José Luis Ortega Torres es fundador y editor de revistacinefagia.com y Subdirector de Publicaciones en la Cineteca Nacional.
The Babadook
Por José Luis Ortega Torres | 10 de junio de 2015
The Babadook (2014), opera prima de la actriz televisiva australiana Jennifer Kent, se convirtió desde su estreno en Sundance en el 2014 en una obra de culto instantáneo. Por sí sola, esta aseveración en una época de consumismo audiovisual fast-food, donde casi cualquier chiste compartido en Vine, YouTube o exhibido con toda pompa en Cannes y Hollywood se convierte en “culto”, no provoca ya la menor cosquilla. Menos aún en el saturado mundo del cine de terror, donde generar miedo en el público ya no es prioridad.
Pero no nos desviemos: The Babadook se ganó tal medallón, ¿por qué, si no contiene ni estruendosos golpes de efecto sonoro, ni CGI de violencia gráfica o explosiones sangre a raudales? Porque nos presenta algo verdaderamente aterrador: la neurosis femenina. The Babadook cuenta que un libro infantil tenebroso llega a las manos del pequeño Samuel, un pequeño berrinchudo obsesivo de la magia y temeroso de los monstruos, lo que no tiene contenta a Amelia, su madre, enfermera en un centro geriátrico. Hasta aquí todo normal para los estándares del género.
Sin embargo, con el transcurrir del filme y mientras nos adentramos en los esfuerzos del pequeño por contrarrestar la amenaza del Babadook –incluso fabricando él mismo armas rudimentarias y tendiendo a lo largo de la casa trampas más propias de Mi pobre angelito (Home Alone, Chris Columbus, 1990)–, Jennifer Kent desarrolla paralelamente, y con suma inteligencia, una personalidad siniestra a Amelia, otorgándole un mayor y paulatino protagonismo, hasta hacer de ella el personaje central, incluso por encima del propio ente, quien de hecho no es otra cosa que la representación de sus propios demonios internos.
La enfermera es una mujer madura pero mucho más avejentada de lo que se supone sería su edad. Desidiosa de su entorno y su trabajo, desaliñada en su físico y sobre todo, descuidada de Samuel. Sexualmente frustrada y afectivamente abandonada, Amelia se debe al recuerdo del marido ausente y no advierte el interés que, como mujer, aún puede despertar en un compañero de trabajo. Ella es el verdadero espectro en esa casa y causa directa de lo que ahí se desata. A cada minuto su neurosis se convierte en la única amenaza real –gritos y armas de por medio– para el pequeño.
El descuidado caserón es la representación física del interior de su cabeza, y el Babadook es la lóbrega representación “física” de sus miedos, frustraciones y pulsiones destructivas. Amelia creó a ese monstruo y no pretende destruirlo una vez que lo ha enfrentado, por el contrario, lo mantendrá oculto, bien alimentado y latente. Tal vez pueda llegar a necesitarlo.
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