El espíritu de la muerte

El espíritu de la muerte

Por | 26 de julio de 2017

Yo recordaba que El espíritu de la muerte era una película en blanco y negro. Será porque la vi hace ya muchos años, un domingo de esos en los que no tenía nada mejor que hacer que sentarme frente a la televisión para ver Cine Permanencia Voluntaria en Canal 5. Aquel domingo (tendría yo tal vez nueve o diez años), quedé atrapada en la tragedia del protagonista: se trataba de un científico que había descubierto la fórmula de la inmortalidad y esto, desde luego, más que una bendición, es una maldición. La historia me impactó de tal manera, que ese día me quedé frente a la tele para poder verla de nuevo.

Después de una segunda vista ya no pude olvidarla, recordaba incluso su estructura narrativa: la historia comenzaba en un presente donde un aparatoso accidente automovilístico revelaba una situación imposible: un anciano había sido prensado entre dos autos y aun así había sobrevivido. Después seguía un largo flashback en donde veíamos cómo este hombre había logrado volverse inmortal y finalmente, la historia regresaba al accidente.

Tuvo que llegar internet para saber que aquella película que me fascinó de niña y que conocí como El espíritu de la muerte, era The Asphyx, una producción británica de 1972, dirigida por Peter Newbrook, cuya carrera transcurrió principalmente como operador de cámara en películas como El puente sobre el río Kwai (The Bridge on the River Kwai, David Lean, 1963) o Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, David Lean, 1962).

Más de 30 años después –y de nuevo, gracias a internet– volví a ver El espíritu de la muerte y salvo pequeños detalles, compruebo con emoción que mi recuerdo estaba casi intacto. Quizá lo que más me sorprendió fue ver que el filme era a color y no en blanco y negro, como yo pensaba. Este desliz de mi memoria también me hacía creer que se trataba de una película más antigua. Por qué mi mente modificó el recuerdo de esa manera permanecerá como un misterio, supongo.

La trama principal de El espíritu de la muerte –el largo flashback que mencioné más arriba– está ubicada a finales de la época victoriana, donde el protagonista, Sir Hugo Cunningham (Robert Stephens), es una especie de científico que con el apoyo de la fotografía ha descubierto que cuando una persona muere, un “espíritu” aparece durante algunos segundos al lado del agonizante. Cunningham se obsesiona con dicho descubrimiento y lo lleva a crear dos aparatos: uno es un reflector que emite un haz de luz que “atrapa” al espíritu y otro es un contenedor iluminado diseñado para conservarlo permanentemente, siempre y cuando no se abra, desde luego. La idea es en sí sencilla: si alguien atrapa tu espíritu justo cuando éste abandona tu cuerpo, entonces no podrás morir.

¿Cómo es que esta historia se convierte en una tragedia? Justo cuando Cunningham descubre que para hacer salir al espíritu del cuerpo, éste tiene que ser puesto en una situación de riesgo mortal, como si se tratara de atraer a la muerte con una especie de señuelo. Como buen científico, el protagonista primero experimenta con un conejillo de Indias, luego con él mismo –recibiendo una fuerte descarga en una silla eléctrica– y finalmente, ya presa de su delirio, querrá hacer inmortales a su hija Christina (Jane Lapotaire) y al prometido de ésta, Giles (Robert Powell), quien ha sido además como un hijo adoptivo para él.

Como hemos visto un millón de veces en el cine, el jugar a ser Dios nunca tiene buen resultado. El espíritu de la muerte lo deja claro desde el principio: la escena del hombre que a pesar de haber sufrido un accidente mortal, sigue vivo, no es más que una ominosa muestra de lo que en este caso representa la inmortalidad. El natural miedo a la muerte se transforma aquí en la trágica continuación de la vida para Cunningham, en forma de castigo por la ambición desmedida que cobró la vida de las personas que más amaba. En esta historia, Sir Hugo es Victor Frankenstein y la criatura al mismo tiempo. Peter Newbrook (Chester, 1920-Norwich, 2009) sabe mantener en todo momento un equilibrio entre la historia del científico que poco a poco pierde la razón y la de la pareja formada por Christina y Giles. Esta última, envuelta en un halo gótico, poco a poco es arrastrada hacia un destino fatídico no por fuerzas malignas, sino por el amor filial: el empecinamiento de Sir Hugo por mantener a su familia unida es tan grande, que termina por destruirla.

Creo que desde que la vi por primera vez y ahora que la he vuelto a revisar, lo que me parece tan atrayente de El espíritu de la muerte es no sólo que es una película con una manufactura muy competente –es de resaltar el diseño de producción y el vestuario, así como la dirección de actores–, sino que plantea preguntas inquietantes sobre la existencia misma: ¿En verdad querríamos vivir para siempre? ¿Bajo qué condiciones? Y sobre todo: ¿cuál es el sentido de la vida si no tienes a tu lado a la gente que amas? Encuentro sumamente inspirador hallar estas preguntas en una pequeña cinta de horror inglesa.


Rebeca Jiménez Calero es comunicóloga. Se dedica a la traducción y edición de subtítulos para festivales de cine. @rebecajc