El vigilante
Por Eduardo Zepeda | 26 de abril de 2018
La incertidumbre puede definirse como el momento y sentimiento que permite abrir caminos distintos o bifurcaciones a partir de una ruptura con la necesidad causal de los hechos y con la fijeza del temperamento o personalidad de un sujeto. Su principio no radica en una fijeza o quietud respecto a lo esperado, sino que, en oposición a una necesidad inherente, imprime a los acontecimientos un grado de azar cuyas consecuencias ya no radican en la seguridad de las acciones sino en su expectación.
El vigilante (2016) permite abordar esta pérdida de sentido, de terreno o de explicación a partir de las vivencias de Salvador (Leonardo Alonso), velador de una obra en construcción cuyos planes se ven mermados por una serie de situaciones inexplicables que nos ayudan a comprender un contexto social.
Los rasgos de Salvador son peculiares: es un hombre con una aparente voluntad férrea, que le hace seguir las reglas con una tenacidad bien cimentada –incluso sus compañeros de trabajo hacen burla de ello. Sin embargo, conforme avanza la película, dicha personalidad empieza a verse mermada, comienza a suspenderse, de tal manera que las decisiones tomadas no tienen un campo certero de acción. La falta de seguridad producida por el desconocimiento de los roles verdaderos de cada uno de los personajes, así como del contexto real donde se desenvuelven, provoca que dichas decisiones tengan consecuencias inesperadas, incluso contrarias, a sus convicciones –por ejemplo, devolver un hijo a su padre sin saber las turbias transacciones que ese padre realiza con él. La actitud dubitativa de nuestro protagonista se debe a que intenta comprender lo que sucede, saber la situación real en la que se encuentra inmerso (digamos que intenta que cada una de sus acciones sean justas o correctas) sin embargo, a pesar de ello, sus acciones resultan contraproducentes, pues el ambiente social en el que se desplaza trasciende toda acción personal, de tal modo que sus intenciones originales quedan desfiguradas.
Siguiendo la idea inicial de este breve texto, tal parece que el film de Diego Ros (1977) aborda la imposibilidad de acción en un ambiente social en el que los roles arquetípicos no son radicalmente lo que intentan ser (digamos, buenos y malos). Hacer lo correcto resulta, dentro de las bifurcaciones posibles ocasionadas por un ambiente de incertidumbre, lograr su contrario, paradoja que sólo es posible cuando un problema rebasa lo personal y se vuelve un problema social. Desde luego, en un sentido positivo, incertidumbre implica creación e iniciativa. Sin embargo, en su sentido negativo –tal como es plasmada en El vigilante– implica inacción y destrucción.
La secuencia final del film es un ejemplo claro de la capacidad destructiva de la incertidumbre en su sentido negativo, cuando lo social deja de ser relevante: la reducción de un problema al plano personal se vuelve naturalización de aquellas relaciones que lo trascienden.
Eduardo Zepeda estudia la licenciatura en Filosofía en la UNAM.
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