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