The Nightingale
Por Rebeca Jiménez Calero | 5 de marzo de 2020
Sección: Crítica
Temas: Jennifer KentThe Nightingale
Al concluir la primera proyección de The Nightingale en una función de prensa dentro del Festival de Cine de Venecia de 2018, un periodista italiano gritó en la sala: «¡Deberías avergonzarte, puta, eres asquerosa!» Esto ocurrió cuando apareció en pantalla el nombre de su directora Jennifer Kent. En esa edición, Kent era la única mujer que competía por el León de Oro y al final ganó el Premio Especial del Jurado. Sólo el periodista italiano sabe cuáles fueron sus motivaciones para gritar semejante insulto, lo cierto es que fue uno bastante sexista, aunque en la disculpa pública que realizó más tarde, él mismo insistiera en que su elección de palabras no había sido ni sexista ni misógina.
Como sea, su reacción provino del rechazo provocado por una historia llena de violencia, la cual ha dificultado su amplia distribución, contrario a lo que sucedió con la cinta previa de la directora, The Babadook (2014). A diferencia de ésta última, The Nightingale (2018) ha tenido una distribución muy limitada en todo el mundo: en Estados Unidos se proyectó sólo en unas cuantas salas de ciudades grandes y casi inmediatamente después se lanzó en plataformas digitales.
Tras el éxito de The Babadook, Jennifer Kent (Brisbane, 1969) recibió varias ofertas para darle continuación a la historia del monstruo que acechaba a una madre y a su hijo, pero la cineasta australiana no tenía la menor intención de convertir su película en una saga y más bien se dedicó a darle forma a otro proyecto que, sin abandonar el género del horror, sí intentaría abordarlo desde un ángulo más realista.
La historia de The Nightingale se ubica en 1825 en Tasmania, cuando la isla era utilizada como una colonia penitenciaria por los británicos, quienes además llevaron a cabo un exterminio de los habitantes originarios. La protagonista es Clare, una convicta irlandesa cuya condena consiste estar al servicio del teniente británico Hawkins. Todos los días, Clare tiene que ir a un cuartel donde sirve de mesera y de entretenimiento para los soldados, pues además de servir mesas, canta para ellos con su excepcional voz. A pesar de ya haber cumplido su condena, el teniente Hawkins se niega a enviar la carta que le dará su libertad a Clare, pues no quiere que se vaya. Y no es porque haya desarrollado un apego amoroso, sino porque simplemente ella es un objeto, una posesión suya, hermosa y valiosa, de la que no quiere desprenderse.
Sin detallar los acontecimientos que desatarán la premisa principal de la cinta –pues considero que éstos deben ser vistos con los menos prejuicios posibles– Hawkins le arrebatará a Clare lo más valioso para ella: su familia, y es a partir de este momento que el filme de Kent se convierte en una especie de western en el que la protagonista se lanzará en la búsqueda de su verdugo para cobrar venganza. Pero para lograrlo, tiene que ir acompañada de un rastreador, un aborigen de nombre Billy.
La historia de The Nightingale es una historia de resiliencia ante la violencia del hombre blanco, ante aquel colonizador que asesinaba a los aborígenes y violaba a las mujeres. Es por ello que la violencia que presenta no es del tipo de violencia que entretiene, sino del que incomoda. Estamos pues, ante un filme cuya crudeza no proviene de lo gráfico o espectacular sino de lo realista de sus representaciones. Y lógicamente, esto incómoda al espectador que se siente identificado, pero más –espero– al que se siente interpelado. Porque aunque las circunstancias ya sean otras, actualmente aún se ejerce esa violencia estructural que pasa por encima de las minorías más desprotegidas.
En The Nightingale, Clare y Billy son víctimas de los británicos: ambos han sido despojados de sus familias y de sus tierras, ella al ser llevada de Irlanda a Tasmania y él al ser desplazado de su comunidad como consecuencia del exterminio. Y aunque en un inicio su relación está basada en el prejuicio –ella le teme y lo menosprecia por ser “negro”; él la desprecia por ser blanca–, con el paso de los días se dan cuenta de que ambos son iguales en su condición de víctimas y esa empatía los vuelve más fuertes. En cierto momento, Clare deja de llamar a Billy “muchacho” y comienza a llamarlo por su nombre. Con ese simple gesto, lo reconoce como persona y su relación empieza a tener vínculos más reales.
Jennifer Kent optó por un cuadro de 1.375:1 (también llamado formato académico, Academy ratio, que también hemos visto recientemente en Historia de fantasmas [A Ghost Story, David Lowery, 2017], Guerra fría [Zimna wojna, Paweł Pawlikowski, 2018], First Reformed [Paul Schrader, 2017] y Dulzura americana (American Honey, Andrea Arnold, 2016), por ejemplo), el cual podría no dar una visión tan amplia del paisaje, pero sí hace énfasis en los close-ups y con ello, intensifica el sufrimiento de sus personajes –es imposible no dejar de ver el rostro de Clare cuando reacciona a todas las situaciones en las que se encuentra. Últimamente, los rostros de actrices en primer plano dentro del cine de horror se han convertido en imágenes que contienen la esencia del filme entero, como Toni Collette en El legado del Diablo (Hereditary, Ari Aster, 2018), Florence Pugh en Midsommar (Ari Aster, 2019), Lupita Nyong’o en Nosotros (Us, Jordan Peele, 2019) o Aisling Franciosi en The Nightingale. Aquí, cuando vemos el rostro de Clare por primera vez, es en una situación apacible, recibiendo un beso de su esposo, y conforme la cinta avanza, la vemos indignada, asustada, golpeada, enojada, cubierta de sangre.
Pero, al igual que en The Babadook, la mirada de Jennifer Kent no está atravesada por una intención sádica a la que sólo le interesa mostrarnos a una mujer sufriendo, sino que es una mirada de proximidad que presenta a una mujer confrontando todo tipo de vicisitudes para finalmente encontrar una salida. No se trata precisamente de finales felices, pero sí más conciliadores y benévolos con sus personajes femeninos. Además, The Nightingale se aleja de las clásicas cintas de rape/revenge porque en una evolución natural del personaje, Clare no lleva a cabo su venganza principal a través de la sangre, sino de la palabra. Ella es libre cuando puede confrontar a su verdugo para decirle que ella es dueña de sí misma y nadie más. Es eso y la relación que ha entablado con Billy lo que la han convertido en un ser independiente.
La música dentro del filme es casi inexistente. La única que llega a escucharse proviene justamente de las canciones que surgen de las voces de Clare y Billy, a través de ellas y por unos instantes son libres metafóricamente: ella es un ruiseñor y él un mirlo. De igual manera, sus respectivas lenguas maternas son uno de los vínculos que los unen con sus seres queridos y con su comunidad. La voz y el lenguaje son aquí elementos de suma importancia que sirven para hacer frente al violentador, y es por eso que éste siempre querrá acallarlos.
El periodista italiano que trató de insultar a Jennifer Kent es un ejemplo de esto. Desafortunadamente para él hace falta mucho más que sólo gritarle a una pantalla para lograr que una cineasta deje de filmar. Afortunadamente para nosotros, Jennifer Kent tiene toda la intención de seguir filmando, y con suerte, continuará entregando películas que nos confronten de maneras poco usuales, que nos ayuden a reconocer y repensar nuestras propias violencias.
Rebeca Jiménez Calero es comunicóloga. Se dedica a la traducción y edición de subtítulos para festivales de cine. @rebecajc