Vox Lux: El precio de la fama

Vox Lux: El precio de la fama

Por | 30 de enero de 2019

Sección: Crítica

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En su primera incursión como director, The Childhood of a Leader (2015), el actor y ahora director, Brady Corbet, expuso el periodo entre guerras a través de los primeros años de un líder fascista. Ahora, ubicada un siglo después, Vox lux: El precio de la fama (Vox Lux, 2018) busca exhibir el Zeitgeist de la transición hacia el nuevo milenio y las primeras dos décadas del siglo XXI, empañadas por ataques terroristas, tiroteos en escuelas estadounidenses y el 9/11 al ritmo de las melodías de Britney Spears y bandas pop juveniles.

Escrita y dirigida por el mismo Corbet (Scottsdale, 1988), Vox Lux narra de forma audaz y ambiciosa la vida de Celeste, una adolescente interpretada en la primer mitad de la cinta por Raffey Cassidy, que después de sobrevivir a un tiroteo escolar, encuentra su camino en la música y se convierte en una popstar, transitando un largo túnel del que no podrá escapar.

Natalie Portman (grandilocuente y extravagante) interpreta a esta estrella durante su declive personal y profesional en la segunda mitad de la cinta, que planea su “renacimiento” a través del lanzamiento de un nuevo disco. Sin embargo, su regreso a los escenarios se verá ensombrecido por un nuevo trágico acontecimiento. La fama, el dinero, los abusos y la violencia forman parte del día a día de este cliché de superestrella. Además, en este viaje la acompañarán un representante atormentado (Jude Law en una de sus mejores actuaciones) que la ha convertido en comidilla de la prensa, y Elllie (Stacy Martin), sombría hermana mayor dedicada completamente a la carrera de Celeste, así como único contacto con su vida pasada.

A través de este ascenso y caída es que Corbet explora la tensión entre la fama y la infamia, que constantemente se mezclan coexistiendo bajo el telón de un imperio derrumbándose mucho antes de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, y donde el abuso forma parte del panorama, pero en su forma más abstracta, es decir, parafraseando a Slavoj Žižek: una violencia subjetiva como reacción ante la confusión y la violencia sistemática.

De igual forma se examinan el culto a las celebridades, nuestras formas de consumo, y la cultura popular de las últimas décadas, que ahora se condensan en las redes sociales, un espacio donde con tan solo desplazarnos un poco podemos ver simultáneamente noticias de tintes apocalípticos, escándalos gubernamentales o el nuevo peinado de nuestra estrella favorita en una especie de agenda setting macabra: una selección engañosa de los temas de interés público que en teoría están colocados ahí de forma democrática y plural, pero que en realidad fueron determinados por algoritmos e intereses mercadológicos, creando las burbujas informativas que padecemos todos los días.

Aquí la polémica alimenta el escándalo que a su vez alimenta una tragedia, frente a la cual la vertiginosa vida de nuestra superestrella parece no poder detenerse: el uso de su imagen por parte de un grupo terrorista pasa de noticia a un espectáculo grotesco que nos resulta completamente conocido, sobre todo porque, a pesar de las funestas consecuencias, el show debe continuar. Así somos espectadores de esa larga secuencia donde finalmente la vemos en concierto con sus fanáticos desbordados. Sin embargo, todo parece durar sólo un instante.


Paloma Cabrera Yáñez trabaja en el área de distribución de la película Roma. Es maestra en Estudios Cinematográficos por el University College London. Ha colaborado en medios como ExcélsiorCine Toma y La Tempestad@paloma_cabreray