Gustavo E. Ramírez Carrasco es editor en el Departamento de Publicaciones y Medios de la Cineteca Nacional. Contribuyó con un estudio sobre la obra de Pedro González Rubio al libro Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Documental (2014). @gustavorami_
Eisenstein por Greenaway
Por Gustavo E. Ramírez Carrasco | 4 de febrero de 2016
Sección: Crítica
Directores: Peter Greenaway
Temas: Eisenstein en GuanajuatoPeter GreenawaySerguéi Eisenstein
La fotografía la debió tomar Tissé, o Aleksándrov, o los dos, Tissé y Aleksándrov; o quizás alguno de los muchos amigos mexicanos que Serguéi Eisenstein hizo en los catorce o quince meses que duró su “aventura” en México, mientras filmaba lo que terminaría en la inconclusa pero célebre¡Que viva México! (1930-32). En la famosa imagen se puede ver al director de El acorazado Potiomkin (Bronenosets Potiomkin, 1925) montado sobre un cactus de dimensiones colosales que le brota de en medio de las piernas; una especie de verga del Cretácico a punto de propulsarse desde la entrepierna del cineasta (divertidísimo ahí) hasta las alturas de ese cielo oaxaqueño o hidalguense que aplasta todo el paisaje semiárido de alrededor. Éste, y no otro, es el Eisenstein de Peter Greenaway, el que el director británico quiso materializar en su propia “aventura mexicana”, y aunque de hecho el resultado de esa incursión, Eisenstein en Guanajuato (2015), es una película probablemente irregular en términos formales, narrativos y hasta de actuación, su especulación histórica propone un punto de vista de interés para la construcción de un personaje que goza de una magnitud mítica en el panteón de la historia del cine.
El Eisenstein de Greenaway tiene «las medidas correctas de un payaso» (esto lo dice, literalmente, un diálogo del austriaco Elmer Bäck, quien lo interpreta en el filme): de su cabeza rojiza emana una explosión de rizos; su figura, algo regordeta, siempre está enfundada en un traje blanco que le queda ligeramente grande; los movimientos son los de un clown hiperactivo. A esta lista de características, muy poco frecuentes en las descripciones que comúnmente se han hecho del cineasta, casi siempre mucho más solemnes, se suma el verdadero elemento central alrededor del cual orbita la película: Eisenstein es homosexual y mucho de su quehacer artístico parece brotar de la represión de sus pulsiones. Ése es el auténtico meollo, y lo demás, incluyendo la relativamente convencional historia de amor entre él y su intelectual guía mexicano Palomino Cañedo (Luis Alberti), un profesor de religión, o un argumento lleno de referencias culteranas con largas y verborréicas cadenas de anécdotas, no son más que la guarnición de este bistec a la mexicana, bien servido, pero aderezado por una salsa cátsup que aun con todo su contenido sexual no pica nada.
Pese a todo aquello, el retrato imaginario que el reconocido director de El libro de cabecera (The Pillow Book, 1996) hace del inconmensurable director de Octubre (Oktiábr, 1928) tiene un acierto importante: logra ubicar a Serguéi Eisenstein en la plenitud del territorio lúdico de su obra, ahí donde sus maravillosos dibujitos “obscenos” hipersexuales logran hablar más de él que sus biografías más clásicas o toda la suerte de homenajes, desde críticos hasta cinematográficos, que flotan sobre su nombre.
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