Una chica regresa sola a casa de noche

Una chica regresa sola a casa de noche

Por | 3 de diciembre de 2015

Una chica regresa sola a casa de noche (A Girl Walks Home Alone at Night, 2014) es una historia que reúne un conjunto de fragmentos desencajados: los personajes se desmarcan de un entorno que, a su vez, también se desmarca de la realidad. Estas personas descritas por medio de la exacerbación de ciertos rasgos ocupan un intersticio sociocultural (no logran definirse totalmente como iraníes ni totalmente como estadounidenses). La concepción de Bad City, el lugar donde todo sucede, responde a esta condición y la materializa al ser una ciudad ficticia iraní representada en California. A partir de esto, el relato va tejiendo una cadena de instantes de extrañamiento que se sitúa en una zona de sombra: los papeles cambian continuamente, nada está terminantemente definido.

La presentación inicial de los personajes plantea ciertos perfiles bien establecidos: el galán que nos recuerda un poco a James Dean (Arash Marandi); su padre drogadicto que sufre un terrible síndrome de abstinencia (Marshall Manesh); el traficante de drogas misógino, rapado y tatuado (Dominic Rains); la joven fresa seductora y mustia (Rome Shadanloo); la prostituta a quien los golpes de la vida han vuelto ruda e insensible (Mozhan Marnò). Todos transitan por las calles de Bad City y hacen lo propio mientras sus historias se entrecruzan. La chica (Sheila Vand) es una vampiresa que funge como vigilante y vengadora silenciosa: está en todos lados y pasa sus noches metiéndose –siempre con una actitud distante– en los asuntos de todos. Se dedica a darle su merecido a los hombres que tratan mal a las mujeres en una práctica que hace parecer rutinaria: es un personaje frío, aislado, contradictoriamente indiferente.

Si bien la línea narrativa puede parecer burda, Una chica regresa sola a casa de noche pone un tema interesante sobre la mesa: desde la presentación de los personajes y sus relaciones se genera una anticipación obvia sobre el desenlace de la historia. Sin embargo, esta anticipación es aniquilada a través de un cuestionamiento impredecible de los roles. No se trata de una inversión de los papeles ni de un derribamiento de la condición depredadora de la vampiresa, sino de las ideas que los espectadores–y los mismos personajes– se han formado siendo barajadas. Arash y la chica adoptan matices variantes y reaccionan a pesar –o eventualmente en contra– de sus destinos aparentes. La película sacude de esta forma las concepciones que se han ido edificando: la condición del ser humano es eternamente cambiante, es posible–y hasta necesario– plantarle cara a las etiquetas, negociar con el encasillamiento. A partir del momento en el que se cuestiona el papel de la vampiresa, también se abordan otros temas como el de la víctima y el victimario, o la masculinidad y la femineidad.

Los perfiles de los personajes van siendo demolidos: sus actitudes no cambian radicalmente, pero sus acciones se revelan frente a lo que se esperaría de ellos. Esto se cristaliza en una de las secuencias más memorables: la única transgresión física sucede cuando Arash perfora las orejas de la chica, tras una inusitada petición de ella, para colocarle los aretes que le regaló. Esto no sólo choca con su figura como vampiresa, la distancia desde donde ella se había desenvuelto hasta ahora desaparece.

Los personajes –en un principio estereotipados– enfrentan circunstancias que ponen en evidencia que son seres paradójicamente indefinidos: descubrimos su complejidad mientras los vemos flotando en medio de un todo sin pertenecer realmente a ningún lado. En la colectividad de soledades que confluye en Bad City, los dos protagonistas coinciden y se encuentran así con un otro que habita la misma soledad. Hallan refugio en una mirada en la que finalmente se sienten identificados. (Simpáticamente el encuentro sucede una noche en la que él está disfrazado de Drácula: nuevamente el juego alrededor de los roles.) Su romance funciona como liberación mientras tambalea el estado de las cosas y, a nosotros como espectadores, nos presenta la posibilidad de abandonar un punto de vista único y formular otro tipo de preguntas. Tal vez era necesaria una construcción de personajes tan estereotipada para enfatizar la necesidad de demolición.


Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica.