Deberás amar

Deberás amar

Por | 1 de octubre de 2013

Sección: Crítica

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Terrence Malick bien podría verse como un artista iluminado. La calidad de su obra –seis largometrajes dispersos a lo largo de los últimos 40 años– lo hace uno de los autores más introspectivos y geniales del cine estadounidense contemporáneo. La apología no es excesiva. Sus películas están suspendidas entre el particularismo artístico y la fastuosidad formal, y han convertido, además, a una parte del star system de un cine que orbita Hollywood en miembros de una pasarela filosófica que encuentra en la búsqueda de sentido (¿cósmico?) una razón suficientemente poderosa para crear poesía fílmica por generación espontánea.

Tras un puñado de obras monumentales, que incluyen la que tal vez sea la más grande de todas, El árbol de la vida (Tree of Life, 2011), un avasallador ensayo panteísta sobre los bordes de la vida y nuestra capacidad de amar en el misterio ininterrumpido del universo, Malick coloca a su más reciente largometraje, Deberás amar (To the Wonder, 2012) lejos de la experiencia filosófica de sus filmes anteriores. Tal vez sea su proximidad temporal con esa película abismal, realizada apenas un año antes (para un director que deja pasar un promedio de 10 entre una cinta y la siguiente) lo que hace parecer al nuevo trabajo de Malick (Ottawa, Estados Unidos, 1943) como un ejercicio relativamente banal; o tal vez, la sobreexposición de un estilo narrativo que aunque estéticamente portentoso no funciona igual al servir de marco a un melodrama sin demasiado relieve.

Deberás amar ahonda en un tema recurrente en el drama cinematográfico, tan viejo como el cine mismo o la literatura occidental moderna: la relación de un hombre, el estadounidense Neil (Ben Affleck, inexpresivo), y una mujer, la extranjera Marina, (Olga Kurylenko, radiante e infantil) como un núcleo dramático que avanza en estadios distintos: del amor a la catarsis, y de la catarsis a la fragmentación y la añoranza. En paralelo a esta línea, marcada por el mismo tratamiento argumental de El árbol de la vida y su anterior inmediata El nuevo mundo (The New World, 2005) (voces en off que resaltan los pensamientos de los protagonistas en un tono epistolar, y delinean la poética de la experiencia cinematográfica), la búsqueda de lo divino intangible, todo un sello en la filmografía de Malick, se inserta, además, como un elemento que gira en torno a personajes áureos y atmósferas poderosas, motivos indudablemente malickianos. Pero a diferencia de en las magistrales Mundos bajos (Badlands, 1973), la opera prima de Malick, o La delgada línea roja (The Thin Red Line, 1998), el aterrizaje de este discurso religioso, aquí expresamente cristiano, y encarnado en la figura del sacerdote español Quintana (Javier Bardem), quien orbita la trama en el papel de un hombre que ha perdido la fe, y sin embargo debe profesarla, no forma parte del cuerpo orgánico de Deberás amar.

El sexto largometraje del dos veces ganador de la Palma de Oro en Cannes se convierte así en un avasallador ejercicio de fotografía en movimiento, eso sí, una obra redonda, intachable, del cinefotógrafo de cabecera de Malick, el mexicano Emmanuel Lubezki (ciudad de México, 1964), quien exporta la coreografía de los planos y la ensoñación visual de las secuencias en El árbol de la vida para sembrarlas en el alto contraste de dos paisajes distintos: por un lado, la lluviosa y aleatoriamente idílica y melancólica París, y por el otro, los campos dorados, airosos y semiáridos de Oklahoma, por donde los personajes circulan y danzan en poses manieristas –las figuras danzarinas y diáfanas de Marina y Jane (Rachel McAdams, pasional y esquiva) parecieran por momentos extrañamente extirpados de los frescos de pintores como El Greco o Hans von Aachen.

Pero detrás del retablo monumental al que se extiende la simplicidad de una historia de amor clásica contada de esta manera, sin muchos diálogos, pero con la irrefutable capacidad expresiva de un director capaz de concentrar aspectos filosóficos profundos en unos cuantos significantes, es posible notar un cierto vacío.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 6, otoño 2013, p. 55) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Gustavo E. Ramírez Carrasco es editor en el Departamento de Publicaciones y Medios de la Cineteca Nacional. @gustavorami_