Hasta los dientes
Por Eduardo Zepeda | 6 de septiembre de 2018
Sección: Crítica
Directores: Alberto Arnaut
Temas: Alberto ArnautCine documentalCine mexicanoDocumental mexicanoHasta los dientes
Desenterrar la impunidad no sólo implica demostrar quiénes fueron los verdaderos responsables de un delito. Ésa es sólo su finalidad básica. Lo relevante de dicho acto radica en mostrar las consecuencias de lo oculto, en demostrar en la labor de descubrimiento lo que le es inherente y percatarse de que en su sentido fáctico es una realidad.
La importancia del documental Hasta los dientes (2018) radica en hacer explícita toda una red de deficiencias jurídicas, de malos procesos, de operativos fallidos, de instituciones educativas convenencieras, de una guerra contra el narco que estuvo perdida desde sus inicios, y que si bien es cierto que para algunos sectores de la sociedad en un principio representó un alivio, con el transcurso del tiempo, debido a sus abusos, se volvió una pesadilla. Es por ello que hablar de impunidad aquí tiene un sentido más profundo y crítico, pues si impune significa «un delito que no recibe castigo», es preocupante que la impunidad sea practicada por los agentes que deberían de combatirla, por los que no deberían de incurrir, precisamente, en un delito. Más aún, que un instituto de educación superior, por puro interés en su prestigio, debido a su pasividad, les ayude a practicarla jugando el papel de cómplice.
Es a partir de esta idea que Hasta los dientes tiene como objetivo reconstruir los sucedido a dos estudiantes del Tec de Monterrey –Jorge y Javier– la noche del 19 de marzo de 2010 dentro de sus instalaciones. Ellos se encontraban estudiando, salieron por algo de comer, pero ya no regresaron. Al amanecer los noticieros colocaban y aplaudían una nueva estrella al ejército mexicano después de una persecución militar exitosa: habían logrado finiquitar a dos sicarios que estaban armados «hasta los dientes». Se muestran las imágenes de una camioneta acribillada a unos metros del Tec. Armas de alto calibre y equipo de comunicación decomisado reposan en el asfalto. Sin embargo, siguiendo el testimonio de un reportero que estuvo presente, el nerviosismo entre los soldados era evidente: algo salió mal.
Es precisamente en este momento que la impunidad aparece en uno de sus modos más grotescos y descarados. Los dos sicarios no son sicarios: son estudiantes. Pero no cualquier tipo de estudiantes: son estudiantes becados, es decir, personas que, en mundo regido por el dinero, no tienen ningún tipo de poder económico, y, en consecuencia, ningún tipo de poder en el plano jurídico. Es por ello que si sus familiares no se hubieran movilizado –buscando a Jorge y Javier hasta debajo de las piedras y ejerciendo presión en la institución educativa– el plan del ejército hubiera salido a la perfección: explicar su ausencia como desaparición forzada, culminando con sus cuerpos en un entierro en la fosa común, atribuyendo a sus acciones un triunfo que en realidad era una farsa. Desde luego, de los verdaderos sicarios ni la sombra: se escaparon. Es por ello que recalcar los factores que alimentan la situación no es banal ni azaroso, pues es a partir de ellos que es posible hablar una especie de incertidumbre social en momentos de inseguridad constante. Tan solo veamos la situación: una institución del Estado que sale de los cuarteles a combatir la delincuencia delinquiendo: plantando armas, inventando culpables, falseando escenas del crimen. Aunado a eso, los directivos de una institución de educación superior dando la espalda a sus alumnos, más preocupados por el prestigio del Tec, por la matrícula y por el dinero que por la justicia. Años después, el militar a cargo de la operación es ascendido a secretario de Seguridad del gobierno de Nuevo León mientras los familiares van de un lado a otro intentando aclarar el caso. Un escenario tan concreto como éste significa la impunidad, el horror y lo nauseabundo en una de sus formas más completas. Porque, en efecto, si no es posible confiar en el estado de derecho, en quienes se encargan de la seguridad, en las instituciones de educación superior… ¿en quién confiar? En esto se resume, en buena medida, la incertidumbre que actualmente vive el país.
Por todo ello, Hasta los dientes de Alberto Arnaut (ciudad de México, 1987) es un documental con una voz que exige justicia, que reitera que Jorge y Javier no eran sicarios, que eran estudiantes, que sus cuerpos fueron manipulados, golpeados, ultimados con tiros de arma de fuego a corta distancia por parte del ejército mexicano, pero, sobre todo, que el país sufre una grave crisis en su plano institucional, en sus estrategias deficientes poco apegadas a la ley así como del imaginario que legitima sus acciones, mismas en las que personas inocentes siguen, varios años después, clamando justicia.
Eduardo Zepeda estudia la licenciatura en Filosofía en la UNAM.
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