Sobre los documentales de Patricio Guzmán
Por Gustavo E. Ramírez Carrasco | 7 de julio de 2015
El perfil de las personas interesadas en el cine documental parece ser más o menos el mismo en toda Iberoamérica: abunda un interés periodístico, y una cierta filiación política de izquierda. Si a esa combinación sumamos una constante lectura de la historia, entenderemos el surgimiento de filmografías completas, de movimientos que han forjado lo que podemos llamar un sello estilístico más o menos “regional”. Entre todas las filmografías que conforman ese “sello” en la historia del cine documental, surgidas –en última instancia– de los “nuevos cines” latinoamericanos durante las décadas de los 60 y 70, la del chileno Patricio Guzmán (Santiago, 1941), brilla con luz propia. Es una piedra de angular que no solamente fue capaz de registrar la complejidad de un proceso histórico (el de Chile, la ascensión del allendismo y su fatídico derrocamiento en 1973) desde su propio campo de batalla, sino que se ha renovado más de una vez para marcar el pulso de un “género” que ha pasado por una enorme diversificación desde mediados del siglo pasado.
La obra de Guzmán, de hecho, podría parecer un poco monotemática. Desde 1971, cuando hizo su primer largometraje, El primer año (con introducción de Chris Marker), trató esencialmente de la llegada al poder del presidente Salvador Allende y la puesta en marcha de una serie de políticas socialistas que transformaron profundamente el rumbo de su país. Los siguientes tres, también de los años 70, que conformaron la monumental crónica La batalla de Chile (1975, 1976, 1979), narraron desde la primera línea de fuego la sucesión de los hechos que llevaron a la conspiración y el golpe militar que acabó con el régimen pocos años después. Tras casi dos décadas Guzmán continuó ese mismo retrato de la política chilena. Salvador Allende y El caso Pinochet, realizadas entre 2001 y 2005, son, en el fondo, emotivos recuentos de los daños. Pero entonces, si sus películas apuntan a una misma dirección y han abordado la evolución de una misma historia desde hace más de cuarenta años, ¿en dónde radica su carácter único? La respuesta a esta pregunta habita en los largos y silenciosos planos de rostros dolidos en Salvador Allende a 30 años de la desaparición de sus familiares, en la arqueología cósmica de esa otra obra maestra que es Nostalgia de la luz (2010), donde el territorio de la memoria y el campo de la batalla política ya no está en los registros de desaparecidos ni en la fortaleza de los penales abandonados, sino en la luz rutilante de los astros y su reverberación en los telescopios y antenas.
El botón de nácar (2015), la más reciente película de Patricio Guzmán, es una continuación en la exploración geográfica de la memoria política de Chile. Como Nostalgia de la luz refleja a un director maduro para quien el compromiso político, el más distintivo móvil de sus primeras películas, ha adquirido nuevos alcances plásticos y narrativos.
Gustavo E. Ramírez Carrasco es editor en el Departamento de Publicaciones y Medios de la Cineteca Nacional. Contribuyó con un estudio sobre la obra de Pedro González Rubio al libro Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Documental (2014). @gustavorami_
Entradas relacionadas
La mirada oportunista: Apuntes sobre visualidad y extractivismo en el caso Ana Gallardo
Por Cruz Flores
11 de noviembre de 2024Instantánea: Por una cultura cinematográfica en Baja California
Un repaso de 2023
Por Abel Muñoz HénoninGustavo E. Ramírez CarrascoIsrael Ruiz ArreolaWachito
16 de enero de 2024Un repaso de 2022
Por María Fernanda González GarcíaOfelia Ladrón de Guevara
12 de enero de 2023Jorge Fons, el Primer Concurso Experimental y los sesenta. Una conversación
Por Daniel Escoto
30 de septiembre de 2022De la escritura de crítica durante festivales: Fragmentos de una conversación
Por José Emilio González CalvilloMatilda HagueOfelia Ladrón de Guevara
21 de julio de 2022