Tokyo Vampire Hotel
Por Rafael Paz | 28 de agosto de 2018
El cine de Sion Sono pasa continuamente por el delirio, por un estado donde los sentidos parecen estar al límite. Febril en su ritmo y pesadillesco en sus mejores secuencias. Estilizado y, por partes casi iguales, camp. El director japonés nunca se ha caracterizado por pintar líneas delgadas, el exceso es parte de su estilo, la razón de ser de muchos personajes plasmados por él. Sus películas escapan de aquella regla donde menos es más: cuando funcionan son un festín para los sentidos –como Pez mortal (Tsumetai nattaigyo, 2010) y El club del suicidio (Jisatsu sākuru, 2002)–; cuando no, la sensación es similar a un indiferente aturdimiento, como sucede con la versión para festivales de Tokyo Vampire Hotel (2017).
Concebida originalmente como una serie para Amazon Prime en Japón –y disponible también en su versión mexicana–, el largometraje cuenta la lucha de siglos entre dos clanes de vampiros: los Drácula (herederos de ya saben quién) y los Corbin, quienes años atrás condenaron a los primeros a vivir bajo tierra. Sin embargo, una antigua profecía sentencia que el salvador del clan Drácula llegará a la tierra antes de que acabe el siglo XX y se convertirá en el arma perfecta para poner punto final a la lucha.
La elegida por las estrellas y la sangre es la perpetuamente desconcertada Manami (Ami Tomite), quien, el día de su cumpleaños 22, descubrirá su destino y la manera en que deberá enfrentarlo, aun contra sus deseos. La guerra entre ambos clanes no se hará esperar, porque durante años los Corbin también se han preparado para este momento, vigilantes y expectantes desde su colorido hotel en Transilvania. Faltan 24 horas para el fin del mundo.
Como podrán notar por esas breves líneas y por los trabajos anteriores de Sono (Toyokawa, 1961), el relato traza las historias de más de una decena de personajes, quienes se cruzan continuamente hasta llegar a un frenético clímax. Al ser una versión recortada, Tokyo Vampire Hotel, la película, sufre de saturación. Los personajes tienen poco espacio para desarrollarse y las acciones se suceden una detrás de otra con poco contexto de por medio.
Sono mezcla en la iconografía de la película mitología y esoterismo europeos con tribalismo urbano japonés, obteniendo una mezcla kitsch. Una textura llena de colorido y sabores, donde caben por igual vampiros con pinta de yakuzas, que mujeres con un sangriento rave al interior de la vagina.
La imaginación de Sono se desborda hasta cubrir todos los huecos de la pantalla. Es un estilo que le viene mejor al formato de serie, donde hay un poco más de aire para respirar y conocer a los personajes, donde el frenesí se puede tomar una pausa para apreciar el universo retorcido en que habitan estos vampiros.
Tokyo Vampire Hotel es una cinta gore de aliento cocainómano, donde Sion Sono ha dado rienda suelta a todos sus instintos y ha creado el documento con más aliento épico de su carrera, aunque sin la consistencia de sus mejores trabajos, como la épica kinky Love Exposure (Ai no mukidashi, 2008). Que la sangre nos ahogue a todos.
Rafael Paz es editor en jefe en ButacaAncha.com y conductor de Derretinasen la barra Resistencia Modulada de Radio UNAM. @pazespa