Tiempos de terror
Por Abel Cervantes | 25 de octubre de 2016
Las gafas
Las encías
La rodilla se tiende en la hierba
Muerto un triángulo la tierra totalmente distinta
El instrumento la bala en la boca
hay sangre
Vuelo de gran pico de la guerra
Salvaje sillar en noches encubiertas
Hombre dominador un lugar queda libre.
A tu cuello se acerca cautelosa una orquesta
Herta Müller
El terror es, por supuesto, muy confuso. En la década de los setenta algunos medios de comunicación difundieron rumores del FBI sobre la existencia de videos donde se registraban asesinatos reales. El cine no tardó en apropiarse del fenómeno y en 1979 Paul Schrader dio a conocer Hardcore, que aborda abiertamente las películas snuff. Desde entonces se sucedieron una ola de filmes alrededor del tema, entre ellos la serie Guinea Pig (Ginī Piggu, varios autores, 1985-88), Tesis de Alejandro Amenábar (1996), Cuerpos invadidos (Videodrome, 1983) de David Cronenberg u 8 milímetros (8 mm, 1999) de Joel Schumacher. Pero el verdadero horror llegó luego del 11 de septiembre de 2001, cuando los celulares comenzaron a ser utilizados para grabar torturas y matanzas realizados por militares chechenos, grupos islamitas y, en el contexto mexicano, narcotraficantes.
Comparado con lo que sucedía hace apenas 12 años, hoy este tipo de imágenes circula con total regularidad en Facebook y Twitter. La muerte entretiene. Y vende. Pero una imagen donde todo es carne, nervio y entrañas pareciera existir solamente fuera del tiempo, y al menos momentáneamente, fuera de la narración. La noticia más reciente al respecto proviene de Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña y México, países donde la violencia se mide con distintos termómetros. Una serie de payasos –sí, personas maquilladas de payasos– asusta a la gente como si hubiera salido de una pantalla cinematográfica. Los payasos caminan parsimoniosamente, despertando los temores de aquellos que se encuentran alrededor. Algunos de los videos que han alcanzado millones de visitas en Internet revelan la ficción detrás de la broma. Aunque otros parecen verdaderos fragmentos de una cinta de terror reciente.
A unos días de que se estrene el remake de Eso (It, 1990), ¿estamos ante una estrategia publicitaria parecida a la que se efectuó con La horca (The Gallows, Travis Cluff y Chris Lofing, 2015) el año pasado cuando los productores de la película echaron a andar una campaña que dio como resultado que cientos de personas produjeran sus propios videos de terror bajo el #CharlieCharlie?
Si así fuera, presenciamos el inicio de un doble movimiento que comenzó con el snuff. Primero, de la realidad al cine; ahora, del cine a la realidad. Que el horror provenga de las imágenes en movimiento no es impensable. El cine es el único aparato capaz de capturar en un instante la vida de una persona y reproducirla infinitamente. El espacio de la muerte. También ha sido el lugar donde se proyectan nuestros miedos colectivos y se gestan las imágenes más inquietantes de nuestras épocas: tiburones asesinos, ataques nucleares, fantasmas que sólo se pueden ver a través de celulares y cámaras portátiles, zombis, payasos malignos…
Por un lado, terroristas convertidos en productores y asesinos transformados en guionistas; por otro, gente común ideando escenas inquietantes para reproducirlas ya no en la pantalla sino en la realidad. ¿Puede una narrativa mejor salvar al mundo? ¿Nosotros, qué debemos hacer? Estas preguntas son el precio que tenemos que pagar en nuestro papel de simples espectadores.
Abel Cervantes es comunicólogo y editor de las revistas Código e Icónica. Colaboró en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014) con un ensayo sobre Carlos Reygadas y otro sobre Juan Carlos Rulfo, respectivamente. Es profesor en la UNAM.
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