¿Loca por el trabajo?

¿Loca por el trabajo?

Por | 21 de noviembre de 2018

Perfectos desconocidos (Manolo Caro, 2018)

No comienza aún la Transformación de Cuarta, o como se llame, y ya hay en el aire ideas sueltas (del estómago) que no parecen efectivas, al menos para los intereses del cine mexicano.

Por ejemplo, la diputada del viejo partido aplanadora ahora travestido y maquillado, Simey Olvera Bautista, declaró «se ha apoyado demasiado a la industria cinematográfica». El argumento para tal reclamo fue el siguiente: dizque entre el 2015 y 2018 se han otorgado beneficios fiscales a la industria cinematográfica por dos mil 303 millones de pesos. O sea, más de 760 millones anuales; 63 al mes: más de dos millones diarios. ¡Ah Dió!, ¿a poco tanto cine producimos?

Tal cantidad suena fabulosa, así nomás dicha de golpe y porrazo. Por la forma en que se leyó la declaración en una nota periodística, arrojó una oscura nube de duda, como si ese dinero hubiera ido a parar a la cuenta de banco de alguien.

El exabrupto, en el pleno de la Cámara, fue recibido al parecer con la indignación que exige la novel política de austeridad republicana (la que sin embargo no evita absurdos abusos, como ¡otra vez! hacer una “imagen” onerosa, inútil, plagiada y ridícula para la CDMX… si así va a seguirse llamando este peligroso muladar). O sea, se vio como un dineral desperdiciado en jugar al cinito.

La defensa estuvo en decir que recortar estas ayudas atentaría contra lo que se considera “excepción cultural”. La vulnerabilidad, pues, endémica del cine mexicano, que anda muy activo haciendo, una tras otra, comedias que pueden calificarse como fifís (acorde a la moda del momento, faltaba más), por su abundante intrascendencia, su ausencia de estilo visual y ahora su condición de ser ya ¡terceras versiones! (lo que es excelente: son ideales para la T4) de películas exitosas originales en otras latitudes (véase si no Perfectos desconocidos, producida en 2016 en Italia, 2017 en España y este año en México; o la hecha en 2013 en Argentina como Corazón de león, en Colombia filmada en 2015 con el mismo título, en Francia en 2016 como Un hombre a la altura y ahora en 2018 en Perú como El gran león, y, uf, al fin, en México como Mi pequeño gran hombre, ¡el pequeño gran estreno que simbólicamente inaugura la T4! [aplausos], porque esa es su calidad: de cuarta, o peor, de quinta). Un cine de vergüenza con creatividad cero.

Pero antes de trasquilarle las lanas al cine nacional bien valdría saber varias cosas. ¿De dónde saca la diputada esa suma de dos mil 303 millones de pesos?¿El apoyo incluye los sueldos de la burocracia y sus instalaciones? ¿Cómo se distribuyeron? ¿Cuántas cintas fueron beneficiadas durante los años que menciona? ¿Por qué no habla de lo invertido el sexenio completo? A su vez, es importante conocer los contratos: ¿se consideró un porcentaje de recuperación o todo fue “a fondo perdido”? ¿Qué pasa con las películas apoyadas que hacen taquilla? Si la cantidad es digna de Creso, ¿por qué hay cineastas que buscan apoyo económico fuera de México?

El tema, pues, tiene suficientes aristas como para andar exigiendo un recorte. Lo primero que hay que hacer es una auditoría racional y sensata que permita conocer a fondo cómo se invirtió el dinero. Enseguida, habría que evaluar las políticas de apoyo y no quitarlas a gritos y sombrerazos, sino hacer algo urgente: contratos de recuperación para que el dinero, cuando haya taquilla, regrese a las arcas del Estado. Suena, qué miedo, bien pinche neoliberal, pero ni modo, qué carajo, el cine necesita dos cosas: dinero y público. Y si se usa con habilidad el primero, el segundo sacará a flote la industria nacional.

El experimento no es nuevo. Se hizo en otros países, Francia a la cabeza, pero desde un principio hubo reglas claras y la ley era transparente, no hecha de contentillo ni para privilegiar a los cuadernos doble raya.

Nadie duda que la industria cinematográfica nacional necesita apoyo gubernamental. Evaluar cómo el dinero del erario se utiliza no es mala idea; sí lo es decir que se recortará porque ya estuvo suave. Tal vez sí, con tanta comedia tan babosa, pero nada se soluciona con cancelar la cuenta si no se revisa a detalle. Repartir el dinero de la mejor manera posible sería lo justo. Si las comedias están logrando que exista un público, pues bueno, qué se le va a hacer. Pero si se apoya una sí y otra también sólo a fondo perdido, cuando haya recuperación económica (que la hay) y ésta carezca de una decente reciprocidad previamente establecida entre las partes, nadie saldrá beneficiado y el cine, en lugar de arte popular, será percibido como guarida de camajanes, ideal para sonar el estridente silbato populista llamando a alzar la horca y el cadalso. Así, imposible.


José Felipe Coria colabora en El Universal y es maestro del INBA. Es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como ReformaRevista de la UniversidadEl País y El Financiero.