Los 8 más odiados
Por Aurora Tejeida | 4 de febrero de 2016
Los 8 más odiados (The Hateful Eight, Quentin Tarantino, 2015) es una obra maestra del suspenso. En particular gracias a la música y a que se desarrolla en uno de los ambientes más hostiles y aislados que el ser humano haya conocido (Wyoming post Guerra Civil). Los diálogos característicos de Tarantino funcionan mucho mejor en esta cinta que en otras. ¿Será que el mismo género hace esperar actuaciones y diálogos aparatosos que en cualquier otra cinta se sentirían sobre actuados? En realidad, esta película funcionaría igual de bien como una obra de teatro: el escenario es reducido –casi todas las escenas en Los 8 más odiados se desarrollan en lugares cerrados; Tarantino logra crear una claustrofobia que inclusive se siente en su formato original de 70mm–, hay pocos personajes y todas las entradas y salidas siguen sus cánones. Claro, si esto llegara a suceder algún día, los espectadores de primera fila tendrán que usar impermeable, a menos que se eliminen las escenas de vómito sangriento explosivo que caracterizan la segunda mitad de la cinta.
A estas alturas prácticamente todo mundo espera ver charcos de sangre y desmembramiento en películas de Tarantino, pero algo a lo que todavía me estoy acostumbrando es al uso excesivo de lenguaje racista y misógino. Dada la situación actual de las mujeres, así como la de comunidades negras y mexicanas en Estados Unidos, puedo decir que Los 8 más odiados logra una breve ilusión de igualdad al insultar a cada uno por igual —incluyendo al hombre blanco conservador en una escena que involucra la violación oral de un ex soldado de la Confederación.
Con Jackie Brown (1997) y más recientemente con Django sin cadenas (Django Unchained, 2012) muchos críticos escribieron sobre el blaxploitation en el cine Tarantino. Desde que este género cobró popularidad, el debate se divide en dos: los que creen que estas películas empoderan a las comunidades negras y los que creen que perpetúan estereotipos que la comunidad blanca sostiene sobre las comunidades negras. En el caso de esta cinta, al igual que en Django sin cadenas, el héroe (a pesar de que todos los personajes son igual de viles y malvados), El Cazarrecompensas, interpretado por Samuel L. Jackson, debe escuchar comentario racista tras comentario racista por parte de un personaje o dos. El personaje mexicano, interpretado por Demián Bichir también recibe comentarios racistas por parte de todos los personajes —principalmente de nuestro héroe, pero a diferencia de él, este personaje no recibe carcajadas por sus comentarios. Es tan sólo otro personaje que tendrá un fin violento y ninguna oportunidad por ser carismático, es un criminal agresivo y torpe.
Se puede o no debatir si un cineasta debe estar consciente del efecto que su película vaya a tener durante un particular panorama político. Pero considerando el poder que este medio tiene y el tamaño de la audiencia yo creo que debería ser una decisión deliberada y congruente el tener diálogos racistas. El Cazarrecompenzas compara a los mexicanos con perros por la mitad de la película ¿Será un intento por crear paralelismos con el presente y el pasado? ¿Realmente está tan jodido el racismo en Estados Unidos que podemos compararlo con un racismo post Guerra Civil? Quisiera decir que Tarantino intenta decirnos algo, pero honestamente lo dudo. Mientras otras cintas de Tarantino tienen una idea formada y mucho más obvia detrás de la violencia y el racismo —no tengo problemas con aplaudir cuando descuartiza a Hitler con una metralleta en Bastardos sin gloria (Inglorious Basterds, 2009)—, hay momentos en los que The Hateful Eight parece tener como único propósito impactar. Tiene muchos logros (particularmente por el lado visual) y es sin duda una cinta que vale la pena ver, pero no creo que sea la cinta más inteligente o compleja de Tarantino.
Aurora Tejeida tiene una maestría en periodismo de la Universidad de Columbia Británica. Le gusta escribir sobre cultura, justicia social, políticas de migración y el cine.
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